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domingo, 26 de diciembre de 2010

1ª LEYENDA URBANA SOBRE LA SOLTERÍA: ¡TIENES QUE SALIR! SI SALES, CONOCERÁS A ALGUIEN.

            Todo el mundo se empeña en que la mejor manera de conocer gente, y preferiblemente para mí del género masculino, es saliendo. ¡Como si sólo con salir ya se te acercasen! Normalmente, la gente que te aconseja salir es gente que hace un siglo que no sale y no tiene ni idea de cómo va el panorama ahora, pero tienen razón de que en casa no te puedes quedar, así que, tras llevarme sin salir como un mes, hoy he decidido llamar las amigas, ponerme mega-mona ….¡¡¡y saliiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiir!!
            La primera dificultad es ver con quién salgo. Localizar una amiga soltera y con ganas de salir no es tarea fácil. Como he dicho quinientas veces, en un pueblo como el mío lo normal es que a mi edad, treinta y tantos, todas estén como mínimo con pareja, y mis amigas, que han sido más listas que yo, pues están así, o casadas y con hijos ya. Busco en mi agenda.
-          Hola Ana. ¿Qué tal? Oye, ¿qué vais a hacer esta noche?
-          ¿Qué pasa, Clarita? Pues nada, Fernando y yo vamos a cenar con sus padres a una terraza que hay a pie de playa, en El Puerto.
-          Aaah, bueno, yo era por si tomábamos algo…
            Probemos con ésta otra:
-          Sonia, ¿qué pasa, cómo estás?
-          Pues nada, aquí, hija, preparándome que vamos a casa de mi cuñada, la mujer de mi hermano, que como ya le han dado el alta en el hospital, vamos a verla y ver al sobrinillo nuevo.
-          Ajá, qué bien…¿Y luego no te animas a salir?
-          Pues…no sé, si acaso, te llamo.
            Eso es que no sale. Esta mujer se ha vuelto muy rara.  Se pone la cosa difícil, ¿eh?
-          ¿Lucía? ¿Qué tal? Oye, ¿vais a salir esta noche?
-          Noooo, Alejandro y yo nos vamos a quedar en el piso, a ver una peli. Estamos muy cansados, niña, hemos estado todo el día pintando. ¿Te vienes y ves cómo nos ha quedado todo?
            ¿Y ver cómo construís todo un nidito de amor mientras a mí se me caen los mocos de envidia? Nooooooooooooooooooooooooooooooooooo.
-          ¿Y por qué no salimos a dar una vueltecita? Llama a tu prima Leo, y nos vamos por ahí…
-          No, Alejandro está cansado y tiene que trabajar mañana, le toca guardia. ¡Y Leo ha empezado a salir con un chico! No te lo he dicho, ¿no?
            Pues no, y hubiera preferido que no me lo dijeras. Otra que se empareja.
-          Pues sal tú a dar una vueltecita conmigo, andaaaaa…
-          Es que no tengo ganas…
            Ñññññññññññññññññññ…de verdad, estas amigas, cuando se emparejan, olvidan completamente lo que era divertirse. ¿Entendéis ahora por qué llevo como un mes sin salir? Porque yo lo veo muy clarito. Probaré con las casadas…
-          Lo siento, Clara, pero acabamos de venir de pasar el día por ahí, y estamos muertos.
-          Qué vaaaaa, el niño se ha puesto malo, y nada, hoy, noche de enfermería.
-          ¿Y con quién dejo a los niños? A mi madre la pobre la tengo explotada y no es plan de cargarles los niños hoy…
            Empiezo a desesperarme, y noto cómo el coraje y la rabia me salen por las orejas. Ggggggrrrrrrrr, tienes que salir, tienes que salir…¡QUIERO SALIR Y NO HAY MANERA!
            Aunque me apetece noche de chicas, más me apetece salir, así que llamaré a Paco y a Miguel, a ver si no les importa que yo estropee un poco su noche de chicos. Qué le vamos a hace. Suena el teléfono.
-          Cari, ¿cómo estássssssss? – era Mónica.
-          ¡Hola Mónica! ¡Qué bueno escucharte, cuánto tiempo! Bien, aquí estamos. ¿Y tú?
-          Chica, acabo de llegar de Suiza.
            Mónica llevaba en Suiza trabajando unos ocho meses.
-          Clarita, ¿te apetece salir esta noche y te cuento mis aventuras suizas?
            ¡¡¡SSSSSSSIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII, VOY A SALIIIIIIIIIIIIIIIIIIIRRR!!!
            Si hay algo que me encanta es arreglarme para salir. Es casi más divertido que el propio hecho de salir. Sí, sé que suena muy frívolo, pero es cierto. Vestido, zapatos y bolso a juego. Complementos: ¿qué pendientes? ¿Qué collar? Me seco el pelo…¿me lo dejo suelto o me hago algún recogido al lado, así, con ganchillos…? Maquillaje, perfume. Todo este ritual es sagrado para una mujer, y los hombres deben comprenderlo y agradecerlo, en vez de criticarlo. ¿O es que preferirían que fuéramos como un callo a la calle? Me miro al espejo, y me gusto. Entonces salgo con la autoestima alta. Sí, salgo bien derecha, sobre mis tacones, mi bolso al hombro y mi melena al viento. ¡Hasta me parece que oigo al fondo los acordes de una canción…!

Qué pasará, qué misterio habrá, puede ser mi gran nooocheee…

            ¿Eh? ¿Pero de dónde he sacado esta canción? ¡Si es de Raphael y no tengo ningún disco de él! A ver, pensemos en otra…Otra…otra…¡¡¡tiene que haber otra que no sea ésta!!! Pero no se me ocurre ninguna. Vaya por Dios, empezamos bien la noche, sin encontrar banda sonora adecuada para el momento.
            Con esa musiquilla en mi cabeza, que no se para ni con la del coche, me dirijo al pub donde he quedado. Tengo el gusanillo por dentro típico del sábado noche. Será que tenía ganas de salir.  Algo me dice que la noche promete.
            El pub es uno que inauguran esa misma noche, en una céntrica zona, así que es el sitio de moda, y está muy ambientado. He quedado con mi amiga en la puerta, pero aún no ha llegado. Esperándola, fantaseo un poco, y en mi fantasía me veo entrando en el local con este pedazo de traje rojo que llevo (me queda genial, no es por nada, el Pilates está haciendo maravillas en mí), mis tacones rojos y altísimos, mi fashion bolso al hombro, mi melena al viento…Noto que un morenazo me mira. Yo camino hacia la barra, muy erguida, tal y como aprendo en Pilates (ombligo dentro, hombros abajo, espalda recta, como si me colgaran por la coronilla de un hilito del techo…), y el morenazo no me quita ojo. Mi amiga y yo pedimos una copa, y le vuelvo a mirar. En ese momento, noto que me sonríe y que le dice algo a un amigo que está a su lado. Mónica y yo hablamos animadamente, y, en ese momento, cuando vamos a encender un cigarro, un mechero se acerca y una voz dice:
-          No puedo irme esta noche sin saber cómo te llamas…
-          ¡Hola Clarita!- era Mónica, que ya ha llegado, y mi fantasía se cae al suelo y se hace añicos…- Chica, ¿qué te pasa, has fumado algo? Tienes una cara de colgada…
            Sí, mientras soñaba y me prometía una noche fantástica, se me debe haber quedado cara de lela, embobada y con el hilillo de baba y todo colgando. ¡Era tan real mi fantasía…!
-          Hola Mónica. Estás muy mona, ¿eh? ¡Cuánto tiempo sin verte! Venga, entremos y me cuentas.
            El pub está hasta arriba, y además, hay muy buen ambiente. Al menos un sitio donde encontrarnos de treintañeros para arriba. Nos dirigimos hacia un hueco en la barra, y pedimos unas copas. El panorama masculino no está mal, y siento una cierta emoción por dentro. Quizás esta noche triunfe, sí, quizás esta noche sea distinta, quizás voy a tener que darle la razón a todos los que dicen que tengo que salir más.  Y es entonces cuando diviso a un morenazo como el de mi fantasía. ¿Será una señal?
            Mónica empieza a hablar de sus aventuras en Suiza. Trabaja allí con un contrato en un banco internacional. La chica es lista lo vale, la verdad; muy pija, pero lista. Se ha pasado tres meses de piso en piso y, por lo que veo, comiendo chocolate suizo, se ve que ha cogido algunos kilillos.  Al parecer, está empezando a encontrar su sitio y a disfrutar. Se la ve feliz. Y eso que el resto de grupo no dábamos un céntimo porque durara mucho allí, en el país de los relojes.
            Mientras Mónica continúa con su relato sobre sus aventuras y desventuras en Suiza, por el rabillo del ojo veo que el morenazo me está mirando. De repente, me entró calor. ¿Me está mirando…a mí? Disimuladamente miro a los lados y hacia atrás, y no hay ninguna chica a la que mirar, exceptuando Mónica, que está de espaldas a él. Noto que me pongo colorada, mientras Mónica no para de hablar: que si su jefe, que si el alquiler, que si la cocina suiza, que si…En ese momento, saca un cigarro, me invita a uno y, de repente, un mechero entre nosotras se enciende:
-          Aquí tienen fuego, señoritas.
            ¡El morenazo! ¡Como en mi fantasía! ¡Cómo en las pelis! Mi primer impulso ha sido ponerme bien el flequillo.
-          Gracias- dijimos Mónica y yo casi al unísono.
-          Un sitio agradable, ¿verdad?
-          Sí – le dijo Mónica, e hizo ademán de seguir la conversación conmigo, creyendo que el chico se marcharía. Yo le sonreí y traté de transmitirle con mi mirada un anuncio de socorro: <<Quédate, quédate, quédateeeeeeeeeee…>>
-          ¿Sois de por aquí?
Dios mío, quéeeeeeeeee vooooooooooozzzzzzzz tiene este morenooooooo…
-          Sí- le espetó Mónica, y le volvió la cara, para mirarme y seguir con su relato. Y todo esto sin que yo dijera nada, porque me había quedado como muda.
-          Si queréis os presento a mi amigo y tomamos algo los cuatro…
-          Tío, ¿no te das cuenta que acabas de interrumpirnos?
            Se me queda cara de haberme tragado el cazo (la boca abierta y los ojos saliéndose de las cuencas, para el que no entienda lo que es eso). Yo creo que al chico se le pone la misma cara (hasta con expresión alucinada está guapo), se disculpa educadamente (ains, ¿no es para comérselo?) y se marcha.
-          Tía, Mónica, ¿tú sabes cuántas en veces en mi vida me ha pasado esto?
-          ¿El qué?
-          ¡Que se me acerque un chico como éste un sábado noche! ¡CERO, NINGUNA! ¿Pero qué te pasa, estás loca, has perdido la chaveta o te la dejaste en Suiza?
-          Chica, tengo que contarte algo y no estoy para estas cosas.
-          Joder, ¿y no puede esperar?
-          Puesssss…no, además, si te lo cuento entenderás por qué no estoy para ligues ahora. No quiero meterme en rollos innecesarios.
-          ¿Eh? ¿Tienes novio en Suiza? ¿Te has casado en secreto allí?
-          Bueno, hay alguien…Se llama Sara.
Pestañeo, ¿he oído bien?
-          ¿Sara? S-S-Sara es nombre de chico en Suiza, ¿verdad? No sé, algo así como Andrea, que en España es nombre de chica y en Italia de chico…O es el diminutivo de un nombre más largo, de Saramago, por ejemplo. Quizás los más allegados a Saramago le llamen Sara en la intimidad, ¿no te parece…?
-          No. Sara es una chica, rubia con los ojos claros, preciosa. La chica más guapa que he visto en mi vida. ¡Y es mi novia!
            Otra vez se me quedó la cara como si me hubiera tragado el segundo cazo de la noche. Queda feo, pero tengo que confesar que lo primero que se me pasó por la cabeza es “Adiós a mi noche de chica-conoce-chico”. Conozco a Mónica desde hace…¿cuánto? ¿Veinte siglos? ¿Cómo nunca supe que vivía en un armario? ¿Cómo nunca percibí su olor a alcanfor, típico de los armarios?
-          Mónica, si tú fuiste la ligona de la pandilla. Tú fuiste la que conseguiste liarte con Marcos, el buenorro de la clase. Y le quitaste el rollo de verano a Miss Piscina 1989, la tonta de Leli…¿Y en la Universidad? Chica, si tuvimos que casi pegarnos con las que te llamaban zorrona para defenderte (aunque, ahora que hablamos tan clarito, todas pensábamos que algo ligerita de cascos eras, ¿eh?).
-          No sabría explicártelo. Todo eso estuvo muy bien en su momento, pero…apareció Sara y sentí cosas que nunca he sentido. A lo mejor siempre fui así y nunca me di cuenta, o nunca quise profundizar en ello, o no quise saberlo…vete tú a saber. Pero, Clara, ahora soy muy feliz, muy muy feliz.

Qué pasará, qué misterio habrá, puede ser mi gran nooocheee…

            Tiene gracia que la cancioncita me venga otra vez a la cabeza. Si tuviera a Raphael delante, ¡lo cogería por el cuello! Mónica empezó a contar que Sara era una compañera de trabajo que le había ayudado mucho en sus primeros meses en Suiza. Dijo que al principio creyó que lo que sentía era fruto de su soledad, de su dificultad para adaptarse a todo aquello… y que cuando vio que la relación se estrechaba (Sara le tiró los tejos), decidió distanciarse de ella. Sin embargo, no dejaba de pensar en la chica (-como nunca había pensado en nadie, era algo casi obsesivo- dijo Mónica, muy lentamente, como para recalcar con su perfecta vocalización la magnitud del momento que vivía). Así, no pudo aguantar más, y un buen día se lió la manta a la cabeza, la llamó, quedaron y hablaron largo y tendido durante toda una noche. A partir de ahí, se hicieron inseparables. Se fueron a vivir juntas y Mónica habló con sus padres del asunto (- hice un viaje fugaz, de un fin de semana, para hablar con mis padres, y no veas la que se montó- volvió a vocalizar Mónica). Su padre no le habla, pero su madre ha decidido que si no puedes con el “enemigo”, únete a él, y ha aceptado conocer a Sara, la cual vendrá dentro de una semana.
-          Qué fuerte, Mónica.
-          Ya ves, la vida, que da muchas vueltas.
            Sí, muchas, pensé. La verdad es que a Mónica se le veía muy feliz. Tanto que con la mitad de su alegría yo ya estaría rebosante de felicidad. Por otra parte, mientras me daba detalles de la historia y me enseñaba fotos de ella y Sara en Suiza, yo no dejaba de darle vueltas a lo mal que lo tenía que haber pasado allí, sola, y con este nuevo giro que había dado su vida. Pensé si yo habría tenido valor para sobrellevar todo eso sola, y redescubrí una Mónica valiente, dispuesta a encarar su vida, viniera ésta como viniera. Y eso la hizo más admirable.
            Pedimos otra copa, y fumamos unos cuantos cigarrillos. Mónica hablaba sin parar, y yo la escuchaba. Luego bailamos como dos quinceañeras en la pista de baile del pub, como poseídas por los nuevos ritmos de moda. Y tengo que decir que, aunque no hubo chicos, lo pasé genial, aunque tengo que confesar que, aunque disfruté mucho, me entristecía pensar que otra nueva amiga se emparejaba, encontraba a su otra mitad, y que tenía una amiga menos con la que podía contar para salir. Sé que es una frivolidad, pero no podía evitar entristecerme un poco por ello. Aún así, decidí que ese pensamiento se quedara aparcado, al menos por esa noche, y que esa noche iba a divertirme sin más, sin complicaciones. Estrenaba vestido, pendientes, un nuevo pub y una “nueva” amiga. ¿Qué más se podía pedir a una noche de sábado?
            Cuando salimos del pub entre risas, pasé al lado del moreno del principio de la noche. ¡Con tanta sorpresa y tanto baile, ya me había olvidado de él! Me miró fijamente y soltó un tímido “Hasta luego”, al que yo correspondí. Y seguí a mi amiga. En ese momento, una mano me paró, hizo que me volviera y…¡¡era él!! En ese momento, sujetada por los dedos índice y corazón de su mano izquierda, me extendió algo así como un cartoncito, en forma de tarjeta…¿Será su número?

“DERMOFAST.
CREMA PARA ELIMINAR VERRUGAS”

-          Creo que esto es tuyo. Se te ha caído del bolsillo de la chaqueta- me dijo.
            ¡Dios mío, qué corte! Es la tapa de la cajita donde va el tubo de crema para las verrugas que el otro día fui a comprarle a mi madre. Llevaba esta misma chaqueta, porque acababa de salir de una reunión a la que tuve que asistir un poco más arreglada. ¡¡¡¡Oooooooooohhhhh, nooooooooo, creerá que es para mí, que debo tener verrugas ocultas en mi cuerpo!!!! ¿Podría caer más bajo?
-          Eeeehhh, no es mío, esto no es mío. Quiero decir que sí, que el cartoncito es mío, pero no la crema. Que es que fui a comprarle a mi madre el otro día una porque tiene unas cuantas…(perdón, mamá, pensé), yo no tengo, como ves. Bueno, ves mi cara, pero si vieras mi cuerpo, verías que tampoco tengo…- aclaré, no con mucho éxito.
            Él me miró con una medio sonrisa, y arqueó las cejas, en una expresión de condolencia, como diciendo “Siento que te falte un tornillo”, y yo en ese momento deseé que el suelo se abriese y cayera a través de él para hacer un viaje al centro de la Tierra, como el de Julio Verne, y desaparecer al menos por unos 30 años.
-          Adiós- le dije,- y gracias.
-          De nada.
Y me fui tras mi amiga Mónica, que ya estaba junto al coche.
            En mi caso, salir no es sinónimo de ligar, no se cumple en mí esa “promesa” que parece que se hace, en cuanto cae la noche, en el borde de la barra de un bar. A la gente parece irle bien, pero no es mi caso. De todas formas, lo he pasado genial, humillaciones y noticias inesperadas aparte. Es bueno que, de vez en cuando, me dé el aire de la noche de España, aunque sea sólo eso lo que me lleve de vuelta a casa.













viernes, 17 de diciembre de 2010

SOLTERA O ALGO PEOR (introducción)

Me llamo Clara, tengo 36 años y soy soltera. Si a partir de esta primera frase decides seguir leyendo, es porque tú también lo eres, y buscas consuelo y complicidad (ya se sabe, mal de muchos…), o simplemente estás hasta el gorro de marido, hijos, suegros, casa…y añoras la época en que lo fuiste. Si perteneces al primer grupo, te advierto que si esperas capítulos tipo convierte tu soltería en algo fecundo, soy soltera y no me importa, o frases tópicas como: ser feliz en la soltería y no morir en el intento te has equivocado de historia. Éste no es un libro de autoayuda. ¿No estáis hartas de libros llenos de consejos psicológicos súper bien redactados pero que no tienen utilidad ninguna? ¿Y qué hay de esos otros libros que no paran de hacerte llorar con la excusa de compadecerte de ti misma para luego resurgir de tus cenizas cual Ave Fénix? ¿O esos cuentitos bellos, metafóricos, espirituales y absolutamente lejanos de lo que realmente pasa en el mundo? No, no vengo a dar consejos, mucho menos a seguirlos.
            Si, por el contrario, te identificas con el segundo grupo que antes mencioné, el de las casadas y cansadas,  adelante, ¡puedes quedarte! Pero queda prohibido que pienses en todos los elementos de tu vida matrimonial (marido, hijos, suegros, casa…). Si en algún momento, por una milésima de segundo, se te ocurriese pensar: menos mal que me casé yo misma saltaré de las páginas de este libro y descargaré toda mi furia de soltera sobre ti y tu perfecto peinado de perfecta casada. Como habrás comprobado, ni Jorge Bucay ni Paulo Coelho ni ningún libro de autoayuda han podido hacer nada por mí.
            ¡Ah! Y si eres chico, estaré encantada de que te quedes leyendo. Si consigues llegar hasta el final, puede que encuentres mi número de teléfono justo al lado de donde pone FIN, y podamos discutirlo delante de una taza de café, jeje. Ojo, absténganse raritos, psicópatas, obsesos sexuales y, sobre todo, casados.

            Sí, soy soltera. Soltera de las que han visto “Sexo en Nueva York” y se han animado y alegrado por su estado civil, creyendo que hay todo un mundo de oportunidades únicas ante una, pero luego, cuando vuelven la vista a su vida real, no hay Manhattan, ni ropa de marca, ni almuerzos en lugares sofisticados, ni fiestas en discotecas chics, ni, sobre todo, hombres guapos, solteros y bien situados social y profesionalmente. ¿No os resulta deprimente ver cómo ligan estas cuatro chicas, con qué rapidez y facilidad se les acercan apuestos y elegantes hombres? Lo cierto es que  esto ocurre en toooooooooooodas las series de televisión: las chicas suelen ser guapas, al menos, monas, pero los chicos…¡ay, los chicos! Son cañones, y de profesión médicos, abogados, veterinarios, bomberos y/o policías con vocación de proteger al más débil, hombre de negocios de élite y, lo que es peor. dispuestos a pedir a esas chicas guapas una cita formal, con cena y velas incluidas, y un beso de despedida en el portal de la casa. ¡No te fastidia! Ninguno tiene horteras mechas en el pelo, tatuajes catetos en el brazo tipo “ ” (que les han dicho que es su nombre en chino, pero vete tú a saber lo que les han puesto ahí), brillantes exagerados en las orejas o colgantes de oro macizo sobre pecho depilado y trabajado minuciosamente en el gimnasio (es que a mí me sigue gustando el hombre de pelo en pecho, ¿eh? Tú sabes, pelo no demasiado abundante, pero pelo). Y ninguno de ellos hace que, cuando hablen, suba el pan dos euros por lo menos.
            Ser soltera en un pueblo no es nada fácil. Bueno, mi pueblo tiene algo más de 100.000 habitantes. No son dos calles, es bastante grande y sigue creciendo, pero, en el fondo, muy en el fondo, aunque la vocación de ciudad se lleva y se ve, en el fondo, insisto, aún permanece la mentalidad pueblerina. Si vas sola a un bar a tomarte algo, ellas te miran, y te etiquetan de buscona, mientras ellos, no es que te pongan de buscona, es que ya lo eres y como tal te tratan. Tienes que buscarte una amiga para que tu copa o café sea menos sospechoso, pero, ¿qué pasa cuando te has quedado sin amigas disponibles porque todas están casadas, con hijos, o, al menos, emparejadas? Que te quedas en casa, y, como mucho, te tomas la copa en la terraza si quieres que te dé el aire.
            Una vez me dio por tomarme algo en un pub. Ni siquiera fue premeditado. Venía de hacer unas  compras un sábado por la tarde (rebajas, no se deben desaprovechar), y ya preveía que por la noche no saldría, pues como viene siendo habitual, mis amigas ya tienen sus planes con sus parejas, así que decidí tomarme un refresco antes de irme a casita y enclaustrarme allí, con un paquete de patatas fritas en una mano, una cola light en la otra (vaya contraste) y el programa de cotilleos más rastrero de la tele puesto. Así que vi el pub abierto y entré. Estaba seca de tanto ir de una tienda a otra. Esto de ir de compras lo deberían hacer deporte olímpico. Conozco gente que ganaría medallas de oro en las Olimpiadas practicando este deporte. Mi amiga Ana, por ejemplo. Ella lo ha casi profesionalizado. Se sabe todas las técnicas para buscar la mejor prenda al mejor precio. Ya consiguió su Máster en Rebajas en un viaje a Londres, que se pasó tres días seguidos en el Harrod’s, para desgracia de Fernando, su por entonces abnegado novio y hoy santo marido. Pues lo que decía, entré en el pub y me pedí un refresco. Vi el periódico del día en la esquina de la barra, lo cogí y comencé a ojearlo. Me encendí un cigarrito y allí, sentada en la barra, con mi periódico, mi refresco y mi cigarrito, por un momento me sentí la mujer más afortunada del mundo. Como si no hubiera nadie más que yo, como si todas las tensiones del día desaparecieran, bueno, no sólo las del día, sino todas las tensiones de todos los días en general. Allí sentada, sola, me sentí independiente, fuerte y segura de mí misma. Me importaba bien poco, por no decir nada, lo que pudiera pensar la gente de mí. Pero la magia duró poco. En ese momento, para mi desgracia, entró mi tía Mª Carmen con mi tío Andrés en el pub. ¿Qué leches pintaban  ellos dos en un pub? Como si una mano superior me hubiera coloreado de fluorescente en aquella escena, fijaron su vista en mí.
-          ¡Clara!, ¿qué haces aquí?
-          Hola tita,- le di dos besos-. Acabo de venir del centro de comprar unas cosillas y al pasar por aquí, decidí entrar a tomarme algo y descansar.
-          Pues hala, siéntate con nosotros y ya no estás sola. No está bonito que una mujer esté sola en un bar.
-          No pasa nada, tita. Si ya me voy. Ha sido una paradita inofensiva antes de llegar a casa.
-          No no. Nada de irte. Ahora vienen unos amigos. Te sientas con nosotros. Venga, coge tus cosas.
-          Eso, ahí sentada parece que vienes buscando plan. Eso pensaría yo si viese a una chica sola en un pub - apuntilló mi tío.
Me pregunté si el problema estaba en el hecho de que no está bonito, como dice mi tía, que una mujer se tome algo sola en un bar o en la mente calenturienta de mi tío Andrés.
-          De verdad- dije-, si ya me marcho.
-          Nada, nada, te vienes con nosotros- insistió mi tía.- Mira, ya están ahí nuestros amigos.
            Entraron dos parejas algo puretas. Pero, ¿qué harán en un pub estos cuatro?
-          Mirad- dijo mi tía,- esta es mi sobrina Clara. Estaba tomando algo sola y le he pedido que se quede con nosotros.
-          Vaya, es muy guapa- comentó una de las amigas-. Una chica bonita como tú no debe estar sola, no entiendo cómo es que lo estás.
-          Estos hombres de hoy, que vamos a tener que ponernos a repartir entre ellos bastones y perritos, porque deben de estar ciegos- dijo otro de los amigos.
-          Pero, vamos, si se expone así en los bares, no tardarán en salirle pretendientes- recalcó mi tía.
            Y todos rieron a la vez, como un coro de terroríficas gárgolas. Terrorífico. De un sorbo, me bebí lo que me quedaba del refresco, creo que me tragué un hielo y todo, pero tenía tantas ganas de salir de allí que ni lo noté. Me despedí. No quería estar delante de esos personajes un minuto más.
Esta historia podría haber acabado ahí, pero no fue así. Al día siguiente, mi madre, alarmada por la información que mi tía Mª Carmen le acababa de suministrar a primera hora de la mañana (información que seguro la tita habría “aliñado” un poquito), me suplicó que nunca más volviera a entrar en un bar a tomarme algo sola.
-          Hija mía, qué vergüenza. ¿Qué necesidad tienes tú de eso?
-          Mamá, que sólo me estaba tomando una Coca-Cola, ¡y light, para más INRI!
-          ¿Y no podías habértela tomado en casa?
-          Pero, ¿qué malo hay en eso?
-          Eso está muy feo, es de busconas.
-          ¿Quéeee? Mira, mamá, tú estás muy antigua. ¡Y la tita debe de estar aburrida! Que no critique tanto a los demás y mire un poquito para su casa, o le voy a tener yo que explicar qué hace la prima Lauri cuando va de camping con su novio. ¡Que no le vaya contando que duerme conmigo!
-          ¡A mí me da igual lo que haga tu prima Lauri!
-          ¡Sí, pero la tita bien que se mete en mis cosas para luego criticarme!
-          Mira, Clarita, hija, por favor, no vuelvas a hacer eso nunca más.
-          Mamá, por Dios, ¡que no he robado en el Corte Inglés, por favor!
-          Prométeme que no lo harás más. Ay, y las amigas también te vieron. Dentro de nada lo sabe todo el club de parchís.
            Efectivamente. Al día siguiente mi madre fue a echar su habitual partidita de parchís entre amigas y lo primero que se encontró fue a un grupo de chismosas haciendo todo tipo de preguntas a raíz de lo que mi tía les había contado.
-          Ya nos dijo Mª Carmen que vio a tu hija Clara en un bar el otro día. Dice que está muy mona. Hija, ¿y no le sale ningún hombre?
-          Es que, claro, a la edad de tu hija, sus amigas estarán ya casadas, ¿no? Debe de ser difícil encontrar alguien que esté libre para quedar.
-          ¿No ha probado a buscar un hombre en una agencia matrimonial?
            Mi madre salió espantada esa tarde de allí, tanto que nada más llegar a casa me hizo jurarle por la memoria de la abuela que nunca, nunca más, volvería a tomarme algo a solas en un bar.
            Además, en una ciudad con mentalidad de pueblo, ser soltera te convierte en un bicho raro, en especial para la familia. Lo normal es que, pasados los treinta, ya tengas pareja, e incluso hijos, y si no la tienes, pues entonces es que algo falla, en ti, claro.
            -     ¿Y de hombres cómo andamos?
-          No andamos - contesto.
-          Pero, niña, ¿nadie, nadie?
-          Nadie, nadie.
-          Será porque no quieres, porque ya tienes edad, ¿eh?
-          Es que la cosa está muy mal.
-          Pero ¿seguro que no hay nadie?
-          Que noooooo.
            Y te miran esperando encontrar en ti la confirmación a su sospecha: que seguro que eres una rara o una estrecha, o que tienes algún grave problema de salud que aún no has detectado o, claro, que eres lesbiana y todavía no has salido del armario. No es que tenga nada en contra de las estrechas o las lesbianas, pero creo que una tiene derecho a  la presunción de “inocencia”, al menos antes de que se pruebe lo contrario. Lo peor, eso sí, es cuando una termina por hacerse las mismas preguntas: ¿qué será lo que fallará en mí?
           Lo cierto es que todo el mundo trata de ayudarte, y ven fácil la solución a tu problema. Te aconsejan salir más, arreglarte siempre que salgas de casa (no se sabe quién puede aparecer mientras compras aspirinas, o mientras vas a tender ropa a la azotea, o tirando la basura o en una reunión de vecinos), apuntarte a cursos, al gimnasio, ir a cualquier acto al que te inviten aunque de principio no parezca interesante. Por lo visto, conocer gente es más fácil de lo que parece, pero ¡ES MENTIRA! Todo esto no son más que leyendas urbanas extendidas por editores de revistas de moda tipo Vogue o Elle que probablemente viven en un mundo donde lo más barato que se ponen es un pañuelo valorado por 100 euros y en donde ocurre esa magia de conocer a alguien mientras estás comprando la fruta en la tienda de la esquina del barrio más bohemio.  Pero, en un pueblo como el mío, en una realidad como la mía, no suceden esas cosas. Si vas a la tienda de la esquina sólo encontrarás un montón de “maris” que hace tiempo dejaron de lado su feminidad y al carnicero que lo más sexy qe te dice es:
-          Señora, le voy a “meté” cuarto y “mitá” de esta carne que “tá que quita tó er sentío”.
            Así que, si me lo permitís todas y todos los que habéis llegado a esta página y aún no os habéis cansado de leerme, desmontaré todos los mitos y leyendas urbanas antes mencionadas y pasaremos a analizar la verdadera realidad con la que hoy toda soltera que se precie pueda encontrarse.¿No es preferible esto que ver la portada del Cosmopolitan con un pedazo de tía en mini-bikini y un titular al lado diciendo “Consigue sin esfuerzo un cuerpo 10 para el verano y luce así de irresistible”? ¡Eso sí que es desesperante! Todo el mundo sabe que los cuerpos 10 se consiguen sólo de cuatro maneras:
1)      No comiendo, lo cual, para mí es impensable. Soltera y muerta de hambre. ¿Estamos locos?
2)      Operándote, lo cual cuesta un pastón y, además, es irreal. Ser la más bella gracias a la lipo o a la silicona. ¿Qué mérito tiene?
3)      Acudiendo al photo shop, pero, claro, entonces tu relación con los demás sólo tendría que darse a través de fotos, pues si se da cara a cara se descubre el engaño.
4)      Por obra y gracia de la genética, y ahí estamos en manos de la Sabia Naturaleza.
            Pues eso, pasemos a analizar, descuartizar y desmontar todas las leyendas urbanas de las que hemos sido víctimas y liberémonos, quitémonos la venda de los ojos y descubramos la realidad. No sé si seguiremos siendo solteras, lo que sí sé es que no seremos unas ilusas. ¿No es una buena opción?

sábado, 11 de diciembre de 2010

CRISTALITOS ROTOS

El profesor Templeton vivía para sus dos pasiones: la Física y el amor, éste último personificado en la figura de su amada Rosalía. Era tanta su entrega a estas dos pasiones que logró unirlas gracias a Newton y su Ley de Gravitación Universal.
El profesor pensaba que, de la misma manera que la Luna gira alrededor de la Tierra atraída por ella, y, a su vez, la Tierra, con el resto de los planetas, lo hacía alrededor del Sol constituyendo un Universo en perfecto equilibro, a nosotros, las personas, nos pasa algo parecido. Somos cuerpos que nos atraemos en un espacio demasiado extenso y poblado. Buscamos siempre acercarnos a otros cuerpos, dibujando alrededor de ellos órbitas que nos salven del pesado yugo de la soledad y así se equilibre nuestra existencia. La Ley de Gravitación Universal es la única explicación científica que, según el profesor Templeton, se le podría dar al amor, que funciona como una fuerza directora capaz de agrupar los cuerpos por parejas, capaz de adherirnos a la vida y hacernos continuar en ella, como los cuerpos celestes se mantienen fieles a sus órbitas en el Universo.
-          Ésa es la única teoría que soy capaz de dar para aclarar tan extraña cosa que es el amor, y la única que me hace entender por qué nuestro universo personal se vuelve tan caótico e insoportablemente vacío cuando nos abandona esa fuerza: la de amar y ser amados - comentaba en una de sus tertulias, las que mantenía cada jueves por la tarde en la cafetería de la Universidad donde impartía clases.
            Pero lo que no sabía el pobre profesor Templeton es que él, muy pronto, iba a verse inmerso en ese caótico universo carente de amor del que habló en su tertulia, pues, a los dos años de romance de película con su querida Rosalía, ésta le abandonó por un universitario, quince años más joven que ella, y que la volvió loca de amor de la noche a la mañana. Se ve que se acabó la fuerza que la mantenía unida al profesor y se encendió otra que le hizo girar nuevas órbitas alrededor de un nuevo amante de músculos maravillosamente esculpidos, cabellera abundante y cara de príncipe azul de cuento.
            A raíz del abandono, el profesor Templeton se hundió en la más terrible de las depresiones. Éste pudo experimentar lo que es “que el corazón se te parta”. Porque los corazones se parten, no es poesía ni metáfora: se resquebrajan hasta dividirse en pequeños trozos que se mantienen dentro del pecho como cristalitos rotos dentro de un saco. Cristalitos que se clavaban en lo más hondo del alma del profesor, causándole un dolor agudo y continuo que no le dejaba vivir en paz. Y tan roto se quedó su corazón que incluso, cada vez que andaba o se movía, podía oír el sonido de esos cristalitos rotos moviéndose dentro del saco que era su pecho. Un sonido que delataba su profunda pena.
            Desilusionado, el profesor Templeton quedó sumergido en lágrimas, gemidos suspiros y el tintineo de los cristalitos rotos que un día fueron un corazón enamorado. Este tintineo le acompañaba allá donde fuera. Al principio, todos se percataron de aquel extraño ruido que salía del profesor, pero, en menos de dos días, se acostumbraron, como si ese sonido fuera familiar, como si lo más normal fuera que de una persona rota  de amor brotara aquel sonido. Todos se acostumbraron a aquella sonora tristeza, todos, menos el profesor Templeton. Hasta que una mañana  encontró la solución, otra vez, en la ciencia. Si las cosas que no sirven y se tiran a la basura pueden reciclarse en nuevos objetos, ¿por qué no reciclar los corazones rotos?
            Con esta pregunta se encerró durante meses en su despacho, hasta que por fin elaboró un proceso científico, repleto de fórmulas y cálculos matemáticos, que permitiría a las personas liberarse del dolor que proporciona el desamor, dándoles la oportunidad de volver a amar como la primera vez, gracias a la adquisición de un corazón reciclado, hecho de los mejores restos que habían quedado de aquel que tenían y que quedó roto de desamor, pero con la oportunidad de que nada de lo triste y desgarrado que había a raíz del último fracaso amoroso quedara en ellos. Era como un corazón sin estrenar.
            Como manda la ciencia, el profesor Templeton decidió probar su experimento y así confirmar lo que sus teorías aseguraban, y para ello buscó a alguien que estuviera dispuesto a ser su conejillo de Indias. Son muchas las personas que van “tintineando” de desamor por ahí sin que nadie ya le dé la mayor importancia al hecho. El bueno del profesor se dio cuenta de que son muchas, muchísimas, las personas capaces de cualquier cosa con tal de recobrar las ganas de vivir, de eliminar de su interior tan dolorosos cristalitos rotos.
            Al muchacho se le encerró en una especie de armario metálico que el profesor diseñó, fabricó e instaló en el garaje de su casa. Este armario estaba herméticamente cerrado al exterior, aunque poseía una muy pequeña entrada de oxígeno de  fuera hacia dentro del mismo. Este oxígeno entraba por un pequeño tubito que terminaba muy próximo a la cara del joven. Éste, antes de entrar en tan extraño y mágico artilugio, tenía que ponerse una especie de escudo metálico para el pecho, constituido por una capa de cobre que permitía la transmisión a su corazón de las descargas eléctricas que se iban a suministrar en el interior de la cápsula a través de una manivela que reposaba en un lateral de aquella extraña cápsula-armario.
-          Será una descarga leve, suave, pero la justa para que tu corazón se reactive- le dijo el profesor Templeton antes de que el muchacho entrara en la “Cupido”, nombre que el profesor le había dado a la máquina.- No te dolerá, ya verás.
-          No creo que duela más que esta pena que llevo encima, profesor- el contestó el muchacho.
            Antes de la descarga se vertía una especie de gas que salía del suelo de “Cupido” hacia arriba, un gas cuya fórmula el profesor nunca quiso revelar, pero que sumergía al joven en un confortable sueño, a la vez que facilitaba la absorción de las descargas sobre el pecho. Lo que sí se podía decir de tan extraña sustancia era que olía muy bien y que como efectos secundarios sólo daba un poco de mareo y desorientación al despertar, efectos que pasaba en cuestión de segundos y por los que no había que preocuparse posteriormente.
            El experimento resultó ser un éxito y el joven “conejillo de Indias” olvidó su tristeza de amor en el mismo momento en que su corazón fue reciclado. La pena se le pasó, recuperó la alegría y la ilusión, y el dolor y repique de cristales en el pecho había desaparecido por completo.
-          ¡Claro, los cristales ya no estaban! La descarga ha rehecho lo que el amor rompió- le explicó el profesor, emocionado ante tan buen resultado.
            Y tan verdad era aquello que la prueba más evidente de ello fue que a los pocos días de su “intervención”, el joven encontró nuevamente el amor. ¡Eureka! El invento había dado resultado.
            La noticia de que el profesor Templeton había encontrado la fórmula de curar del mal de amores se extendió por toda la ciudad, y muchas fueron las personas que pidieron cita en la consulta del profesor para reciclar sus corazones, y, con ello, sus vidas. Parecía que eran más las personas que sufrían por amor que las que lo disfrutaban. Y muchas las personas que, aun sabiendo que el amor podía ocasionar el más doloroso de los dolores, estaban dispuestas a volverlo a experimentar.
            El número de “pacientes” aumentó tanto, que ya el profesor no daba a bastos con su consulta, y decidió montar una especie de “fábrica para reciclar corazones”. Allí construyó una extraña maquinaria consistente en un montón de “Cupidos” en cadena, todos ellos conectados a un dispositivo con dos botones, uno que al presionarlo suministraba la descarga eléctrica, y otro que introducía el gas mágico. Este sistema permitía llevar a cabo el reciclaje mediante procesos en serie, de tal manera que, mientras que en su consulta dedicaba una hora a cada persona, en el mismo tiempo en la fábrica podía “arreglar” a diez personas. Y así fue. La clientela aumentó considerablemente, y ya venía gente hasta de otros pueblos y ciudades. Aquello había resultado ser todo un éxito, y, lo que es más importante, un alivio para los corazones rotos.
            Pero, un buen día, desde su despacho en la fábrica, el profesor Templeton pudo divisar que, en la cola de personas que esperaban su turno para el reciclaje, se encontraba aquel joven que fue una vez su “conejillo de Indias”. Esa visión le contrarió. <<¿Es que acaso su corazón no quedó arreglado totalmente?>>, pensó el profesor. Y, en ese mismo instante, de repente, descubrió que en esa misma cola había más personas que ya habían pasado por allí otra vez.
-          Clara, ¿sabes si mucha gente ha venido más de una vez para reciclar su corazón? – le dijo a su secretaria.
-          Sí, profesor. Supongo que se les habrá vuelto a romper– respondió la secretaria.
-          Pero… ¡eso no puede ser! – exclamó el profesor Templeton.
            Y es que no contó con eso: si los envases de cartón de leche que se hacían con papel reciclado podían volver a romperse, ¿por qué  los corazones reciclados no iban a correr la misma suerte? Y la idea de que tal vez no había solución contra el desamor le produjo tal angustia que los cristalitos le oprimieron más que de costumbre hacían. Cuando se dispuso a salir del despacho vio que su secretaria le miraba divertida.
-          ¿Pasa algo, Clara? – le preguntó el profesor.
-          ¡Nada! Es sólo que me hace gracia ese “clin-clin” que sale de usted cada vez que se mueve. Lleva usted ya mucho tiempo con eso. Quizá ya es  hora de que usted se meta en una de esas máquinas suyas, ¿no cree’
            ¡El tintineo a cristalitos rotos, aquellos en que quedó reducido su corazón! Se había acostumbrado a su sonido de tal manera que ya casi no lo percibía.  Entre tanto jaleo que había causado su invento… ¡el profesor Templeton se había olvidado de reciclar el suyo propio! Pero, ¿por qué? ¿Es que, inconscientemente, no estaba seguro de que un corazón reciclado fuera la solución adecuada?
            El pobre profesor estuvo toda la tarde encerrado en su casa, reflexionando sobre el tema, al son de esos cristalitos rotos que se mantenían en su pecho. Tras horas y horas, el profesor Templeton entendió que, verdaderamente, un corazón reciclado no era resistente al fracaso amoroso. Y la explicación era muy sencilla: se debía a los efectos secundarios que provocaba el “tratamiento”. Ciertas moléculas extraídas de restos de la prensada de la uva (los mismos que se utilizan para la elaboración de orujo) y que formaban parte de aquel “mágico gas” iban directas al cerebro tras ser aspiradas por el “paciente”, y esto provocaba la eliminación de los recuerdos, esto es, al final también se reciclaba la mente de la persona. 
-          Es como ir en moto sin casco, tener un accidente, casi abrirse la cabeza, y una vez recuperado del mismo no recordar la necesidad de llevar casco. Es decir, no aprender la lección que el error cometido casi te lleva a la muerte- comentó el profesor lentamente, en voz alta, con la pipa en la boca, sin percatarse de que una extrañada Clara estaba frente a él con una nueva lista de “pacientes” en la mano.
            El profesor Templeton descubrió que el dolor es algo que no se puede, más bien, no se debe quitar de la vida de las personas. Por ello al día siguiente, mandó cerrar la fábrica de reciclar corazones ante la protesta de todos los “Romeos y Julietas” rotos de amor que habían en lista de espera para ser sanados.
            Dos semanas más tarde, el equipo de demolición del Ayuntamiento la derribó, aprovechando su terreno para construir un hermoso parque, que, con el paso de los años, y muy casualmente pasó a llamarse “El Paseo de los Enamorados” (no sólo por la belleza del sitio, sino también por un suceso tan morboso como el hecho de que allí pillaron al hijo de un influyente empresario de la ciudad en plena faena amorosa).
            El profesor Templeton aprendió a convivir con sus cristalitos rotos, no porque ya le resultaban indiferentes, sino porque los asimiló como parte de su existencia. Sin embargo, al cabo de un año, esos cristalitos dejaron de sonar, y fue entonces cuando el profesor comprendió que ya todo había sido superado. En ese preciso momento de su vida apareció Celia, la nueva bibliotecaria de la Universidad, que no dudó en llamar a su corazón, un corazón que ya había dejado de sonar y de pinchar en el pecho, y que descansaba  entero y vivo de nuevo. El profesor volvía a “entrar en órbita”. Y aunque sabía que el éxito no lo tenía asegurado, daba gracias al menos por el hermoso don de volver a sentir el amor. Pues, si algo aprendió el profesor Templeton de todo lo vivido fue, primero, que a los corazones hay que dejarlos cicatrizar solos (pues, a su ritmo, lo consiguen) y que, en verdad, de amor (o de desamor) no se muere nadie.