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lunes, 7 de febrero de 2011

4ª LEYENDA URBANA SOBRE LA SOLTERÍA: DE UNA BODA SALE OTRA BODA.(1ª parte)

Eso es lo que se dice por lo menos, y voy a tener la oportunidad de comprobarlo hoy mismo, pues esta tarde se casan Alejandro y Lucía, unos amigos. A ella la conozco desde el instituto, es una amiga de toda la vida, aunque desde que dijo que se casaba (hace cosa de un año más o menos) no se le ve el pelo: que si arreglar el piso, que si los preparativos de la boda, que si el traje de novia…Y la boda ya ha llegado.
            Últimamente me hablan de bodas y me pongo de malhumor. Trato de evitar conversaciones y fotos que tengan que ver con el tema. Puede ser una mezcla de envidia (no me importa reconocerlo, ¡es así!), de tristeza (porque en el fondo yo sueño con que a mí me llegue ese día) y de coraje (sí, coraje, como se dice en mi tierra andaluza, con ese aire malhumorado y poniendo el énfasis esa “jota” que a nosotros se nos resbala por la garganta). Pero, claro, Lucía es una buena y antigua amiga, y no es plan de escabullirse de ésta:
-          ¿Quién sabe, Clarita? Alejandro tiene muchos primos, y vienen algunos compañeros de trabajo que están solteros. Ya sabes, de una boda sale otra boda, si no, fíjate en mí, Clara. Acuérdate de cómo nos conocimos Alejandro y yo. Ay, Clara, con las ganas que tengo yo de verte con pareja…
            En efecto, Lucía y Alejandro se conocieron en la boda de unos amigos comunes, Tere y Lucas, los que iniciaron en la pandilla la moda de casarse. Tras ello, y como si de una epidemia se tratara, se fueron casando unos tras otros, hasta que consiguieron arruinarme en cosa de dos años, porque me gasté un pastón en regalos y en trajes para cada una de las bodas. Y es que ya tenía yo bastante con que me estaba convirtiendo en la soltera en puertas de quedarse también sola que no iba encima a repetir modelito en las bodas. Cuanto más se casaban más fabulosa me empeñaba yo en aparecer en cada una de ellas.
            Pues eso, Lucía y Alejandro se conocieron en dicha boda. Aunque fue típico, también fue precioso. Coincidieron en la misma mesa durante el banquete, y ya no se separaron en toda la noche que duró la celebración. Lo malo fue al terminar ésta, pues Alejandro vivía fuera de la ciudad, concretamente en Madrid, y ya se habían quedado lo suficientemente colgados el uno del otro como para que la distancia fuera todo un drama para ellos. Durante tres meses, Alejandro la llamaba a diario y venía a verla todos los fines de semana, excepto los que Lucía iba a verlo a él. Y, un buen día, él decidió dejar su trabajo como abogado en la capital, se lió la manta a la cabeza y se vino para acá. Alquiló un piso y, al poco tiempo, encontró trabajo en una oficina, como administrativo. Cuatro meses después ya vivían juntos, y ya él había encontrado trabajo en un bufete. Vamos, que ni pintado salió todo. Como una película. Y ya hoy se casan, para terminar de bordar tan maravillosa historia. ¿A qué santo habrá que rezarle para que me ocurra a mí algo así? Dicen que a San Antonio, y que además a éste hay que enseñarle una tiranta del sujetador, pero el San Antonio que tengo en mi casa o no deben gustarle mis sujetadores o de tanto verme en ropa interior se ha enamorado de mí y sólo me quiere para él.
            Me arreglo para la boda. Me he comprado un precioso traje beige claro con bordados pequeños y discretos en dorado, un escote palabra de honor, chal, zapato y bolsos dorados. Melena suelta rizada, al natural. La boda es por la mañana, así que debería llevar pamela, pero Lucía me dijo que no tenía por qué llevarla si no quería:
-          No te preocupes, Clarita. La idea de la pamela es de la madre de Alejandro. Qué mujer, casi me vuelve loca con los preparativos, no sabes lo que me alegro de que viva a seiscientos kilómetros de aquí. Tú no necesitas ir con pamela para estar fashion total, con lo mona que vas siempre.
-          Gracias, mujer. Tú seguro que estarás guapísima.
-          Es una pena que Mónica ya se haya marchado para Suiza ya. ¿Sabes que la invité a ella y a su novia? Jo, qué fuerte esa historia.
           Lo fuerte es que ésta sea la sexta boda a la que voy en dos años y que a ninguna de ellas haya ido emparejada.
-          Sí, muy fuerte. Pero está feliz, como nunca.
-          Oye, y hablando de invitados, te advierto que vienen Nadia y compañía. Hija, no he podido evitarlo. Aunque un poco petardas, Nadia es mi prima y ella y las amigas han venido mucho con la pandilla de toda la vida. Sé que tú no las aguantas muy bien.
-          Bueno, mujer, tú no te preocupes por eso. Seguro que lo pasaré bien.
            Sí, seguro que sí, sobre todo si consigo estar borracha desde el final de la ceremonia en la Iglesia hasta el final del banquete nupcial.  Nadia es la prima de Lucía, y “la compañía” son amigas de Nadia con las que hemos salido incontables veces. Son un grupo de hippy-pijas que van pregonando la tolerancia y el buen rollo, pero que son la gente más intransigente que he visto en mi vida. Van vestidas siempre con un aire muy bohemio pero de marca: sus blusones y faldas hippies son de diseño, y las rastas se las han hecho en una peluquería a la que acude la alta sociedad de mi ciudad-pueblo. En fin, hace como un año más o menos que no salgo con ellas, y, la verdad, creo que he ganado en calidad de vida desde entonces.
            Una vez arreglada me dirijo ya para la Iglesia. No quiero llegar tarde. Toda mona que voy (porque voy monísima, aunque esté feo que yo lo diga) me meto en el ascensor y bajo al garaje. Abro la puerta del ascensor y desemboco en el rellano donde está la puerta que da al garaje. Vaya, está oscuro. Le doy al interruptor y no se enciende. Ojú, otra cosa averiada en el bloque. Me dispongo a abrir la puerta del garaje como puedo y…
-          ¡Ah, vaya susto! – grita una voz de alguien que ha coincidido abrir la puerta cuando yo estaba metiendo la llave.- Es que con eso de que esta bombilla está fundida, llega uno y le pasa como a mí: que te topas de repente con alguien y te pegas un susto que te mueres.
            Vaya por Dios, y yo que creía que iba súper guapa para la boda. Estoy a punto de preguntarle si su madre está bien (por gracioso) y de pedirle perdón por no ser de su gusto y si quiere que la próxima vez le avise de mi presencia desde el otro lado de la puerta dándole una voz, pero me limito a sonreírle. Cuando él me devuelve la sonrisa, casi me muero del susto yo: ¡le faltan tres dientes! ¡Éste no necesita la oscuridad para dar miedo! ¡De hecho, la oscuridad sería su mejor aliada!
            Me dirijo al coche, y salgo. Empiezo a sentir gusanillos en el estómago. Estoy nerviosa porque me voy a reencontrar con mucha gente, y no sé si tengo ganas, la verdad.
(CONTINUARÁ...)