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viernes, 7 de enero de 2011

2ª LEYENDA URBANA SOBRE LA SOLTERÍA: EL TRABAJO ES UN BUEN SITIO PARA CONOCER GENTE.


            No en el mío. No todos los trabajos son como el de las chicas de la serie “Anatomía de Grey”, que ligan sin salir del hospital. En mi caso, la plantilla es pequeña, pues somos unos diez, y bastante fija, quiero decir, que no hay muchas posibilidades de que entre gente nueva, y los hombres que hay están todos “cogidos” ya, excepto Antonio, un tipo de unos 37 años, muy feo, muy pasivo, muy apagado (hay que tocarle las palmas para animarlo a levantarse de la silla, por ejemplo) y algo friki, tanto que su desayuno consiste en leche con cacao que lleva a la oficina en un pequeño termo y en un sándwich de mantequilla de cacao (¿quién toma para desayunar en España mantequilla de cacao? ¡Sólo Antonio!) meticulosamente preparado por su mamá. Todas las mañanas, todas todas, desayuna en su mesa, junto al teclado de su ordenador (para lo que es todo un portento, probablemente porque es el ente con quien mantiene su relación más larga y estable, exceptuando la que tiene con su madre), y luego recoge miga a miga cuidadosamente con una servilleta de cuadros que trae desde casa. Habla sólo con los chicos, con los cuales parece llevarse bien, y con las chicas apenas intercambia un <<hola>> y un <<hasta luego>>. Jamás  aporta nada, ni comparte nada (es el único que nunca invita a una copita por su cumpleaños) ni participa en nada, y no es capaz de dar un minuto más al trabajo si fuera necesario. A veces le he sorprendido mirándome el trasero con expresión babosa, pero creo que aún no estoy tan desesperada como para ir a por él. Todo el mundo tiene su sitio en el mundo del amor, pero he decidido que el de Antonio no va a ser al lado del mío. Todavía creo que estoy para escoger, ¿no?
            Lo más cercano al amor que había vivido en mi empresa fue el capítulo con Haakon, un ejecutivo noruego, jefe de la empresa “madre” de la que provenía la mía, aquella en la que trabajo. Sólo hablaba inglés (aparte del noruego, claro) y me tocó a mí acompañarle en una ruta turística por la ciudad:
-          Let’s go to have some “tapitas”- me dijo el noruego- Where can we go to have “tapitas”?
            (Para los que no hayan entendido nada, lo que el noruego quería era tomar unas tapitas, que las ponen muy ricas por aquí).
-          Yes, yes, “tapitas”. Of course, come on, follow me and you will eat the best tapitas of this town.
            (Traducción: “Sí, sí, tapitas. Por supuesto, vamos, sígueme y comerás las mejores tapitas de esta ciudad).
            Y allí que me lo llevé, a la placita más típica y bonita, al bar con más prestigio en esto del tapeo. Él me hablaba en inglés, y, cuando no le salía una palabra, la soltaba en noruego. Yo, por mi parte, hablaba mi modesto y olvidado inglés (y eso que fui a la mejor academia, pero esto de no practicar…), y como pudimos tuvimos una conversación basada en las costumbres del lugar, la gastronomía, el clima y el patrimonio histórico. Cuando nos sentamos para empezar a tapear, pedimos vinito típico de la tierra, y ahí empezaron mis desgracias. Haakon empezó a soltarse un poco más, y su conversación derivó a términos algo más “íntimos”. Empezó hablando de su ex mujer (creo que entendí que la llamaba algo así como ¿golfa pelucona?...mmm, no sé, algo falla en esta traducción), de su divorcio, de lo mal que lo había pasado y creo que también de su algo despendolada vida de divorciado cuarentón, y digo creo porque a partir de ese punto yo cada vez entendía menos su inglés, pues se juntaba mi falta de práctica con su exceso de vino que hacía que se le quedara la lengua como un trapo, a la vez que mezclaba cada vez más el inglés con el noruego. Yo empecé a agobiarme y para tranquilizarme me tomé una segunda copita de vino, pero eso fue mi perdición. Había desayunado muy poco, y a esa hora tenía las tripas como un concierto de castañuelas del ruido que hacían, así que esa primera copa fue el principio de un periplo que no olvidaré. Haakon seguía hablando sin parar, embriagado por los caldos alcoholizados de la tierra, y yo empecé a desear que en un momento su conversación empezase a subtitularse, para así poder entenderle. Iba yo ya por mi tercera copa cuando noté que las cosas a mi alrededor se movían más de la cuenta, y deseé que por allí pasase un traductor simultáneo. Haakon hablaba y hablaba, cada vez de una manera más desenfrenada y menos comprensible, pues el inglés y el noruego se mezclaban por momentos, al igual que mi inglés con acento andaluz y restos de francés. Parecíamos los dos únicos supervivientes de la Torre de Babel. Haakon me resultaba cada vez más difícil de pronunciar, y terminé por llamarle Joaquín, mientras que él no paraba de tomar vino y de pedir tapas. La cosa se puso complicada cuando pidió ajo campero, una receta típica de aquí, muy rica pero poco digestiva, y su cara se tornó algo morada. Yo creí que le iba a dar algo pero el bendito noruego tenía más aguante que la capa que Ramón García se pone cada Fin de Año, durante las campanadas, que tendrá al menos un siglo. Terminamos el día cantando cantos regionales. A Haakon no se le daba nada mal el “Asturias patria querida”, pero yo puse más interés en que aprendiera la de “Mi jacaaaaaaaa, galopa y corta el viento cuando pasa por el puerto caminito de Jeré-é-é”, pero Haakon/Joaquín no se la aprendía ni a tiros y se limitó a escenografiarla. Así, mientras yo la cantaba con todo el arte del que era capaz, él hacía de caballo, y trotaba alegremente alrededor de mí.
            Después de la fase de repaso del cancionero popular, pasamos a la de exaltación de la amistad y ambos empezamos a manifestar nuestra admiración mutua. Que si tú eres un profesional, que sí más profesional eres tú, que si llegarás lejos, que si tú sí que sabes ver mi talento, que para talento el tuyo…Cuando le dejé en el hotel, Haakon, alias “Joaquín”, me besó. Me zampó todo un señor beso en la boca. Yo quise frenarle, pero teniendo en cuenta que físicamente era atractivo, estábamos libres y con una cogorza considerable, no le rechacé. Después del beso (un gran beso, dicho sea de paso) me dijo en noruego algo así como <<takk>> que no sé si significaba <<gracias>>, <<guarra>> o <<te vas a cagar cuando hable con tu jefe>>. Estuve varios días con jaqueca, parte por la resaca y parte por la preocupación y el cargo de conciencia, pero la cosa no pasó de ahí, y cuatro días después mi jefe, recién llegado de una reunión en Madrid con el noruego Joaquín y otros altos cargos de la empresa, me dijo que Haakon se había ido muy contento con cómo le había atendido, que había pedido que me subieran el sueldo y que volvería a visitarnos. Creo que prometí al cielo que mis escarceos amorosos no volverían a ocurrir con compañeros del trabajo a cambio de que toda la península escandinava se desprendiera de Europa y a Haakon le resultara prácticamente imposible volver a verme.
            No, en mi trabajo es muy muy complicado que pueda conocer a alguien que me pueda interesar, y no tengo nada más que decir al respecto. Así que, ¿qué os parece si pasamos a la siguiente leyenda urbana que desmontar?

2ª LEYENDA URBANA SOBRE LA SOLTERÍA: EL TRABAJO ES UN BUEN SITIO PARA CONOCER GENTE.


            No en el mío. No todos los trabajos son como el de las chicas de la serie “Anatomía de Grey”, que ligan sin salir del hospital. En mi caso, la plantilla es pequeña, pues somos unos diez, y bastante fija, quiero decir, que no hay muchas posibilidades de que entre gente nueva, y los hombres que hay están todos “cogidos” ya, excepto Antonio, un tipo de unos 37 años, muy feo, muy pasivo, muy apagado (hay que tocarle las palmas para animarlo a levantarse de la silla, por ejemplo) y algo friki, tanto que su desayuno consiste en leche con cacao que lleva a la oficina en un pequeño termo y en un sándwich de mantequilla de cacao (¿quién toma para desayunar en España mantequilla de cacao? ¡Sólo Antonio!) meticulosamente preparado por su mamá. Todas las mañanas, todas todas, desayuna en su mesa, junto al teclado de su ordenador (para lo que es todo un portento, probablemente porque es el ente con quien mantiene su relación más larga y estable, exceptuando la que tiene con su madre), y luego recoge miga a miga cuidadosamente con una servilleta de cuadros que trae desde casa. Habla sólo con los chicos, con los cuales parece llevarse bien, y con las chicas apenas intercambia un <<hola>> y un <<hasta luego>>. Jamás  aporta nada, ni comparte nada (es el único que nunca invita a una copita por su cumpleaños) ni participa en nada, y no es capaz de dar un minuto más al trabajo si fuera necesario. A veces le he sorprendido mirándome el trasero con expresión babosa, pero creo que aún no estoy tan desesperada como para ir a por él. Todo el mundo tiene su sitio en el mundo del amor, pero he decidido que el de Antonio no va a ser al lado del mío. Todavía creo que estoy para escoger, ¿no?
            Lo más cercano al amor que había vivido en mi empresa fue el capítulo con Haakon, un ejecutivo noruego, jefe de la empresa “madre” de la que provenía la mía, aquella en la que trabajo. Sólo hablaba inglés (aparte del noruego, claro) y me tocó a mí acompañarle en una ruta turística por la ciudad:
-          Let’s go to have some “tapitas”- me dijo el noruego- Where can we go to have “tapitas”?
            (Para los que no hayan entendido nada, lo que el noruego quería era tomar unas tapitas, que las ponen muy ricas por aquí).
-          Yes, yes, “tapitas”. Of course, come on, follow me and you will eat the best tapitas of this town.
            (Traducción: “Sí, sí, tapitas. Por supuesto, vamos, sígueme y comerás las mejores tapitas de esta ciudad).
            Y allí que me lo llevé, a la placita más típica y bonita, al bar con más prestigio en esto del tapeo. Él me hablaba en inglés, y, cuando no le salía una palabra, la soltaba en noruego. Yo, por mi parte, hablaba mi modesto y olvidado inglés (y eso que fui a la mejor academia, pero esto de no practicar…), y como pudimos tuvimos una conversación basada en las costumbres del lugar, la gastronomía, el clima y el patrimonio histórico. Cuando nos sentamos para empezar a tapear, pedimos vinito típico de la tierra, y ahí empezaron mis desgracias. Haakon empezó a soltarse un poco más, y su conversación derivó a términos algo más “íntimos”. Empezó hablando de su ex mujer (creo que entendí que la llamaba algo así como ¿golfa pelucona?...mmm, no sé, algo falla en esta traducción), de su divorcio, de lo mal que lo había pasado y creo que también de su algo despendolada vida de divorciado cuarentón, y digo creo porque a partir de ese punto yo cada vez entendía menos su inglés, pues se juntaba mi falta de práctica con su exceso de vino que hacía que se le quedara la lengua como un trapo, a la vez que mezclaba cada vez más el inglés con el noruego. Yo empecé a agobiarme y para tranquilizarme me tomé una segunda copita de vino, pero eso fue mi perdición. Había desayunado muy poco, y a esa hora tenía las tripas como un concierto de castañuelas del ruido que hacían, así que esa primera copa fue el principio de un periplo que no olvidaré. Haakon seguía hablando sin parar, embriagado por los caldos alcoholizados de la tierra, y yo empecé a desear que en un momento su conversación empezase a subtitularse, para así poder entenderle. Iba yo ya por mi tercera copa cuando noté que las cosas a mi alrededor se movían más de la cuenta, y deseé que por allí pasase un traductor simultáneo. Haakon hablaba y hablaba, cada vez de una manera más desenfrenada y menos comprensible, pues el inglés y el noruego se mezclaban por momentos, al igual que mi inglés con acento andaluz y restos de francés. Parecíamos los dos únicos supervivientes de la Torre de Babel. Haakon me resultaba cada vez más difícil de pronunciar, y terminé por llamarle Joaquín, mientras que él no paraba de tomar vino y de pedir tapas. La cosa se puso complicada cuando pidió ajo campero, una receta típica de aquí, muy rica pero poco digestiva, y su cara se tornó algo morada. Yo creí que le iba a dar algo pero el bendito noruego tenía más aguante que la capa que Ramón García se pone cada Fin de Año, durante las campanadas, que tendrá al menos un siglo. Terminamos el día cantando cantos regionales. A Haakon no se le daba nada mal el “Asturias patria querida”, pero yo puse más interés en que aprendiera la de “Mi jacaaaaaaaa, galopa y corta el viento cuando pasa por el puerto caminito de Jeré-é-é”, pero Haakon/Joaquín no se la aprendía ni a tiros y se limitó a estenografiarla. Así, mientras yo la cantaba con todo el arte del que era capaz, él hacía de caballo, y trotaba alegremente alrededor de mí.
            Después de la fase de repaso del cancionero popular, pasamos a la de exaltación de la amistad y ambos empezamos a manifestar nuestra admiración mutua. Que si tú eres un profesional, que sí más profesional eres tú, que si llegarás lejos, que si tú sí que sabes ver mi talento, que para talento el tuyo…Cuando le dejé en el hotel, Haakon, alias “Joaquín”, me besó. Me zampó todo un señor beso en la boca. Yo quise frenarle, pero teniendo en cuenta que físicamente era atractivo, estábamos libres y con una cogorza considerable, no le rechacé. Después del beso (un gran beso, dicho sea de paso) me dijo en noruego algo así como <<takk>> que no sé si significaba <<gracias>>, <<guarra>> o <<te vas a cagar cuando hable con tu jefe>>. Estuve varios días con jaqueca, parte por la resaca y parte por la preocupación y el cargo de conciencia, pero la cosa no pasó de ahí, y cuatro días después mi jefe, recién llegado de una reunión en Madrid con el noruego Joaquín y otros altos cargos de la empresa, me dijo que Haakon se había ido muy contento con cómo le había atendido, que había pedido que me subieran el sueldo y que volvería a visitarnos. Creo que prometí al cielo que mis escarceos amorosos no volverían a ocurrir con compañeros del trabajo a cambio de que toda la península escandinava se desprendiera de Europa y a Haakon le resultara prácticamente imposible volver a verme.
            No, en mi trabajo es muy muy complicado que pueda conocer a alguien que me pueda interesar, y no tengo nada más que decir al respecto. Así que, ¿qué os parece si pasamos a la siguiente leyenda urbana que desmontar?