Bienvenidos a mi blog

Espero que disfrutes con mis escritos. ¡Deja un comentario!



domingo, 21 de noviembre de 2010

HISTORIA DE UN FLECHAZO (del libro Días Mundiales)

Como cada lunes, el metro rebosa de gente. Lo cierto es que se convierte en una especie de hormiguero humano: nos amontonamos, empujamos, esquivamos y hasta nos ignoramos, porque vamos cada uno a lo nuestro, con nuestra carga de cada día, sólo esperando poder llegar al final de la jornada sin haber perdido nada de lo bueno que tenemos. Sin embargo, y a pesar de tanto tumulto, hoy he tenido suerte, y he cogido asiento a la altura de la segunda parada. Levanto la vista para ver cuántas me quedan y es en esto cuando me topo con sus ojos, grandes y oscuros como dos botones de nácar negro. Simplemente asombrosos. Entre tanto vaivén del metro, creo intuir una sonrisa hacia mí. Le correspondo, y bajo de nuevo la mirada, mientras me coloco mejor el flequillo. ¿Será que le he gustado?
            Levanto la mirada nuevamente, y ahí están sus ojos, fijos en mí, al igual que su sonrisa que, implacable, sigue sobre su rostro como una media luna blanca. Le correspondo con la mía, y, de repente, noto que enrojezco, tanto que mi cara deja de serlo para ser una enorme bombilla roja. La verdad es que el chico no está mal. Y no tiene mal gusto vistiendo: vaqueros y camiseta con la frase “Leer construye por dentro”. ¡Si es hasta culto! Lleva una mochila a cuestas, y una raqueta de tenis. Seguro que es un buen deportista, un chico sano, saludable… ¡Me gusta!
            Continúa  mirándome fijamente, y yo sigo ruborizada. Subo y bajo la mirada una y otra vez, como si con la mirada pretendiera subir y bajar una cremallera de...de sabe Dios qué parte de su vestimenta. No me atrevo a ser tan directa como él lo está siendo conmigo. Sí, le he gustado, y he tenido suerte pues, físicamente, la verdad, no está mal y, además… ¿qué lleva en el cuello? ¿Un crucifijo? ¡Intelectual, deportista y religioso! O, por lo menos, espiritual. No está mal para los tiempos que corren. Seguro que canta en su parroquia, en un coro. A lo mejor da catequesis,  a adolescentes, o quizás a niños que se preparan para la Primera Comunión. Y siendo tan católico, seguro que querrá una boda por la Iglesia. Jo, yo que soy tan capillita, más que la Virgen de los Reyes... Ya me veo, de blanco, con ramo de rosas rojas, entrando en la Iglesia, mientras a un lado y a otro contemplo a toda mi gente, en especial mis tías y primas,  mirándome, entre envidiosas y admiradas, como cotorras que se preguntan por qué ellas o sus hijas no consiguieron lo que yo he conseguido.
            Tendremos hijos que estudiarán en los mejores colegios y…
            La voz que anuncia la siguiente parada me saca de mis sueños, y “mi amor” se pone en pie, saca su bastón y pidiendo paso educadamente, se abre camino entre la gente a tientas y a bastonazos. ¡Es ciego! ¡Yo creyendo que me miraba y es ciego!       Las puertas del metro se cierran, y tras ellas se pierde mi amado, escaleras arriba, y con él, todos mis sueños y deseos de que la vida sea algo más que esta rutina que empieza cada lunes en el metro.