Bienvenidos a mi blog

Espero que disfrutes con mis escritos. ¡Deja un comentario!



miércoles, 23 de febrero de 2011

4ª LEYENDA URBANA SOBRE LA SOLTERÍA: DE UNA BODA SALE OTRA BODA.(3ª parte y última)

Llevamos unas dos horas fiesta post-banquete, y Juan no ha caído en las redes de Nadia, lo cual me hace pensar que el chico es más inteligente de lo que pensábamos todos. La verdad es que Nadia ha hecho lo indecible: que si vamos fuera a fumarnos un cigarrito, que si bailemos este reguetón muy pegaditos, que si mírame si tengo la cremallera arriba que me noto el traje flojo…le ha faltado desnudarse delante de él y bailar a lo Shakira, pero el chico no ha caído. Vaya, se me acaba de pasar un flash por la cabeza: ¿y si es gay? En fin, tal y como están las cosas, y con mi suerte, no me extrañaría nada.
-          No, no, Clarita, no te preocupes. Juan es muy macho, lo que pasa es que  no le gusta la petarda de Nadia- me confirmó Alejandro- ¿Por qué no le atacas tú?
-          ¿Yo?
-          Sí, hija. Anda, date un homenaje.
-          A lo mejor no le gusto…
-          No creo. Él me ha dicho que le caes muy simpática…
¡¡¡Al ataqueeeeeeeeeeee!!! He decidido salir fuera del salón un rato para fumarme un cigarrito mientras elaboro mi estrategia de abordaje. ¿Mi estrategia? Mmmmm, ¿cuándo fue el momento en que los hombres decidieron dejar de cortejar a las mujeres para ser ellas las que empezaran la conquista? Pienso que con la igualdad hemos ganado mucho, pero la hemos cagado en el plan amoroso. Yo soy una mujer joven y moderna, pero me sigue gustando que sea el hombre el que dé el primer paso, el que se acerque, el que ronde el terreno, tantee a la chica, intente ganársela…pero no, hoy no, hoy los hombres se han apalancado y simplemente esperan a que nosotras, pardillas, vayamos a ellos, muchas veces para nada. Y hoy la historia vuelve a repetirse. Me gusta Juan, pero si quiero algo voy a tener que ser yo la que se acerque y de una u otra manera le haga ver mi incipiente interés hacia él. Pffffff, no sé si me apetece…ya estoy harta de dar pasos para nada. Bah, es mejor dejar las cosas como están…¡que se lo lleve Nadia, que parece no importarle ser ella la que dé el primer paso! Yo ya estoy cansada de siempre lo mismo…
-          ¡Hola! ¿Tienes otro cigarro para mí?
Para mi sorpresa (y una sorpresa muy agradable)…¡¡es Juan!! ¿Habrá alguna forma humana de que los pensamientos puedan oírse? Porque él parece que me ha escuchado.
-          Sí, claro. Toma. Yo me voy a fumar otro.
-          ¿Otro?
Mmmmm, ¿no debería fumármelo? ¿Le pareceré que fumo mucho? ¿Será que  mi aliento huele ya demasiado a tabaco y es su forma de decírmelo? ¡Paso de paranoias! ¡Me fumo otro!
-          ¿Escondiéndote de Nadia? – le pregunto, entre irónica e intrigada.
-          ¿Se me nota mucho? Es simpática, pero un poco pesada con tanta India y tanto leproso.
¡Fantástico! Parece que no debo preocuparme por el factor Nadia.
-          ¿Lo estás pasando bien? – me pregunta Juan.
-          Sí, he de decir que de las cincuenta bodas a las que he asistido a lo largo de este año, ésta está entre las mejores. De hecho, lleva camino de ser la mejor- le contesto, esperando que capte la indirecta.
-          ¿Cincuenta bodas?
Pues no, parece que no la ha captado.
-          Bueno, es un decir. Cincuenta no, pero más de las que me gustaría, sí.
-          ¿No te gustan las bodas?
-          Sí, sí que me gustan…
-          Pero llega un momento en que te preguntas cuándo irás a la tuya, ¿no?
-          ¡Vaya! ¿Tan desesperada se me ve?
-          No, mujer, no. Es la pregunta que nos  hacemos todos.
¿¿TODOS?? ¡¡Ay, qué monooooooooooo!! ¿No es para comérselo? ¡¡Un hombre al que no le importa reconocer que quiere casarse!! Este para mí, para mí, no voy a dejar que se me escape, no, no…

La hora que siguió a esa revelación fue maravillosa. Entre cigarrillo y sorbito de cava, Juan y yo hemos hablado de lo difícil que está encontrar a alguien para saltar después a lo encantadores que son Alejandro y Lucía, lo buena pareja que hacen, la historia de amor tan bonita que han tenido, cuando, de repente, ¡zas! Juan me da el primer beso. No me dio tiempo a reaccionar y ya me estaba dando otro, otro y otro más. De repente, me encontré entre sus brazos, y empujada por él hacia un rinconcito que había en el patio donde nos habíamos quedado charlando. Le freno en un intento de decir unas palabras, tales como:
-          Oye, yo...
-          ¿Qué pasa? – me dice él, con cara de susto.
Quiero decirle que yo soy una chica formal que no me voy dando el lote en todas las bodas con el primero que me lo insinúe, pero…¿por qué romper la magia del momento? ¿Y si Juan es EL HOMBRE y aquello el comienzo de la gran historia de amor que llevo esperando toda mi vida? Llego a la conclusión de que mejor me callo y me abalanzo sobre él, acto que fue muy bien recibido por su parte. Pero justo en ese momento oigo que la orquesta dice que los novios iban a decir unas palabras.
-          Estoy muy a gusto, pero creo que deberíamos ir para no dar mucho el cante y ya luego nos retiramos para seguir con esto, ¿te parece?- le digo.
-          Tienes razón.
Nos recomponemos, bueno, más bien, me recompongo yo un poco el tocado, y nos dirigimos hacia el salón. En ese momento, Alejandro habla de cómo conoció a Lucía y de la sacudida tan grande que sintió por dentro en el momento en que le dio dos besos cuando se la presentaron. Continúan hablando de cómo fue forjado su amor en la distancia y de lo definitivo que fue el irse a vivir juntos. Ahí supieron que aquello tenía que terminar en boda. En ese momento la orquesta empieza a tocar el tema “Somebody to love” de Queen, y a pesar de ser algo rockero, Alejandro y Lucía, acompañados de todas las parejas allí presentes salen a bailarlo como si de un vals se tratara. Y yo caigo en la cuenta de que eso es lo que yo quiero, alguien con quien bailar mi vals, con quien tener la historia de amor más bonita que jamás haya podido soñar y sentir que la espera ya ha terminado porque por fin le encontré. Y me sorprendo a mí misma canturreando con la orquesta el estribillo: <<Can anybody find me somebody to love? Find me somebody to love, find me somebody to love…>>.
-          ¿Nos vamos?- me susurra Juan, al oído.
Le miro. ¡Jo, qué guapo es el endemoniado! Pero, sorprendentemente, me doy cuenta de que no busco un rollo para pasar el rato y luego si te he visto ni me acuerdo.
-          ¿Clara? ¿Me has oído? ¿Qué me dices, nos vamos? – insiste Juan.
-          Can anybody find me somebody to love? – le canto.
-          ¿Ein? – puso cara de  póker.
-          Verás, Juan, yo…yo estoy cansada de rollos que no van a ningún sitio.
-          ¿Perdona?
-          Verás, lo que quiero decir es que por qué no vamos más lento, por qué no nos sentamos a hablar, o bailamos románticamente y dejamos que el beso llegue cuando nos demos cuenta que nos gustamos mucho y que nos queremos volver a ver mañana, y el otro, y el otro…
-          ¿Ein?
Vaya, por la cara de Juan (mezcla de asco y sorpresa), parece que le he chafado la noche.
-          Creo que me has malinterpretado – me dice, empezando a ponerse colorado.
-          ¿Malinterpretado? – no entiendo nada.
-          Sí, yo sólo pensaba en pasarlo bien y, no sé, parece que te he confundido un poco…
-          ¿Un poco? Perdona, pero tú has estado hablando de estar harto de asistir a bodas que no son la tuya.
-          ¿Y tú pensaste que después de esta noche yo te iba a pedir en matrimonio?
-          ¡No! ¡No es eso! Yo, yo pensé que podía interesarte para algo más y…y…
Y en ese momento me doy cuenta de lo absurdo que es mantener aquella conversación con ese individuo que, instantáneamente ha pasado de príncipe a rana, pero rana de las feas. Me siento como cuando abro un yogur y vuelvo a encontrarme en la tapa aquello de <<siga jugando y ¡gracias por participar!>>. Lo dicho, tampoco esta vez iba a ser LA VEZ DEFINITIVA. De repente veo a Nadia en la pista, bailando (o estremeciéndose, no sé muy bien cómo describir aquel movimiento que parecía más bien un espasmo después de haber metido los dedos en el enchufe). La señalo y le dijo a Juan:
-          Quizás deberías probar suerte con ella.
Juan me mira, la mira a ella, me mira...:
-          Ha sido un placer, Clara. Ya nos veremos por ahí.
¡Y el muy idiota se va hacia ella, imitando sus espasmos! Por un momento me sentí hecha polvo, abandonada. Luego me vino la culpa, el remordimiento, esa vocecita interior que dice que quizás me he precipitado y lo he asustado, pero, rápidamente me vuelve la cordura y me digo…:
-          ¡Qué narices! Voy a tomarme una copa y a bailar.

Nadia terminó enrollándose con Juan, y luego vino corriendo a contárnoslo. Yo le iba a decir que ella había sido segundo plato esa noche, pero preferí callarme y dejar que la pobrecita disfrutara de su “triunfo”. Me sentí como una súper heroína, poderosa en silencio.
Cuando me marché de la boda eran las doce, y aunque era de noche, decidí pasear hasta casa. Me asombré de no sentirme deprimida por lo ocurrido con Juan. Al contrario, estaba orgullosa de mí misma por darme cuenta de lo que quería para mí, y por haber sido capaz de resistirme a la tentación y rechazar lo que no entraba en mis planes. Me ilusioné con la idea de que, algún día, yo también encontraría lo que Lucía había encontrado en Alejandro. Sólo debo ser paciente, porque, a ver, ¿qué no tengo yo que tengan ellos como para no llegar a tener mi propia historia de amor?
En ese momento paso por delante de un mendigo, un pobre señor con sólo dos dientes en la boca, la cara ennegrecida y una gorra del equipo de fútbol del Cádiz en la cabeza. Me siento tan contenta que le doy las buenas noches, y él me responde:
-          ¡Bendita sea la madre que te parió, guapetona! ¡Doy gracias al cielo por alegrarme la noche con esta visión maravillosa y me cago en “tós” los hombres de este puñetero pueblo que no han sabido ver tu hermosura y han dejado que vayas sola por la calle!
Joder, ¡qué piropazo! Me siento tan agradecida que me voy hacia él y le planto todo un señor beso en la frente.
-          ¡Dios le conserve la gracia y la lucidez! – le digo.
No ha ido tan mal la noche, pero que no se me olvide lavarme la boca y los dientes unas setecientas veces cuando llegue a casa que este señor será muy amable, pero debe tener de piojos…

lunes, 14 de febrero de 2011

4ª LEYENDA URBANA SOBRE LA SOLTERÍA: DE UNA BODA SALE OTRA BODA.(2ª parte)

            Ya estoy en la Iglesia. Madre mía, cuánta señora “empamelada”. Algunas parecen el resultado de un cruce genético entre un árbol y una mujer. Es increíble. Ah, ya diviso a mi gente y…sí, ya diviso a Nadia, la reina hippy-pija y su corte de imitadoras.
-          Hola Clara, cuánto tiempo- me dice Nadia, y nos damos dos hipócritas besos que bien podrían habernos quemado las mejillas.
-          ¿Qué tal Nadia? Sí, mucho tiempo. ¿Cómo estás?
-          Muy bien, chica. Acabo de venir de la India. He estado allí un mes para encontrar un poco de paz interior y hacer meditación, y me ha venido fenomenal. Tú deberías ir, porque se te ve agotada.
            Ya estamos. Mucho meditar y mucho buscar paz interior, pero sigue tirando a dar. Qué tía. Si la pobre Madre Teresa de Calcuta levantara la cabeza no dudaría en vetarle la entrada en la India a esta lagarta. ¡Menuda es! Habrá dejado a los hindúes majaretas perdidos.
-          ¡Hola Clara, ya estás aquí! – es Ana.- Vente con nosotros, te hemos guardado un sitio. Estamos allí Fernando, Tere, Lucas y Sonia. ¡Ah, y también Leo, la prima centrada de Lucía!, porque éstas son medio lelas o lelas del todo, no las aguanto- esto último Ana lo dijo susurrando, para luego lanzarles una falsa sonrisa.- Qué asco me doy, por ser tan falsa digo. Pues eso, Leo está allí con nosotros…¡y con su novio! Es más mono el muchacho, un encanto. Me lo acaba de presentar.
-          Sí, vamos para allá, anda- y pienso que éste va a ser un laaaaaaaaaaargo día.- Oye, tú tampoco llevas pamela.
-          ¿Qué dices? Paso de gastarme un dineral en una pamela con lo que me va a hacer falta el dinero para comprar pañales.
-          ¿Comprar pañales?
-          ¡Ssssssssííííí Clara! Fernando y yo estamos embarazados. Lo supe con seguridad ayer, así que esperé a hoy para darte la noticia. Estamos locos de contentos.
            Uf, otra que sigue el curso biológico de la vida mientras yo aún estoy en la fase 0, esto es, la fase en que ni siquiera tengo novio. Llegamos a donde están todos:
-          Hey, Fernando, ya me ha dicho Ana. ¡Enhorabuena! Me alegro mucho.
-          Gracias, Clara. Es genial, estamos súpercontentos.
            Les doy besos a todos, y, disimuladamente, miro de arriba abajo al nuevo novio de Leo. Se ve simpático y muy atento con ella. Me alegro por Leo. Empezamos a hablar del embarazo de Ana, de cómo se encuentra, de si tiene fatigas o no…y empieza a sonar la música nupcial. Entra Alejandro, que se le ve tranquilo. La verdad es que Alejandro es un tipo muy tranquilo. Tan grande, algo rechoncho, como un osito de peluche gigante, y con esa eterna sonrisa en la cara, da la sensación de que más que a casarse viene a hacer la Primera Comunión y espera con ansia los regalos y la tarta de después, cuando lo que se le viene encima es una nueva vida que, quieras o no, asusta un poco. Pero se le ve tan coladito por ella…
            Y, en ese momento, entra Lucía. Y de todas las bodas a las que he asistido, creo que Lucía es la novia más preciosa que he visto jamás. Está guapísima, y muy emocionada. La verdad es que el amor es el mejor vestido. Cuando una está enamorada, eso se ve, es como si traspirara, saliera por los poros y como un buen perfume, todo el mundo lo oliera y quedara embriagado con su aroma. Pero yo me refiero a cuando se está enamorada de verdad, más allá de la pasión y los arrebatos del comienzo, enamorada con ese amor sereno y firme que se ha constituido tras varios años de relación en que ha salido tanto lo bueno como lo malo de cada persona.
-          Lucía está guapa guapa- me dice Ana al oído.
-          Sí que lo está. Guapísima y enamoradísima. Los dos están enamoradísimos- dije, y suspiré. Verdaderamente, yo quiero todo esto de casarme y estas cosas, pero sobre todo, lo que quiero de verdad, es estar algún día así de enamorada y ser así de correspondida.



            Ha llegado la hora del almuerzo. Nos hemos pasado todo el tiempo…Bueno, especifico, las mujeres nos hemos pasado todo el tiempo criticando, jeje: que si mira el traje que lleva aquella, que si mira el peinado de la que está allí, que si aquella se cree que tiene todavía dieciocho años para llevar ese escote, que si a la madrina le han puesto fatal la mantilla, como si se la hubieran tirado desde un quinto piso…Tras varias copas y muchos canapés y aperitivos, nos sentamos en la mesa, y, ¡menos mal! Me toca sentarme con mi gente, lo único malo es que Nadia también se sienta con nosotros. Porque quiero mucho a Lucía y creo firmemente que es una buena persona y no sabía dónde poner a Nadia (salvo que la sentara en una mesa sola), si no pensaría que se ha propuesto echarnos pronto del banquete.
-          Está todo muy mono, muy elegante- dice Nadia- aunque recién venida de la India como estoy, todos estos lujos me enojan mucho. Chicos, hay tanta pobreza por allí, que te das cuenta que todo esto está de más.
            ¡Será falsa! Si lleva toda la vida comprándose los blusones hippies que lleva en las tiendas de Custo Barcelona. Es para matarla, a quién irá a engañar, a los pobres hindúes supongo.
-          Me gusta tu traje. ¿Dónde lo has comprado?- le pregunta Leo, con aire inocente y despreocupado, y me da un puntapié por debajo de la mesa.
-          ¿Es bonito, verdad? Pues mira, lo compré en Sevilla, en la tienda de Vittorio y Luchino. Es que es el único traje que iba un poco con mi estilo. Sé que Vittorio y Luchino es algo excesivo, pero siendo la boda de mi prima supuse que los hindúes a los que ayudé a curar allí en la India lo entenderían. ¡Eso de la lepra es asqueroso! Ah, el chal es de la India, de seda salvaje, hecha a mano por unos viejecitos…pobres. Pasaban doce horas al día bordando. ¡Me costó baratísimo! ¿No es increíble?
            Pobres hindúes. Explotados a bordar por unas pocas perras. Seguro que en cuanto te conocieron prefirieron que la lepra los devorase vivos antes de que tú los tocaras. Me imagino dándoles a esos pobres sus consejos de “sé lo que debes hacer”: <<Si es que seguro que si usted no hubiera fumado tanto ahora no tendría la carne cayéndosele a pedazos>>. En fin, lo dicho, la India debería nombrarla “persona non grata”.
-          Me parece que me toca sentarme aquí- dice una voz a mi derecha.- Me llamo Juan, soy compañero de trabajo de Alejandro.
            Y empieza a repartir besos entre las mujeres de la mesa y apretones de manos entre los hombres. Se le ve un chico simpaticote, muy del estilo de Alejandro. Ni guapo ni feo, ni alto ni bajo, ni gordo ni delgado. Extraordinariamente normal, y con un “no sé qué qué sé yo” que me gusta.
-          Supongo que éste es mi sitio, pues es el único libre que queda en la mesa, ¿no?- me dice, pues el sitio estaba a mi derecha.
-          Sí, creo que este sitio es el tuyo. Me llamo Clara- le contesto. Ya veo que Lucía y Alejandro han hecho sus cábalas para  que en esta mesa no me sienta tan fuera de lugar, entre parejas y Nadia.
-          ¿Vienes de parte del novio o de la novia?- me pregunta.
-          Bueno, soy amiga de los dos, pero conozco a Lucía de hace más tiempo.
-          Una boda bonita, ¿verdad?
-          Sí, preciosa.
            ¡Y ahora más que llegaste tú!, me digo. Jejejejeeeeee…en mi imaginación me froto las manos.
-          ¿Entonces eres compañero de Alejandro?
            Horror, Nadia ha decidido entrar en escena con esta pregunta, y entra con fuerza además, pues acaba de quitarse el glamouroso chal bordado en plata que llevaba puesto para dejar al aire un generoso escote “palabra de honor”.
-          Sí, en efecto- contesta el chaval educadamente.
-          Entonces eres abogado, ¿no?
Uf, no hay que ser muy lista para hacer esa deducción.
-          Eso es- y el chico sonríe.
-          Mmmmm, muy interesante. La abogacía me parece una profesión muy interesante. Mi padre quería que yo fuese abogado, pero preferí algo más altruista. Soy asistenta social…
La tía…estaba deseando soltarlo. Seguro que ahora le hablará de la India.
-          …acabo de venir de la India, ¿sabes?
No falla.
-          ¿En serio? Suena interesante. Nunca he estado en la India. ¿Alguien más de esta mesa ha ido a la India?
            ¡Ja! Se ve que Juan no está dispuesto a que Nadia sea la única que hable en la mesa.
-          Me temo que sólo Nadia ha ido a la India- respondo.
-          Vaya, pues no nos desveles demasiado, Nadia, para que el misterio y la intriga sobre ese mágico sitio no se desvanezca y eso nos incite a ir allí.
-          Oye, Juan, debes ser muy buen abogado, pues has sido el único que ha conseguido callar a Nadia, jajaja- dice Leo, y todos reímos a la vez, menos Nadia, que se ha quedado con cara de ajo, y su amiga, que hizo ademán de reírse, pero ante la mirada asesina de Nadia, prefirió llevarse la servilleta a la boca y bajar la cabeza.
La comida está siendo muy divertida gracias a Juan. Es un chico francamente divertido, y cuando sonríe se le pone una cara tan graciosa que dan ganas de comérselo a besos como si de un niño pequeñito se tratara. Sí, en serio, tiene un aire tan natural, tan entrañable que más de una vez, mientras hablaba, me sorprendí a mí misma con una expresión de embelesamiento…la boca abierta de par en par y la baba se me caía  como si de allí brotaran las mísmisimas cataratas del Niágara. ¡Ay, pero qué cosa más mona de muchacho! ¿Dónde se había metido en todo este tiempo pasado? Pero no era yo la única que estaba así, pues en un momento en que me vino la lucidez miré a mi alrededor y todas las chicas de la mesa tenían esa misma expresión boquiabierta que yo tenía hace un momento. Yo juraría que hasta los chicos de la mesa en algún momento también han dejado escapar algún hilillo de baba, pues el chico tiene una parla que engancha, la verdad.
Bien, ha llegado el momento del baile. Nadia se ha apresurado a ponerse en pie y acercarse rápidamente a Juan.
-          Juan, ¿tomamos algo? Y así nos vamos conociendo mejor, porque, chico, qué pena no haberte conocido antes ya que eres divertidísimo- se apresuró a decirle, cogiéndolo del brazo. La muy pendona, dejando atrás a su séquito de pelotas, ya se lo quiere llevar sin que las demás ni siquiera podamos opositar al menos por su atención.
-          Sí claro, tomemos algo todos juntos- contesta Juan. – Chicos, vamos a traer alguna bebida a estas preciosas damas, ¿no?
Y todas nos miramos con complicidad con una sonrisa picarona, y es que ver cómo dan calabazas a Nadia de una forma tan fina es algo por lo que yo gustosamente pagaría.
-          Ese chico es encantador, ¿de dónde ha salido? ¿Lo conocíais de antes? – dijo Nadia.- Os informo desde ya que voy a hacer todo lo posible por llevármelo al huerto esta noche, que, hija, en la India he estado a dos velas.
Ésta definitivamente cree que los hindúes son tontos. La habrán calado bien…y si es por los que estaban allí como ella, como cooperantes o lo que fuera…¡¡¡habrán salido pitando en cuanto abriera la boca, la muy lerda!!! Lo cierto es que el hecho de que Nadia se lleve a Juan hoy está por verse. No me voy a dejar avasallar por esta pija con aspiraciones a Madre Teresa.

lunes, 7 de febrero de 2011

4ª LEYENDA URBANA SOBRE LA SOLTERÍA: DE UNA BODA SALE OTRA BODA.(1ª parte)

Eso es lo que se dice por lo menos, y voy a tener la oportunidad de comprobarlo hoy mismo, pues esta tarde se casan Alejandro y Lucía, unos amigos. A ella la conozco desde el instituto, es una amiga de toda la vida, aunque desde que dijo que se casaba (hace cosa de un año más o menos) no se le ve el pelo: que si arreglar el piso, que si los preparativos de la boda, que si el traje de novia…Y la boda ya ha llegado.
            Últimamente me hablan de bodas y me pongo de malhumor. Trato de evitar conversaciones y fotos que tengan que ver con el tema. Puede ser una mezcla de envidia (no me importa reconocerlo, ¡es así!), de tristeza (porque en el fondo yo sueño con que a mí me llegue ese día) y de coraje (sí, coraje, como se dice en mi tierra andaluza, con ese aire malhumorado y poniendo el énfasis esa “jota” que a nosotros se nos resbala por la garganta). Pero, claro, Lucía es una buena y antigua amiga, y no es plan de escabullirse de ésta:
-          ¿Quién sabe, Clarita? Alejandro tiene muchos primos, y vienen algunos compañeros de trabajo que están solteros. Ya sabes, de una boda sale otra boda, si no, fíjate en mí, Clara. Acuérdate de cómo nos conocimos Alejandro y yo. Ay, Clara, con las ganas que tengo yo de verte con pareja…
            En efecto, Lucía y Alejandro se conocieron en la boda de unos amigos comunes, Tere y Lucas, los que iniciaron en la pandilla la moda de casarse. Tras ello, y como si de una epidemia se tratara, se fueron casando unos tras otros, hasta que consiguieron arruinarme en cosa de dos años, porque me gasté un pastón en regalos y en trajes para cada una de las bodas. Y es que ya tenía yo bastante con que me estaba convirtiendo en la soltera en puertas de quedarse también sola que no iba encima a repetir modelito en las bodas. Cuanto más se casaban más fabulosa me empeñaba yo en aparecer en cada una de ellas.
            Pues eso, Lucía y Alejandro se conocieron en dicha boda. Aunque fue típico, también fue precioso. Coincidieron en la misma mesa durante el banquete, y ya no se separaron en toda la noche que duró la celebración. Lo malo fue al terminar ésta, pues Alejandro vivía fuera de la ciudad, concretamente en Madrid, y ya se habían quedado lo suficientemente colgados el uno del otro como para que la distancia fuera todo un drama para ellos. Durante tres meses, Alejandro la llamaba a diario y venía a verla todos los fines de semana, excepto los que Lucía iba a verlo a él. Y, un buen día, él decidió dejar su trabajo como abogado en la capital, se lió la manta a la cabeza y se vino para acá. Alquiló un piso y, al poco tiempo, encontró trabajo en una oficina, como administrativo. Cuatro meses después ya vivían juntos, y ya él había encontrado trabajo en un bufete. Vamos, que ni pintado salió todo. Como una película. Y ya hoy se casan, para terminar de bordar tan maravillosa historia. ¿A qué santo habrá que rezarle para que me ocurra a mí algo así? Dicen que a San Antonio, y que además a éste hay que enseñarle una tiranta del sujetador, pero el San Antonio que tengo en mi casa o no deben gustarle mis sujetadores o de tanto verme en ropa interior se ha enamorado de mí y sólo me quiere para él.
            Me arreglo para la boda. Me he comprado un precioso traje beige claro con bordados pequeños y discretos en dorado, un escote palabra de honor, chal, zapato y bolsos dorados. Melena suelta rizada, al natural. La boda es por la mañana, así que debería llevar pamela, pero Lucía me dijo que no tenía por qué llevarla si no quería:
-          No te preocupes, Clarita. La idea de la pamela es de la madre de Alejandro. Qué mujer, casi me vuelve loca con los preparativos, no sabes lo que me alegro de que viva a seiscientos kilómetros de aquí. Tú no necesitas ir con pamela para estar fashion total, con lo mona que vas siempre.
-          Gracias, mujer. Tú seguro que estarás guapísima.
-          Es una pena que Mónica ya se haya marchado para Suiza ya. ¿Sabes que la invité a ella y a su novia? Jo, qué fuerte esa historia.
           Lo fuerte es que ésta sea la sexta boda a la que voy en dos años y que a ninguna de ellas haya ido emparejada.
-          Sí, muy fuerte. Pero está feliz, como nunca.
-          Oye, y hablando de invitados, te advierto que vienen Nadia y compañía. Hija, no he podido evitarlo. Aunque un poco petardas, Nadia es mi prima y ella y las amigas han venido mucho con la pandilla de toda la vida. Sé que tú no las aguantas muy bien.
-          Bueno, mujer, tú no te preocupes por eso. Seguro que lo pasaré bien.
            Sí, seguro que sí, sobre todo si consigo estar borracha desde el final de la ceremonia en la Iglesia hasta el final del banquete nupcial.  Nadia es la prima de Lucía, y “la compañía” son amigas de Nadia con las que hemos salido incontables veces. Son un grupo de hippy-pijas que van pregonando la tolerancia y el buen rollo, pero que son la gente más intransigente que he visto en mi vida. Van vestidas siempre con un aire muy bohemio pero de marca: sus blusones y faldas hippies son de diseño, y las rastas se las han hecho en una peluquería a la que acude la alta sociedad de mi ciudad-pueblo. En fin, hace como un año más o menos que no salgo con ellas, y, la verdad, creo que he ganado en calidad de vida desde entonces.
            Una vez arreglada me dirijo ya para la Iglesia. No quiero llegar tarde. Toda mona que voy (porque voy monísima, aunque esté feo que yo lo diga) me meto en el ascensor y bajo al garaje. Abro la puerta del ascensor y desemboco en el rellano donde está la puerta que da al garaje. Vaya, está oscuro. Le doy al interruptor y no se enciende. Ojú, otra cosa averiada en el bloque. Me dispongo a abrir la puerta del garaje como puedo y…
-          ¡Ah, vaya susto! – grita una voz de alguien que ha coincidido abrir la puerta cuando yo estaba metiendo la llave.- Es que con eso de que esta bombilla está fundida, llega uno y le pasa como a mí: que te topas de repente con alguien y te pegas un susto que te mueres.
            Vaya por Dios, y yo que creía que iba súper guapa para la boda. Estoy a punto de preguntarle si su madre está bien (por gracioso) y de pedirle perdón por no ser de su gusto y si quiere que la próxima vez le avise de mi presencia desde el otro lado de la puerta dándole una voz, pero me limito a sonreírle. Cuando él me devuelve la sonrisa, casi me muero del susto yo: ¡le faltan tres dientes! ¡Éste no necesita la oscuridad para dar miedo! ¡De hecho, la oscuridad sería su mejor aliada!
            Me dirijo al coche, y salgo. Empiezo a sentir gusanillos en el estómago. Estoy nerviosa porque me voy a reencontrar con mucha gente, y no sé si tengo ganas, la verdad.
(CONTINUARÁ...)