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martes, 16 de noviembre de 2010

LA TÍA CLARA

La tía Clara siempre fue un personaje atípico de la familia. Desde el primer momento que puso un pie en el mundo dio la nota, porque la tía Clara nació con el pelo largo. Todos los bebés nacen con poco pelo, apenas una pelusa en la coronilla, pero la tía Clara no. Cuando a mi abuela, su madre, le llevaron la recién nacida Clara, se quedó boquiabierta, pues aquella pequeña bebé, aún todavía morada por los esfuerzos para salir de las entrañas de su madre, tenía una espesa melena negra que le llegaba por los hombros, y fue necesario poder apartarle el pelo de la cara para descubrir que Clara era una preciosa niña que había nacido sin apenas hacer ruido, con una melena negra brillante y una expresión muy serena en su rostro. Tan espesa era su melena, que, llegado el día de su bautizo, apenas tres meses después de su nacimiento, la abuela de la tía Clara quiso que se le cortara el pelo porque creía que el cura se asustaría y se negaría a echarle las aguas benditas:
- Hija, que el cura se va a asustar cuando vea una niña tan chica y con tanto pelo.
- Clarita ha nacido así y así se bautizará.
Y efectivamente, el cura se llevó un susto de muerte cuando la madre de Clara le quitó el gorrito a la niña, dejando a la vista una melena demasiado larga para una niña de apenas 3 meses. Y Clara ni siquiera se dio cuenta del agua bendita vertida sobre su cabeza pues el espesor de la melena impidió que el agua traspasara el pelo y le llegara a la cabeza.
La rareza de la tía Clara fue creciendo a la vez que crecía su melena. Fue la niña más extraña y con el pelo más largo de todo el colegio. Todos los niños la observaban siempre de lejos. Nunca se metieron con ella por ser diferente pero procuraron no mezclarse en su camino. Y es que una niña que se pasaba la hora del recreo leyendo en vez de jugar al cordel o al pilla-pilla, que se sabía perfectamente todas las preposiciones y adverbios, y, lo que era más peligroso, nunca sacaba faltas de ortografía en los dictados y hacía redacciones de más de dos folios en sólo media hora, sacando dieces en todas ellas, no podía ser una niña normal.
Y en efecto, normal no era, porque mientras las demás chicas, conforme fueron creciendo, iban haciéndose enfermeras, maestras, abogadas o dependientas en tiendas de modas, y se iban casando y teniendo hijos (como manda la sagrada tradición), la tía Clara sólo pensaba en escribir, escribir y peinar su larguísima y negra melena, que ya le llegaba por la cintura.
- Desde luego, tú tienes la culpa de que Clarita haya salido tan rara, hija. Desde ese bendito día en que la bautizasteis y el melenón le impidió que el agua le llegara a la cabecita, Clara parece estar maldita- le decía mi bisabuela a mi abuela.
- Mamá, por favor, que pareces nacida hace dos siglos con esa mentalidad, por favor.
- Si es verdad, hija. ¿No ves que no tiene amigas?
- ¿Quién dice que no las tiene?
- Hija, que no sale nunca por ahí.
- Eso no quiere decir que no tenga amigas, mamá.
- Bueno, mujer, ¿y novio? A su edad, ya debería estar, por lo menos, preparando el ajuar.
- Mira, mamá, si Clara no tiene novio, no tiene amigas será que la gente con que se ha topado no ha sabido valorarla, ¿no?
- ¿Nadie, nadie la ha sabido valorar?
- Déjalo ya, mamá.
- Y escribir…¿eso le va a dar de comer?
- Déjalo ya, mamá, por favor.
- Y esos pelos…¡podría arreglarse la melenita, que parece una bruja…!
- ¿Tú quieres a Clara, mamá?
- Claro, hija, ¿no la voy a querer? Si es mi nieta…
- Pues ya está. Clarita es así, y así la tenemos que querer.
Mi madre presenció aquella conversación mientras ayudaba a pelar patatas, y siempre me dice que, en cuanto su madre hizo aquella pregunta, ella dejó de pelar patatas y las miró fijamente, primero a su abuela y luego a su madre, que habían reanudado la labor de pelar patatas. Y nunca supo qué fue peor, si aquel silencio que de repente se extendió en aquella cocina, o el hecho de que a Clarita “había que quererla”, como si de una obligación se tratara.
Nunca supieron con certeza si la tía Clara era ajena a estas conversaciones que se producían casi siempre entre pucheros. Mi madre siempre cuenta que la tía siempre parecía estar en su mundo, un mundo secreto al que nos invitaba de vez en cuando, cuando nos leía uno de sus cuentos. Entonces, dice mi madre, todo parecía llenarse de magia y todos creyeron que podría ser una buena escritora.
Otras veces, me decía, la tía Clara miraba con tristeza a su madre, como si sintiera pena no ser lo que se suponía que tenía que ser para hacerla feliz. Y cuando su madre se percataba de ello, le decía, acariciándole el hermoso pelo largo:
- Anda, Clarita, cuéntame un cuento.
Y la tía Clara lo hacía, transportándola lejos, muy lejos de todos sus pensamientos, preocupaciones y tristezas que el día le había deparado.
Pero un día, harta de oír tras la puerta de la cocina los reproches de su abuela, la tía Clara tomó la decisión de su vida: se cortó el pelo. Sin decir nada a nadie se marchó a la peluquería del barrio, ese barrio que también tanto la criticaba, y se lo cortó. La larga cabellera que le llegaba hasta la rabadilla quedó reducida a un peinado de cuello corto, patillas y flequillo largos, y volumen en la parte alta de la cabeza. Mi madre decía que aquello en casa fue toda una revolución: todos alabaron su acierto en el cambio de imagen, en especial la abuela, que, contenta, dijo:
- ¡Ahora sí que te va a salir novio, Clarita!
Y Clarita suspiró, aliviada.
A partir de ese momento, la tía Clara recibió llamadas de algunas chicas y chicos que preguntaban por ese cambio que a todos había dejado boquiabiertos, e insistieron en quedar con ella y tomar un café con la nueva Clara. Y la tía empezó a salir más, a ir de acá para allá, a comprarse ropa, presumir, tontear…¡hasta cazar marido logró, para satisfacción de todos y alivio de su abuela!
La tía Clara, con su nuevo peinado y su nueva vida, logró ser una chica como todas las demás, y mi madre dice que tanto su madre como su abuela parecían ya quererla de forma espontánea, sin tener que esforzarse para ello. Pero cuenta mi madre que la tía nunca más escribió. En el suelo de la peluquería no sólo quedaron un montón de cabellos huérfanos, sino miles de palabras, de sueños, de historias mágicas que nunca más volvieron a aquella casa donde parecía que la tradición y la normalidad habían ganado a la fantasía.
Yo también nací con el pelo largo. Mi madre dice, con sorna, que cuando me llevaron junto a ella en el hospital, recién nacida, me habían puesto una horquilla en el pelo que me dejara los ojos al descubierto. Dice que inmediatamente pensó en Clara, y en ese momento comprendió que a mí no me “tendría que querer”, sino que me querría sin más, tal y como fuera.
Como la tía Clara, yo también fui una especie de bicho raro de pequeña. Adoraba los libros y la escritura, y aún los sigo adorando. Los necesito tanto como respirar. De hecho, yo creo que más que aire, respiro palabras. Las inhalo, y luego las exhalo en el orden en que se me antoja.
Mi pelo no creció con la continuidad con que creció el de la tía Clara. A veces me lo he dejado largo, luego, con el calor me lo cortaba, luego me lo volvía a dejar crecer…Y con cada cambio siempre temí cambiar como lo hizo la tía Clara, siempre temí que las palabras me abandonaran y yo nunca volviera a ser aquello para lo que yo creo que nací. Pero nunca fue así. Lo único que yo tenía que dejarme largo para que nunca me abandonaran fue la confianza en mí misma.

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