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viernes, 17 de diciembre de 2010

SOLTERA O ALGO PEOR (introducción)

Me llamo Clara, tengo 36 años y soy soltera. Si a partir de esta primera frase decides seguir leyendo, es porque tú también lo eres, y buscas consuelo y complicidad (ya se sabe, mal de muchos…), o simplemente estás hasta el gorro de marido, hijos, suegros, casa…y añoras la época en que lo fuiste. Si perteneces al primer grupo, te advierto que si esperas capítulos tipo convierte tu soltería en algo fecundo, soy soltera y no me importa, o frases tópicas como: ser feliz en la soltería y no morir en el intento te has equivocado de historia. Éste no es un libro de autoayuda. ¿No estáis hartas de libros llenos de consejos psicológicos súper bien redactados pero que no tienen utilidad ninguna? ¿Y qué hay de esos otros libros que no paran de hacerte llorar con la excusa de compadecerte de ti misma para luego resurgir de tus cenizas cual Ave Fénix? ¿O esos cuentitos bellos, metafóricos, espirituales y absolutamente lejanos de lo que realmente pasa en el mundo? No, no vengo a dar consejos, mucho menos a seguirlos.
            Si, por el contrario, te identificas con el segundo grupo que antes mencioné, el de las casadas y cansadas,  adelante, ¡puedes quedarte! Pero queda prohibido que pienses en todos los elementos de tu vida matrimonial (marido, hijos, suegros, casa…). Si en algún momento, por una milésima de segundo, se te ocurriese pensar: menos mal que me casé yo misma saltaré de las páginas de este libro y descargaré toda mi furia de soltera sobre ti y tu perfecto peinado de perfecta casada. Como habrás comprobado, ni Jorge Bucay ni Paulo Coelho ni ningún libro de autoayuda han podido hacer nada por mí.
            ¡Ah! Y si eres chico, estaré encantada de que te quedes leyendo. Si consigues llegar hasta el final, puede que encuentres mi número de teléfono justo al lado de donde pone FIN, y podamos discutirlo delante de una taza de café, jeje. Ojo, absténganse raritos, psicópatas, obsesos sexuales y, sobre todo, casados.

            Sí, soy soltera. Soltera de las que han visto “Sexo en Nueva York” y se han animado y alegrado por su estado civil, creyendo que hay todo un mundo de oportunidades únicas ante una, pero luego, cuando vuelven la vista a su vida real, no hay Manhattan, ni ropa de marca, ni almuerzos en lugares sofisticados, ni fiestas en discotecas chics, ni, sobre todo, hombres guapos, solteros y bien situados social y profesionalmente. ¿No os resulta deprimente ver cómo ligan estas cuatro chicas, con qué rapidez y facilidad se les acercan apuestos y elegantes hombres? Lo cierto es que  esto ocurre en toooooooooooodas las series de televisión: las chicas suelen ser guapas, al menos, monas, pero los chicos…¡ay, los chicos! Son cañones, y de profesión médicos, abogados, veterinarios, bomberos y/o policías con vocación de proteger al más débil, hombre de negocios de élite y, lo que es peor. dispuestos a pedir a esas chicas guapas una cita formal, con cena y velas incluidas, y un beso de despedida en el portal de la casa. ¡No te fastidia! Ninguno tiene horteras mechas en el pelo, tatuajes catetos en el brazo tipo “ ” (que les han dicho que es su nombre en chino, pero vete tú a saber lo que les han puesto ahí), brillantes exagerados en las orejas o colgantes de oro macizo sobre pecho depilado y trabajado minuciosamente en el gimnasio (es que a mí me sigue gustando el hombre de pelo en pecho, ¿eh? Tú sabes, pelo no demasiado abundante, pero pelo). Y ninguno de ellos hace que, cuando hablen, suba el pan dos euros por lo menos.
            Ser soltera en un pueblo no es nada fácil. Bueno, mi pueblo tiene algo más de 100.000 habitantes. No son dos calles, es bastante grande y sigue creciendo, pero, en el fondo, muy en el fondo, aunque la vocación de ciudad se lleva y se ve, en el fondo, insisto, aún permanece la mentalidad pueblerina. Si vas sola a un bar a tomarte algo, ellas te miran, y te etiquetan de buscona, mientras ellos, no es que te pongan de buscona, es que ya lo eres y como tal te tratan. Tienes que buscarte una amiga para que tu copa o café sea menos sospechoso, pero, ¿qué pasa cuando te has quedado sin amigas disponibles porque todas están casadas, con hijos, o, al menos, emparejadas? Que te quedas en casa, y, como mucho, te tomas la copa en la terraza si quieres que te dé el aire.
            Una vez me dio por tomarme algo en un pub. Ni siquiera fue premeditado. Venía de hacer unas  compras un sábado por la tarde (rebajas, no se deben desaprovechar), y ya preveía que por la noche no saldría, pues como viene siendo habitual, mis amigas ya tienen sus planes con sus parejas, así que decidí tomarme un refresco antes de irme a casita y enclaustrarme allí, con un paquete de patatas fritas en una mano, una cola light en la otra (vaya contraste) y el programa de cotilleos más rastrero de la tele puesto. Así que vi el pub abierto y entré. Estaba seca de tanto ir de una tienda a otra. Esto de ir de compras lo deberían hacer deporte olímpico. Conozco gente que ganaría medallas de oro en las Olimpiadas practicando este deporte. Mi amiga Ana, por ejemplo. Ella lo ha casi profesionalizado. Se sabe todas las técnicas para buscar la mejor prenda al mejor precio. Ya consiguió su Máster en Rebajas en un viaje a Londres, que se pasó tres días seguidos en el Harrod’s, para desgracia de Fernando, su por entonces abnegado novio y hoy santo marido. Pues lo que decía, entré en el pub y me pedí un refresco. Vi el periódico del día en la esquina de la barra, lo cogí y comencé a ojearlo. Me encendí un cigarrito y allí, sentada en la barra, con mi periódico, mi refresco y mi cigarrito, por un momento me sentí la mujer más afortunada del mundo. Como si no hubiera nadie más que yo, como si todas las tensiones del día desaparecieran, bueno, no sólo las del día, sino todas las tensiones de todos los días en general. Allí sentada, sola, me sentí independiente, fuerte y segura de mí misma. Me importaba bien poco, por no decir nada, lo que pudiera pensar la gente de mí. Pero la magia duró poco. En ese momento, para mi desgracia, entró mi tía Mª Carmen con mi tío Andrés en el pub. ¿Qué leches pintaban  ellos dos en un pub? Como si una mano superior me hubiera coloreado de fluorescente en aquella escena, fijaron su vista en mí.
-          ¡Clara!, ¿qué haces aquí?
-          Hola tita,- le di dos besos-. Acabo de venir del centro de comprar unas cosillas y al pasar por aquí, decidí entrar a tomarme algo y descansar.
-          Pues hala, siéntate con nosotros y ya no estás sola. No está bonito que una mujer esté sola en un bar.
-          No pasa nada, tita. Si ya me voy. Ha sido una paradita inofensiva antes de llegar a casa.
-          No no. Nada de irte. Ahora vienen unos amigos. Te sientas con nosotros. Venga, coge tus cosas.
-          Eso, ahí sentada parece que vienes buscando plan. Eso pensaría yo si viese a una chica sola en un pub - apuntilló mi tío.
Me pregunté si el problema estaba en el hecho de que no está bonito, como dice mi tía, que una mujer se tome algo sola en un bar o en la mente calenturienta de mi tío Andrés.
-          De verdad- dije-, si ya me marcho.
-          Nada, nada, te vienes con nosotros- insistió mi tía.- Mira, ya están ahí nuestros amigos.
            Entraron dos parejas algo puretas. Pero, ¿qué harán en un pub estos cuatro?
-          Mirad- dijo mi tía,- esta es mi sobrina Clara. Estaba tomando algo sola y le he pedido que se quede con nosotros.
-          Vaya, es muy guapa- comentó una de las amigas-. Una chica bonita como tú no debe estar sola, no entiendo cómo es que lo estás.
-          Estos hombres de hoy, que vamos a tener que ponernos a repartir entre ellos bastones y perritos, porque deben de estar ciegos- dijo otro de los amigos.
-          Pero, vamos, si se expone así en los bares, no tardarán en salirle pretendientes- recalcó mi tía.
            Y todos rieron a la vez, como un coro de terroríficas gárgolas. Terrorífico. De un sorbo, me bebí lo que me quedaba del refresco, creo que me tragué un hielo y todo, pero tenía tantas ganas de salir de allí que ni lo noté. Me despedí. No quería estar delante de esos personajes un minuto más.
Esta historia podría haber acabado ahí, pero no fue así. Al día siguiente, mi madre, alarmada por la información que mi tía Mª Carmen le acababa de suministrar a primera hora de la mañana (información que seguro la tita habría “aliñado” un poquito), me suplicó que nunca más volviera a entrar en un bar a tomarme algo sola.
-          Hija mía, qué vergüenza. ¿Qué necesidad tienes tú de eso?
-          Mamá, que sólo me estaba tomando una Coca-Cola, ¡y light, para más INRI!
-          ¿Y no podías habértela tomado en casa?
-          Pero, ¿qué malo hay en eso?
-          Eso está muy feo, es de busconas.
-          ¿Quéeee? Mira, mamá, tú estás muy antigua. ¡Y la tita debe de estar aburrida! Que no critique tanto a los demás y mire un poquito para su casa, o le voy a tener yo que explicar qué hace la prima Lauri cuando va de camping con su novio. ¡Que no le vaya contando que duerme conmigo!
-          ¡A mí me da igual lo que haga tu prima Lauri!
-          ¡Sí, pero la tita bien que se mete en mis cosas para luego criticarme!
-          Mira, Clarita, hija, por favor, no vuelvas a hacer eso nunca más.
-          Mamá, por Dios, ¡que no he robado en el Corte Inglés, por favor!
-          Prométeme que no lo harás más. Ay, y las amigas también te vieron. Dentro de nada lo sabe todo el club de parchís.
            Efectivamente. Al día siguiente mi madre fue a echar su habitual partidita de parchís entre amigas y lo primero que se encontró fue a un grupo de chismosas haciendo todo tipo de preguntas a raíz de lo que mi tía les había contado.
-          Ya nos dijo Mª Carmen que vio a tu hija Clara en un bar el otro día. Dice que está muy mona. Hija, ¿y no le sale ningún hombre?
-          Es que, claro, a la edad de tu hija, sus amigas estarán ya casadas, ¿no? Debe de ser difícil encontrar alguien que esté libre para quedar.
-          ¿No ha probado a buscar un hombre en una agencia matrimonial?
            Mi madre salió espantada esa tarde de allí, tanto que nada más llegar a casa me hizo jurarle por la memoria de la abuela que nunca, nunca más, volvería a tomarme algo a solas en un bar.
            Además, en una ciudad con mentalidad de pueblo, ser soltera te convierte en un bicho raro, en especial para la familia. Lo normal es que, pasados los treinta, ya tengas pareja, e incluso hijos, y si no la tienes, pues entonces es que algo falla, en ti, claro.
            -     ¿Y de hombres cómo andamos?
-          No andamos - contesto.
-          Pero, niña, ¿nadie, nadie?
-          Nadie, nadie.
-          Será porque no quieres, porque ya tienes edad, ¿eh?
-          Es que la cosa está muy mal.
-          Pero ¿seguro que no hay nadie?
-          Que noooooo.
            Y te miran esperando encontrar en ti la confirmación a su sospecha: que seguro que eres una rara o una estrecha, o que tienes algún grave problema de salud que aún no has detectado o, claro, que eres lesbiana y todavía no has salido del armario. No es que tenga nada en contra de las estrechas o las lesbianas, pero creo que una tiene derecho a  la presunción de “inocencia”, al menos antes de que se pruebe lo contrario. Lo peor, eso sí, es cuando una termina por hacerse las mismas preguntas: ¿qué será lo que fallará en mí?
           Lo cierto es que todo el mundo trata de ayudarte, y ven fácil la solución a tu problema. Te aconsejan salir más, arreglarte siempre que salgas de casa (no se sabe quién puede aparecer mientras compras aspirinas, o mientras vas a tender ropa a la azotea, o tirando la basura o en una reunión de vecinos), apuntarte a cursos, al gimnasio, ir a cualquier acto al que te inviten aunque de principio no parezca interesante. Por lo visto, conocer gente es más fácil de lo que parece, pero ¡ES MENTIRA! Todo esto no son más que leyendas urbanas extendidas por editores de revistas de moda tipo Vogue o Elle que probablemente viven en un mundo donde lo más barato que se ponen es un pañuelo valorado por 100 euros y en donde ocurre esa magia de conocer a alguien mientras estás comprando la fruta en la tienda de la esquina del barrio más bohemio.  Pero, en un pueblo como el mío, en una realidad como la mía, no suceden esas cosas. Si vas a la tienda de la esquina sólo encontrarás un montón de “maris” que hace tiempo dejaron de lado su feminidad y al carnicero que lo más sexy qe te dice es:
-          Señora, le voy a “meté” cuarto y “mitá” de esta carne que “tá que quita tó er sentío”.
            Así que, si me lo permitís todas y todos los que habéis llegado a esta página y aún no os habéis cansado de leerme, desmontaré todos los mitos y leyendas urbanas antes mencionadas y pasaremos a analizar la verdadera realidad con la que hoy toda soltera que se precie pueda encontrarse.¿No es preferible esto que ver la portada del Cosmopolitan con un pedazo de tía en mini-bikini y un titular al lado diciendo “Consigue sin esfuerzo un cuerpo 10 para el verano y luce así de irresistible”? ¡Eso sí que es desesperante! Todo el mundo sabe que los cuerpos 10 se consiguen sólo de cuatro maneras:
1)      No comiendo, lo cual, para mí es impensable. Soltera y muerta de hambre. ¿Estamos locos?
2)      Operándote, lo cual cuesta un pastón y, además, es irreal. Ser la más bella gracias a la lipo o a la silicona. ¿Qué mérito tiene?
3)      Acudiendo al photo shop, pero, claro, entonces tu relación con los demás sólo tendría que darse a través de fotos, pues si se da cara a cara se descubre el engaño.
4)      Por obra y gracia de la genética, y ahí estamos en manos de la Sabia Naturaleza.
            Pues eso, pasemos a analizar, descuartizar y desmontar todas las leyendas urbanas de las que hemos sido víctimas y liberémonos, quitémonos la venda de los ojos y descubramos la realidad. No sé si seguiremos siendo solteras, lo que sí sé es que no seremos unas ilusas. ¿No es una buena opción?