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domingo, 23 de enero de 2011

3ª LEYENDA URBANA SOBRE LA SOLTERÍA: ¡APÚNTATE A UN CURSO, ALLÍ SEGURO QUE CONOCES A ALGUIEN! (2ª parte)


            Hace dos semanas que comencé el curso de cocina, y, gracias a Dios, no he vuelto a ver a Sergio. Hoy por la tarde empiezo el curso de masajes al que me apunté. Me dirijo al lugar. Es un gimnasio de moda que han abierto y, para ganar clientes, organizan cursos baratos, interesantes y que te permiten usar las instalaciones durante la realización del mismo.
            El gimnasio está fenomenal, súpermoderno. Tiene de todo: restaurante macrobiótico, salas de actividades colectivas, sala de musculación, sala de spinning, piscina, spa, sauna, solarium, tienda de ropa deportiva, salón de belleza y la sala de masajes, donde nos quedamos nosotros, los alumnos del curso, tras el tour por el gimnasio.
            La sala donde recibiremos el curso de masajes está muy muy bien, pero lo que están bien de verdad son algunos chicos que han asistido al curso. Un par de ellos son mi tipo: morenos pero con algunas canas interrumpiendo la negritud de su pelo, cuarentones, atractivos…¡y solteros! Al menos no llevaban anillo de casado, que, a estas alturas de la vida, es en lo primero en que me fijo cuando conozco a un hombre. Sí, es así. Si alguien me pregunta en qué es lo primero que me fijo cuando conozco a alguien, no digo eso de “en los ojos” o “en su sonrisa” o “en el culo”. Yo lo tengo claro: lo primero en que me fijo es en las manos, pero no por fetichismo ni nada por el estilo, sino por simple cuestión práctica: si tiene anillo de casado o no. A estas alturas, y en mi pueblo, la gran mayoría tienen anillo, así que hay que andarse con cuidado y no bajar la guardia con el primero que te venga diciéndote algo bonito. Es cierto que puede que algunos se lo quiten para una noche de escarceo amoroso, pero si algo pasara entre ese sinvergüenza-sin-anillo-cuando-tenía-que-tenerlo-puesto y yo, alma cándida errante buscando amor, no sería culpa mía, sino suya por ser eso, lo dicho, un sinvergüenza mentiroso. En fin, siento este momento de alteración. Prosigo con el curso, que promete.
            Como decía, hay un par de tipos interesantes en el curso. No están nada mal. Mmmm, pienso que este curso de masajes va a resultar una buena elección. Hay otro chico, no tan apuesto, pero que tiene su punto. Tres hombres, buen comienzo. El resto somos mujeres, cinco contando conmigo. Somos ocho en total, número par, así que, teniendo en cuenta que el curso dura unos ocho días, es estadísticamente probable que al menos una vez me toque con alguno de ellos si nos ponen por parejas, que nos pondrán, digo yo. Si no, ¿cómo vamos a aprender a masajearnos? Tuve el temor de que, con mi suerte, lo hiciéramos con muñecos hinchables o algo así. La profesora, una pelirroja y pecosa de unos cuarenta años, se presenta:
-          Buenas tarrrrdes. Me llamo Karrrrina, y porrrr mi asento podrrrrán adivinarrrr que  no soy de Trrrrrrriana. Jojojojo.
            ¿Chiste?
-          Soy alemana, perrrro afincada en España hase unos trrrrres años.
            Y entonces empieza a contarnos todo su periplo profesional. Que se marchó a la India y a China, estando dos años en cada uno de estos lugares, para profundizar y aprender de todas las técnicas de masajes de estos lugares tan sabidos en estos temas; que una vez habiendo asimilado todo sobre masajes orientales, se marchó a Estados Unidos y allí estuvo viviendo y trabajando durante tres años, de centro en centro de masajes, poniendo en práctica todo lo aprendido anteriormente y profundizando, si cabe, en el tema. Después, se marchó a Marrakech y durante seis meses trabajó en hoteles de lujo como masajista y, como no, aprendiendo sobre masajes árabes. Más tarde estuvo año y medio en Turquía, trabajando, evidentemente, como masajista y aprendiendo todo sobre baños turcos y, tras dicho año, se pasó otro más en Inglaterra, trabajando y aprendiendo, si es que aún le quedaba algo más que aprender sobre masajes. Yo ya andaba algo mareada de tanto trajín por el mapamundi cuando Karina termina, por fin, su historia:
-          Y ya me vine a España, concrrrrretamente a Andalusía, que me encanta.
            Y donde no se ha quedado para aprender nada. Se ve que, o lo sabe todo ya, o no tenemos mucho masaje autóctono que enseñar por aquí. Eso sí, descubrió la comida mediterránea, el buen vino, los toros, la siesta y el sol (viva España), y decidió que ya era hora de parar y afincarse en un sitio fijo.
            Tras la historia nos muestra un álbum de fotos que certifica todo lo contado. Vemos fotos de Karina con sari y dando masajes a un fornido hindú; vestida de mora en un baño turco y masajeando de una forma muy elegante a una señora oronda, en varios centros de masajes, masajeando de mil formas a un montón de gente, rodeada de esencias, untando cuerpos con unos ungüentos …y luego veo unas fotos que empiezan a ponerme en alerta: Karina con una especie de bastón (como el de la profesora de “Fama”) frente a un cliente tumbado boca abajo; después sosteniendo ese bastón como un rodillo de cocina de esos que amasan y dándole a la espalda del cliente  como si éste fuera una masa de pan a la que aplastar y amasar (por el que empiezo a sentir lástima, pobre, tendría una especie de promesa o penitencia que cumplir). Me asusto, pero al mirar a mi izquierda y ver a uno de los chicos del curso me planteo que quizás tiene su punto rec ibir una masaje así de uno de ellos. Me tranquilizo. Paso página y veo a Karina de pie sobre otro cliente, agarrada a unas especies de asideros en el techo, y haciendo como que camina sobre la espalda de dicho sufrido cliente. Me vuelvo a alarmar. Miro a mi lado buscando a uno de los chicos del curso para volverme a tranquilizar pero, sin embargo, veo a una de las chicas algo entradita en carnes y me la imagino sobre mí, como Karina en la foto, y me empiezo a poner nerviosa.
-          Conmigo aprenderrrrrán todas estas técnicas sin nesesidad de viajarrrrr tanto porrrrr el mundo- aclaró Karina.- Perrrrrro quierrrrrro que sepan que en mis clases hay que llevarrrr una indumentaria espesífica.
            Y entonces Karina saca unos tangas de papel muy muy pequeñitos y agitándolos en sus manos con un dedo y mirada picante nos dice:       
-          Eso sí. Aquí no quierrrrro inhibisiones. Hoy no, pero todos los días, durante las clases, que serrrrrán absolutamente prrrrrácticas, llevarán tanga. Sólo tanga. Nada de verrrrgüensas, nada de corrrrrtes absurrrrrrdos. Somos adultos y no niños de colegio. No mirrrrarrrremos los cuerrrrrrpos como tales, sino como instrrrrrrumentos de aprrrrrrrendisaje.   
            Sí, porque tú lo digas, vamos. Que voy a mirar yo a estos hombres en tanga como si fueran palos en bragas. ¡Como si yo tuviera costumbre de ver todos los días hombres semidesnudos a mi lado, dispuestos a toquetear y ser toqueteados! Que una no es de piedra. Y lo que es peor, ¿que me voy a poner yo aquí en tanga delante de toda esta gente, sin conocerlos siquiera? Me muero del corte. Mira, ella será muy moderna, muy viajera y muy alemana, pero yo tengo que reconocer que soy muy de pueblo (más que me pese), y los cuerpos desnudos los veo sólo si son de la familia (y según el parentesco, la edad y la circunstancia) o después de un proceso de conocimiento concreto seguido de un arrebato de pasión, que una es, en el fondo, muy decente o muy mojigata, qué le vamos a hacer. Y lo de que en la playa la gente está prácticamente desnuda no cuenta, ¿eh?
-          A parrrrrtirrrrrr del prrrrrróximo día, ¡¡¡fuerrrrra rrrrrropa!!! ¡¡¡Todo el mundo en tanga!!!Jojojojo.
            ¿Es mi imaginación o Karina sabe hacer con los ojos lo mismo que Marujita Díaz? ¡Viciosa! Salgo por la puerta muy digna yo y determino que no volveré a este curso tan raro. Tampoco se me va la vida en aprender masajes. Y yo ya decidiré a quién quiero ver en tanga y quién quiero que me vea a mí. Ea.


-          Chica, Clara qué quieres que te diga, yo creo que habría hecho lo mismo- me dice Roberto, cuando le cuento lo del curso de masajes. Han pasado cuatro días desde la “fiesta alemana del tanga”.
-          ¿En serio? Yo creía que todos los gays erais algo promiscuos…-comenta Carolina.
-          Sí, y yo que todas las rubias son tontas y tras tu comentario voy a tener que aceptar que así es- contestó Roberto, algo mosca mientras Carolina, muy rubia ella, pone cara de no entender nada.
-          Bueno, no te mosquees- dice- En cuanto a ti, Clara, mira, yo no sé qué habría hecho en tu lugar…
-          ¿Que no lo sabes? ¿Tú te lo habrías quitado todo para ponerte un tanga que te tapa sólo, y muy a lo justo, tu parte no-rubia?
-          Bueno, mujer, yo siempre he sido algo loquilla…
-          ¡Anda! La de los tópicos…- exclamó Roberto.
-          A ver, he sido algo loquilla hasta que conocí a Yeyo, mi ex.
            Y suspira, mientras Roberto y yo tememos que vuelva a contar la historia de su ruptura y su desamor por enésima vez. Entiendo que esté mal, pero es que se repite más que la Belén Esteban con el tema de Jesulín.
-          Con Yeyo me formalicé. Cambié tanto que mis amigas antiguas no me reconocían. Y ya, después de tantos años, me resultaría muy difícil volver a ser loquilla. Más que difícil, me daría pereza. Ya una tiene cierta edad…A lo mejor habría hecho lo que tú, y me habría ido, no sin antes darle a la alemana esa la dirección de una buena herboristería donde pueda comprar tila de calidad, porque se la ve algo desenfrenada.
            En ese momento suena una salsa, y un chico con acento cubano nos dice que comienza ya la clase de salsa y nos invita a salir a la pista. Roberto, Carolina y yo nos enteramos de este “curso” y decidimos apuntarnos. Cada jueves, a partir de las nueve de la noche, aprendes salsa de la mano de Lorenzo, un cubanito con mucha gracia,  y pagando sólo la consumición que te tomes. Y en ello estamos, profundizando en los ritmos caribeños. Salsa, merengue, bachata, cha-cha-cha…Sin la obsesión por conocer a nadie ni el deseo de que se cumplan ciertas expectativas. Sólo por el mero hecho de aprender…y disfrutar. Allí estamos los tres, dejando a un lado los vacíos que ansiamos llenar, simplemente divirtiéndonos. Al fin y al cabo, las obsesiones, los anhelos, los deseos, los sueños y los vacíos, sobre todo los vacíos, seguirán ahí cuando las luces de la fiesta se apaguen y la música deje de sonar.