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lunes, 11 de abril de 2011

5ª LEYENDA URBANA SOBRE LA SOLTERÍA: ¡APÚNTATE A UN GIMNASIO QUE ALLÍ CONOCERÁS A MUCHOS CHICOS! (1ª parte)


            Esta es otra leyenda urbana que es preciso y urgente desmentir. El principal objetivo que uno debe perseguir al apuntarse a un gimnasio es el de perder peso, porque si eres fiel al ejercicio físico, esa decisión no te decepcionará. Pero si lo que buscas es encontrar allí al hombre de tu vida entre pesas, toallas y botellines de agua…pues siéntate y espera. Si estás sudorosa, con los pelos por la cara o pegados a la frente, las “chichas” que te salen por la cintura más al descubierto que nunca (en algunos casos, la 2ª e incluso 3ª barriga empieza a vislumbrarse), resoplando en la clase de spinning, teniendo que renunciar a las pesas de 1 kg por las de medio kg para evitar dejarte el alma en el body pump, y comportándote como una patosa en una clase de aerobic, así no hay manera de sacar afuera el sex appeal, y mucho menos, es muy complicado que alguien se fije en ti. Aún así, y arriesgándome a no conocer a nadie interesante, he decidido apuntarme al gimnasio, pues en las inmediaciones de las caderas me están saliendo unos bultos sospechosos con los que yo no contaba. Mmmm, es extraño, pues yo no los tenía antes, al menos no los había visto. Y es más extraño aún ya que no estoy comiendo más…debe ser que con los años es verdad eso de que una empieza a esponjar y a dar de sí. Pufffff, de repente tengo una visión de mí dentro de unos treinta años: los dientes amarillentos por el café y el tabaco, a los que me he entregado como única vía de desfogue; el pelo encrespado porque la paga de jubilación que me ha quedado no me permite comprarme el champú que va bien para mi cabello; rodeada de gatos que no paran de morderme para quitarme los cereales que me aficionado a comer mientras veo la ristra de telenovelas que voy enganchando una tras otra a lo largo de toda la tarde (gatos a los que, por supuesto, he castrado, para que ni se les ocurra reproducirse por su cuenta y termine yo cuidando una prole que, para colmo, no es la mía); y empotrada en un sillón del que difícilmente puedo levantarme porque mi culo se ha empeñado en cobrar un protagonismo en mi cuerpo que no merece. Sacudo mi cabeza ante tan terrorífica escena futurista y corro hacia el gimnasio a apuntarme antes de que todas las mujeres de mi pueblo hayan tenido la misma visión que yo y me quede sin plaza.
            Decido comenzar esta misma tarde. Llevo la bolsa de deporte con todo lo necesario. Me han dado un horario con las clases y he decidido que voy a meterme en la clase de walking, así que me dirijo al vestuario para cambiarme. Una vez vestida para “la guerra” miro a mi alrededor y caigo en la cuenta del mundo en el que me he metido. ¡Todas las chicas son espectaculares! Con sus minicamisetas, sus mallas estrechas, sus piernas largas, los pechos muy firmes, los hombros redondos y tonificados, los traseros prietos…¿para qué vienen éstas al gimnasio? ¿Por qué, si ya están así, no dejan de venir y nos dan un respiro a las que parecemos un saco de patatas? Me miro al espejo intentando encontrar algo de lo que presumir entre tanto cuerpo fibroso pero la ropa que me he traído es del montón de “lo que ya no me pongo y voy a dar una última oportunidad antes de tirarlo”, en concreto una camiseta de esas de propaganda que me dieron en el súper, unos pantalones de chándal negro, los zapatos de deporte que me pongo cuando voy al campo, un moño alto recogido de mala manera y mi botella de agua a la cadera. No sabía yo que había modelitos para gimnasio, de todas maneras dudo mucho que a mí me quede como a éstas. Anda, mira aquella, si tiene toda la taquilla llena de zapatos de deporte y está mirando cuál le queda más ideal con el conjunto negro y rosa fucsia que lleva puesto. Y aquella otra con la cara maquillada. Cuando sude y se limpie, la toalla se le va a quedar como el manto de la Verónica, con la cara plasmada con todo detalle en ella. Y aquella otra parece la Virgen de los Llantos, cargada de alhajas…no sé para qué cogerá pesas si con lo que lleva encima ya va tonificándose. En fin, saco la toalla y me dirijo a la clase, a esconderme en el último rincón y no ser vista por nadie mientras, intentando no hiperventilarme con tanto resoplido, veo qué tal está el panorama masculino. (CONTINUARÁ...)