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lunes, 11 de abril de 2011

5ª LEYENDA URBANA SOBRE LA SOLTERÍA: ¡APÚNTATE A UN GIMNASIO QUE ALLÍ CONOCERÁS A MUCHOS CHICOS! (1ª parte)


            Esta es otra leyenda urbana que es preciso y urgente desmentir. El principal objetivo que uno debe perseguir al apuntarse a un gimnasio es el de perder peso, porque si eres fiel al ejercicio físico, esa decisión no te decepcionará. Pero si lo que buscas es encontrar allí al hombre de tu vida entre pesas, toallas y botellines de agua…pues siéntate y espera. Si estás sudorosa, con los pelos por la cara o pegados a la frente, las “chichas” que te salen por la cintura más al descubierto que nunca (en algunos casos, la 2ª e incluso 3ª barriga empieza a vislumbrarse), resoplando en la clase de spinning, teniendo que renunciar a las pesas de 1 kg por las de medio kg para evitar dejarte el alma en el body pump, y comportándote como una patosa en una clase de aerobic, así no hay manera de sacar afuera el sex appeal, y mucho menos, es muy complicado que alguien se fije en ti. Aún así, y arriesgándome a no conocer a nadie interesante, he decidido apuntarme al gimnasio, pues en las inmediaciones de las caderas me están saliendo unos bultos sospechosos con los que yo no contaba. Mmmm, es extraño, pues yo no los tenía antes, al menos no los había visto. Y es más extraño aún ya que no estoy comiendo más…debe ser que con los años es verdad eso de que una empieza a esponjar y a dar de sí. Pufffff, de repente tengo una visión de mí dentro de unos treinta años: los dientes amarillentos por el café y el tabaco, a los que me he entregado como única vía de desfogue; el pelo encrespado porque la paga de jubilación que me ha quedado no me permite comprarme el champú que va bien para mi cabello; rodeada de gatos que no paran de morderme para quitarme los cereales que me aficionado a comer mientras veo la ristra de telenovelas que voy enganchando una tras otra a lo largo de toda la tarde (gatos a los que, por supuesto, he castrado, para que ni se les ocurra reproducirse por su cuenta y termine yo cuidando una prole que, para colmo, no es la mía); y empotrada en un sillón del que difícilmente puedo levantarme porque mi culo se ha empeñado en cobrar un protagonismo en mi cuerpo que no merece. Sacudo mi cabeza ante tan terrorífica escena futurista y corro hacia el gimnasio a apuntarme antes de que todas las mujeres de mi pueblo hayan tenido la misma visión que yo y me quede sin plaza.
            Decido comenzar esta misma tarde. Llevo la bolsa de deporte con todo lo necesario. Me han dado un horario con las clases y he decidido que voy a meterme en la clase de walking, así que me dirijo al vestuario para cambiarme. Una vez vestida para “la guerra” miro a mi alrededor y caigo en la cuenta del mundo en el que me he metido. ¡Todas las chicas son espectaculares! Con sus minicamisetas, sus mallas estrechas, sus piernas largas, los pechos muy firmes, los hombros redondos y tonificados, los traseros prietos…¿para qué vienen éstas al gimnasio? ¿Por qué, si ya están así, no dejan de venir y nos dan un respiro a las que parecemos un saco de patatas? Me miro al espejo intentando encontrar algo de lo que presumir entre tanto cuerpo fibroso pero la ropa que me he traído es del montón de “lo que ya no me pongo y voy a dar una última oportunidad antes de tirarlo”, en concreto una camiseta de esas de propaganda que me dieron en el súper, unos pantalones de chándal negro, los zapatos de deporte que me pongo cuando voy al campo, un moño alto recogido de mala manera y mi botella de agua a la cadera. No sabía yo que había modelitos para gimnasio, de todas maneras dudo mucho que a mí me quede como a éstas. Anda, mira aquella, si tiene toda la taquilla llena de zapatos de deporte y está mirando cuál le queda más ideal con el conjunto negro y rosa fucsia que lleva puesto. Y aquella otra con la cara maquillada. Cuando sude y se limpie, la toalla se le va a quedar como el manto de la Verónica, con la cara plasmada con todo detalle en ella. Y aquella otra parece la Virgen de los Llantos, cargada de alhajas…no sé para qué cogerá pesas si con lo que lleva encima ya va tonificándose. En fin, saco la toalla y me dirijo a la clase, a esconderme en el último rincón y no ser vista por nadie mientras, intentando no hiperventilarme con tanto resoplido, veo qué tal está el panorama masculino. (CONTINUARÁ...)

miércoles, 23 de febrero de 2011

4ª LEYENDA URBANA SOBRE LA SOLTERÍA: DE UNA BODA SALE OTRA BODA.(3ª parte y última)

Llevamos unas dos horas fiesta post-banquete, y Juan no ha caído en las redes de Nadia, lo cual me hace pensar que el chico es más inteligente de lo que pensábamos todos. La verdad es que Nadia ha hecho lo indecible: que si vamos fuera a fumarnos un cigarrito, que si bailemos este reguetón muy pegaditos, que si mírame si tengo la cremallera arriba que me noto el traje flojo…le ha faltado desnudarse delante de él y bailar a lo Shakira, pero el chico no ha caído. Vaya, se me acaba de pasar un flash por la cabeza: ¿y si es gay? En fin, tal y como están las cosas, y con mi suerte, no me extrañaría nada.
-          No, no, Clarita, no te preocupes. Juan es muy macho, lo que pasa es que  no le gusta la petarda de Nadia- me confirmó Alejandro- ¿Por qué no le atacas tú?
-          ¿Yo?
-          Sí, hija. Anda, date un homenaje.
-          A lo mejor no le gusto…
-          No creo. Él me ha dicho que le caes muy simpática…
¡¡¡Al ataqueeeeeeeeeeee!!! He decidido salir fuera del salón un rato para fumarme un cigarrito mientras elaboro mi estrategia de abordaje. ¿Mi estrategia? Mmmmm, ¿cuándo fue el momento en que los hombres decidieron dejar de cortejar a las mujeres para ser ellas las que empezaran la conquista? Pienso que con la igualdad hemos ganado mucho, pero la hemos cagado en el plan amoroso. Yo soy una mujer joven y moderna, pero me sigue gustando que sea el hombre el que dé el primer paso, el que se acerque, el que ronde el terreno, tantee a la chica, intente ganársela…pero no, hoy no, hoy los hombres se han apalancado y simplemente esperan a que nosotras, pardillas, vayamos a ellos, muchas veces para nada. Y hoy la historia vuelve a repetirse. Me gusta Juan, pero si quiero algo voy a tener que ser yo la que se acerque y de una u otra manera le haga ver mi incipiente interés hacia él. Pffffff, no sé si me apetece…ya estoy harta de dar pasos para nada. Bah, es mejor dejar las cosas como están…¡que se lo lleve Nadia, que parece no importarle ser ella la que dé el primer paso! Yo ya estoy cansada de siempre lo mismo…
-          ¡Hola! ¿Tienes otro cigarro para mí?
Para mi sorpresa (y una sorpresa muy agradable)…¡¡es Juan!! ¿Habrá alguna forma humana de que los pensamientos puedan oírse? Porque él parece que me ha escuchado.
-          Sí, claro. Toma. Yo me voy a fumar otro.
-          ¿Otro?
Mmmmm, ¿no debería fumármelo? ¿Le pareceré que fumo mucho? ¿Será que  mi aliento huele ya demasiado a tabaco y es su forma de decírmelo? ¡Paso de paranoias! ¡Me fumo otro!
-          ¿Escondiéndote de Nadia? – le pregunto, entre irónica e intrigada.
-          ¿Se me nota mucho? Es simpática, pero un poco pesada con tanta India y tanto leproso.
¡Fantástico! Parece que no debo preocuparme por el factor Nadia.
-          ¿Lo estás pasando bien? – me pregunta Juan.
-          Sí, he de decir que de las cincuenta bodas a las que he asistido a lo largo de este año, ésta está entre las mejores. De hecho, lleva camino de ser la mejor- le contesto, esperando que capte la indirecta.
-          ¿Cincuenta bodas?
Pues no, parece que no la ha captado.
-          Bueno, es un decir. Cincuenta no, pero más de las que me gustaría, sí.
-          ¿No te gustan las bodas?
-          Sí, sí que me gustan…
-          Pero llega un momento en que te preguntas cuándo irás a la tuya, ¿no?
-          ¡Vaya! ¿Tan desesperada se me ve?
-          No, mujer, no. Es la pregunta que nos  hacemos todos.
¿¿TODOS?? ¡¡Ay, qué monooooooooooo!! ¿No es para comérselo? ¡¡Un hombre al que no le importa reconocer que quiere casarse!! Este para mí, para mí, no voy a dejar que se me escape, no, no…

La hora que siguió a esa revelación fue maravillosa. Entre cigarrillo y sorbito de cava, Juan y yo hemos hablado de lo difícil que está encontrar a alguien para saltar después a lo encantadores que son Alejandro y Lucía, lo buena pareja que hacen, la historia de amor tan bonita que han tenido, cuando, de repente, ¡zas! Juan me da el primer beso. No me dio tiempo a reaccionar y ya me estaba dando otro, otro y otro más. De repente, me encontré entre sus brazos, y empujada por él hacia un rinconcito que había en el patio donde nos habíamos quedado charlando. Le freno en un intento de decir unas palabras, tales como:
-          Oye, yo...
-          ¿Qué pasa? – me dice él, con cara de susto.
Quiero decirle que yo soy una chica formal que no me voy dando el lote en todas las bodas con el primero que me lo insinúe, pero…¿por qué romper la magia del momento? ¿Y si Juan es EL HOMBRE y aquello el comienzo de la gran historia de amor que llevo esperando toda mi vida? Llego a la conclusión de que mejor me callo y me abalanzo sobre él, acto que fue muy bien recibido por su parte. Pero justo en ese momento oigo que la orquesta dice que los novios iban a decir unas palabras.
-          Estoy muy a gusto, pero creo que deberíamos ir para no dar mucho el cante y ya luego nos retiramos para seguir con esto, ¿te parece?- le digo.
-          Tienes razón.
Nos recomponemos, bueno, más bien, me recompongo yo un poco el tocado, y nos dirigimos hacia el salón. En ese momento, Alejandro habla de cómo conoció a Lucía y de la sacudida tan grande que sintió por dentro en el momento en que le dio dos besos cuando se la presentaron. Continúan hablando de cómo fue forjado su amor en la distancia y de lo definitivo que fue el irse a vivir juntos. Ahí supieron que aquello tenía que terminar en boda. En ese momento la orquesta empieza a tocar el tema “Somebody to love” de Queen, y a pesar de ser algo rockero, Alejandro y Lucía, acompañados de todas las parejas allí presentes salen a bailarlo como si de un vals se tratara. Y yo caigo en la cuenta de que eso es lo que yo quiero, alguien con quien bailar mi vals, con quien tener la historia de amor más bonita que jamás haya podido soñar y sentir que la espera ya ha terminado porque por fin le encontré. Y me sorprendo a mí misma canturreando con la orquesta el estribillo: <<Can anybody find me somebody to love? Find me somebody to love, find me somebody to love…>>.
-          ¿Nos vamos?- me susurra Juan, al oído.
Le miro. ¡Jo, qué guapo es el endemoniado! Pero, sorprendentemente, me doy cuenta de que no busco un rollo para pasar el rato y luego si te he visto ni me acuerdo.
-          ¿Clara? ¿Me has oído? ¿Qué me dices, nos vamos? – insiste Juan.
-          Can anybody find me somebody to love? – le canto.
-          ¿Ein? – puso cara de  póker.
-          Verás, Juan, yo…yo estoy cansada de rollos que no van a ningún sitio.
-          ¿Perdona?
-          Verás, lo que quiero decir es que por qué no vamos más lento, por qué no nos sentamos a hablar, o bailamos románticamente y dejamos que el beso llegue cuando nos demos cuenta que nos gustamos mucho y que nos queremos volver a ver mañana, y el otro, y el otro…
-          ¿Ein?
Vaya, por la cara de Juan (mezcla de asco y sorpresa), parece que le he chafado la noche.
-          Creo que me has malinterpretado – me dice, empezando a ponerse colorado.
-          ¿Malinterpretado? – no entiendo nada.
-          Sí, yo sólo pensaba en pasarlo bien y, no sé, parece que te he confundido un poco…
-          ¿Un poco? Perdona, pero tú has estado hablando de estar harto de asistir a bodas que no son la tuya.
-          ¿Y tú pensaste que después de esta noche yo te iba a pedir en matrimonio?
-          ¡No! ¡No es eso! Yo, yo pensé que podía interesarte para algo más y…y…
Y en ese momento me doy cuenta de lo absurdo que es mantener aquella conversación con ese individuo que, instantáneamente ha pasado de príncipe a rana, pero rana de las feas. Me siento como cuando abro un yogur y vuelvo a encontrarme en la tapa aquello de <<siga jugando y ¡gracias por participar!>>. Lo dicho, tampoco esta vez iba a ser LA VEZ DEFINITIVA. De repente veo a Nadia en la pista, bailando (o estremeciéndose, no sé muy bien cómo describir aquel movimiento que parecía más bien un espasmo después de haber metido los dedos en el enchufe). La señalo y le dijo a Juan:
-          Quizás deberías probar suerte con ella.
Juan me mira, la mira a ella, me mira...:
-          Ha sido un placer, Clara. Ya nos veremos por ahí.
¡Y el muy idiota se va hacia ella, imitando sus espasmos! Por un momento me sentí hecha polvo, abandonada. Luego me vino la culpa, el remordimiento, esa vocecita interior que dice que quizás me he precipitado y lo he asustado, pero, rápidamente me vuelve la cordura y me digo…:
-          ¡Qué narices! Voy a tomarme una copa y a bailar.

Nadia terminó enrollándose con Juan, y luego vino corriendo a contárnoslo. Yo le iba a decir que ella había sido segundo plato esa noche, pero preferí callarme y dejar que la pobrecita disfrutara de su “triunfo”. Me sentí como una súper heroína, poderosa en silencio.
Cuando me marché de la boda eran las doce, y aunque era de noche, decidí pasear hasta casa. Me asombré de no sentirme deprimida por lo ocurrido con Juan. Al contrario, estaba orgullosa de mí misma por darme cuenta de lo que quería para mí, y por haber sido capaz de resistirme a la tentación y rechazar lo que no entraba en mis planes. Me ilusioné con la idea de que, algún día, yo también encontraría lo que Lucía había encontrado en Alejandro. Sólo debo ser paciente, porque, a ver, ¿qué no tengo yo que tengan ellos como para no llegar a tener mi propia historia de amor?
En ese momento paso por delante de un mendigo, un pobre señor con sólo dos dientes en la boca, la cara ennegrecida y una gorra del equipo de fútbol del Cádiz en la cabeza. Me siento tan contenta que le doy las buenas noches, y él me responde:
-          ¡Bendita sea la madre que te parió, guapetona! ¡Doy gracias al cielo por alegrarme la noche con esta visión maravillosa y me cago en “tós” los hombres de este puñetero pueblo que no han sabido ver tu hermosura y han dejado que vayas sola por la calle!
Joder, ¡qué piropazo! Me siento tan agradecida que me voy hacia él y le planto todo un señor beso en la frente.
-          ¡Dios le conserve la gracia y la lucidez! – le digo.
No ha ido tan mal la noche, pero que no se me olvide lavarme la boca y los dientes unas setecientas veces cuando llegue a casa que este señor será muy amable, pero debe tener de piojos…

lunes, 14 de febrero de 2011

4ª LEYENDA URBANA SOBRE LA SOLTERÍA: DE UNA BODA SALE OTRA BODA.(2ª parte)

            Ya estoy en la Iglesia. Madre mía, cuánta señora “empamelada”. Algunas parecen el resultado de un cruce genético entre un árbol y una mujer. Es increíble. Ah, ya diviso a mi gente y…sí, ya diviso a Nadia, la reina hippy-pija y su corte de imitadoras.
-          Hola Clara, cuánto tiempo- me dice Nadia, y nos damos dos hipócritas besos que bien podrían habernos quemado las mejillas.
-          ¿Qué tal Nadia? Sí, mucho tiempo. ¿Cómo estás?
-          Muy bien, chica. Acabo de venir de la India. He estado allí un mes para encontrar un poco de paz interior y hacer meditación, y me ha venido fenomenal. Tú deberías ir, porque se te ve agotada.
            Ya estamos. Mucho meditar y mucho buscar paz interior, pero sigue tirando a dar. Qué tía. Si la pobre Madre Teresa de Calcuta levantara la cabeza no dudaría en vetarle la entrada en la India a esta lagarta. ¡Menuda es! Habrá dejado a los hindúes majaretas perdidos.
-          ¡Hola Clara, ya estás aquí! – es Ana.- Vente con nosotros, te hemos guardado un sitio. Estamos allí Fernando, Tere, Lucas y Sonia. ¡Ah, y también Leo, la prima centrada de Lucía!, porque éstas son medio lelas o lelas del todo, no las aguanto- esto último Ana lo dijo susurrando, para luego lanzarles una falsa sonrisa.- Qué asco me doy, por ser tan falsa digo. Pues eso, Leo está allí con nosotros…¡y con su novio! Es más mono el muchacho, un encanto. Me lo acaba de presentar.
-          Sí, vamos para allá, anda- y pienso que éste va a ser un laaaaaaaaaaargo día.- Oye, tú tampoco llevas pamela.
-          ¿Qué dices? Paso de gastarme un dineral en una pamela con lo que me va a hacer falta el dinero para comprar pañales.
-          ¿Comprar pañales?
-          ¡Ssssssssííííí Clara! Fernando y yo estamos embarazados. Lo supe con seguridad ayer, así que esperé a hoy para darte la noticia. Estamos locos de contentos.
            Uf, otra que sigue el curso biológico de la vida mientras yo aún estoy en la fase 0, esto es, la fase en que ni siquiera tengo novio. Llegamos a donde están todos:
-          Hey, Fernando, ya me ha dicho Ana. ¡Enhorabuena! Me alegro mucho.
-          Gracias, Clara. Es genial, estamos súpercontentos.
            Les doy besos a todos, y, disimuladamente, miro de arriba abajo al nuevo novio de Leo. Se ve simpático y muy atento con ella. Me alegro por Leo. Empezamos a hablar del embarazo de Ana, de cómo se encuentra, de si tiene fatigas o no…y empieza a sonar la música nupcial. Entra Alejandro, que se le ve tranquilo. La verdad es que Alejandro es un tipo muy tranquilo. Tan grande, algo rechoncho, como un osito de peluche gigante, y con esa eterna sonrisa en la cara, da la sensación de que más que a casarse viene a hacer la Primera Comunión y espera con ansia los regalos y la tarta de después, cuando lo que se le viene encima es una nueva vida que, quieras o no, asusta un poco. Pero se le ve tan coladito por ella…
            Y, en ese momento, entra Lucía. Y de todas las bodas a las que he asistido, creo que Lucía es la novia más preciosa que he visto jamás. Está guapísima, y muy emocionada. La verdad es que el amor es el mejor vestido. Cuando una está enamorada, eso se ve, es como si traspirara, saliera por los poros y como un buen perfume, todo el mundo lo oliera y quedara embriagado con su aroma. Pero yo me refiero a cuando se está enamorada de verdad, más allá de la pasión y los arrebatos del comienzo, enamorada con ese amor sereno y firme que se ha constituido tras varios años de relación en que ha salido tanto lo bueno como lo malo de cada persona.
-          Lucía está guapa guapa- me dice Ana al oído.
-          Sí que lo está. Guapísima y enamoradísima. Los dos están enamoradísimos- dije, y suspiré. Verdaderamente, yo quiero todo esto de casarme y estas cosas, pero sobre todo, lo que quiero de verdad, es estar algún día así de enamorada y ser así de correspondida.



            Ha llegado la hora del almuerzo. Nos hemos pasado todo el tiempo…Bueno, especifico, las mujeres nos hemos pasado todo el tiempo criticando, jeje: que si mira el traje que lleva aquella, que si mira el peinado de la que está allí, que si aquella se cree que tiene todavía dieciocho años para llevar ese escote, que si a la madrina le han puesto fatal la mantilla, como si se la hubieran tirado desde un quinto piso…Tras varias copas y muchos canapés y aperitivos, nos sentamos en la mesa, y, ¡menos mal! Me toca sentarme con mi gente, lo único malo es que Nadia también se sienta con nosotros. Porque quiero mucho a Lucía y creo firmemente que es una buena persona y no sabía dónde poner a Nadia (salvo que la sentara en una mesa sola), si no pensaría que se ha propuesto echarnos pronto del banquete.
-          Está todo muy mono, muy elegante- dice Nadia- aunque recién venida de la India como estoy, todos estos lujos me enojan mucho. Chicos, hay tanta pobreza por allí, que te das cuenta que todo esto está de más.
            ¡Será falsa! Si lleva toda la vida comprándose los blusones hippies que lleva en las tiendas de Custo Barcelona. Es para matarla, a quién irá a engañar, a los pobres hindúes supongo.
-          Me gusta tu traje. ¿Dónde lo has comprado?- le pregunta Leo, con aire inocente y despreocupado, y me da un puntapié por debajo de la mesa.
-          ¿Es bonito, verdad? Pues mira, lo compré en Sevilla, en la tienda de Vittorio y Luchino. Es que es el único traje que iba un poco con mi estilo. Sé que Vittorio y Luchino es algo excesivo, pero siendo la boda de mi prima supuse que los hindúes a los que ayudé a curar allí en la India lo entenderían. ¡Eso de la lepra es asqueroso! Ah, el chal es de la India, de seda salvaje, hecha a mano por unos viejecitos…pobres. Pasaban doce horas al día bordando. ¡Me costó baratísimo! ¿No es increíble?
            Pobres hindúes. Explotados a bordar por unas pocas perras. Seguro que en cuanto te conocieron prefirieron que la lepra los devorase vivos antes de que tú los tocaras. Me imagino dándoles a esos pobres sus consejos de “sé lo que debes hacer”: <<Si es que seguro que si usted no hubiera fumado tanto ahora no tendría la carne cayéndosele a pedazos>>. En fin, lo dicho, la India debería nombrarla “persona non grata”.
-          Me parece que me toca sentarme aquí- dice una voz a mi derecha.- Me llamo Juan, soy compañero de trabajo de Alejandro.
            Y empieza a repartir besos entre las mujeres de la mesa y apretones de manos entre los hombres. Se le ve un chico simpaticote, muy del estilo de Alejandro. Ni guapo ni feo, ni alto ni bajo, ni gordo ni delgado. Extraordinariamente normal, y con un “no sé qué qué sé yo” que me gusta.
-          Supongo que éste es mi sitio, pues es el único libre que queda en la mesa, ¿no?- me dice, pues el sitio estaba a mi derecha.
-          Sí, creo que este sitio es el tuyo. Me llamo Clara- le contesto. Ya veo que Lucía y Alejandro han hecho sus cábalas para  que en esta mesa no me sienta tan fuera de lugar, entre parejas y Nadia.
-          ¿Vienes de parte del novio o de la novia?- me pregunta.
-          Bueno, soy amiga de los dos, pero conozco a Lucía de hace más tiempo.
-          Una boda bonita, ¿verdad?
-          Sí, preciosa.
            ¡Y ahora más que llegaste tú!, me digo. Jejejejeeeeee…en mi imaginación me froto las manos.
-          ¿Entonces eres compañero de Alejandro?
            Horror, Nadia ha decidido entrar en escena con esta pregunta, y entra con fuerza además, pues acaba de quitarse el glamouroso chal bordado en plata que llevaba puesto para dejar al aire un generoso escote “palabra de honor”.
-          Sí, en efecto- contesta el chaval educadamente.
-          Entonces eres abogado, ¿no?
Uf, no hay que ser muy lista para hacer esa deducción.
-          Eso es- y el chico sonríe.
-          Mmmmm, muy interesante. La abogacía me parece una profesión muy interesante. Mi padre quería que yo fuese abogado, pero preferí algo más altruista. Soy asistenta social…
La tía…estaba deseando soltarlo. Seguro que ahora le hablará de la India.
-          …acabo de venir de la India, ¿sabes?
No falla.
-          ¿En serio? Suena interesante. Nunca he estado en la India. ¿Alguien más de esta mesa ha ido a la India?
            ¡Ja! Se ve que Juan no está dispuesto a que Nadia sea la única que hable en la mesa.
-          Me temo que sólo Nadia ha ido a la India- respondo.
-          Vaya, pues no nos desveles demasiado, Nadia, para que el misterio y la intriga sobre ese mágico sitio no se desvanezca y eso nos incite a ir allí.
-          Oye, Juan, debes ser muy buen abogado, pues has sido el único que ha conseguido callar a Nadia, jajaja- dice Leo, y todos reímos a la vez, menos Nadia, que se ha quedado con cara de ajo, y su amiga, que hizo ademán de reírse, pero ante la mirada asesina de Nadia, prefirió llevarse la servilleta a la boca y bajar la cabeza.
La comida está siendo muy divertida gracias a Juan. Es un chico francamente divertido, y cuando sonríe se le pone una cara tan graciosa que dan ganas de comérselo a besos como si de un niño pequeñito se tratara. Sí, en serio, tiene un aire tan natural, tan entrañable que más de una vez, mientras hablaba, me sorprendí a mí misma con una expresión de embelesamiento…la boca abierta de par en par y la baba se me caía  como si de allí brotaran las mísmisimas cataratas del Niágara. ¡Ay, pero qué cosa más mona de muchacho! ¿Dónde se había metido en todo este tiempo pasado? Pero no era yo la única que estaba así, pues en un momento en que me vino la lucidez miré a mi alrededor y todas las chicas de la mesa tenían esa misma expresión boquiabierta que yo tenía hace un momento. Yo juraría que hasta los chicos de la mesa en algún momento también han dejado escapar algún hilillo de baba, pues el chico tiene una parla que engancha, la verdad.
Bien, ha llegado el momento del baile. Nadia se ha apresurado a ponerse en pie y acercarse rápidamente a Juan.
-          Juan, ¿tomamos algo? Y así nos vamos conociendo mejor, porque, chico, qué pena no haberte conocido antes ya que eres divertidísimo- se apresuró a decirle, cogiéndolo del brazo. La muy pendona, dejando atrás a su séquito de pelotas, ya se lo quiere llevar sin que las demás ni siquiera podamos opositar al menos por su atención.
-          Sí claro, tomemos algo todos juntos- contesta Juan. – Chicos, vamos a traer alguna bebida a estas preciosas damas, ¿no?
Y todas nos miramos con complicidad con una sonrisa picarona, y es que ver cómo dan calabazas a Nadia de una forma tan fina es algo por lo que yo gustosamente pagaría.
-          Ese chico es encantador, ¿de dónde ha salido? ¿Lo conocíais de antes? – dijo Nadia.- Os informo desde ya que voy a hacer todo lo posible por llevármelo al huerto esta noche, que, hija, en la India he estado a dos velas.
Ésta definitivamente cree que los hindúes son tontos. La habrán calado bien…y si es por los que estaban allí como ella, como cooperantes o lo que fuera…¡¡¡habrán salido pitando en cuanto abriera la boca, la muy lerda!!! Lo cierto es que el hecho de que Nadia se lleve a Juan hoy está por verse. No me voy a dejar avasallar por esta pija con aspiraciones a Madre Teresa.

lunes, 7 de febrero de 2011

4ª LEYENDA URBANA SOBRE LA SOLTERÍA: DE UNA BODA SALE OTRA BODA.(1ª parte)

Eso es lo que se dice por lo menos, y voy a tener la oportunidad de comprobarlo hoy mismo, pues esta tarde se casan Alejandro y Lucía, unos amigos. A ella la conozco desde el instituto, es una amiga de toda la vida, aunque desde que dijo que se casaba (hace cosa de un año más o menos) no se le ve el pelo: que si arreglar el piso, que si los preparativos de la boda, que si el traje de novia…Y la boda ya ha llegado.
            Últimamente me hablan de bodas y me pongo de malhumor. Trato de evitar conversaciones y fotos que tengan que ver con el tema. Puede ser una mezcla de envidia (no me importa reconocerlo, ¡es así!), de tristeza (porque en el fondo yo sueño con que a mí me llegue ese día) y de coraje (sí, coraje, como se dice en mi tierra andaluza, con ese aire malhumorado y poniendo el énfasis esa “jota” que a nosotros se nos resbala por la garganta). Pero, claro, Lucía es una buena y antigua amiga, y no es plan de escabullirse de ésta:
-          ¿Quién sabe, Clarita? Alejandro tiene muchos primos, y vienen algunos compañeros de trabajo que están solteros. Ya sabes, de una boda sale otra boda, si no, fíjate en mí, Clara. Acuérdate de cómo nos conocimos Alejandro y yo. Ay, Clara, con las ganas que tengo yo de verte con pareja…
            En efecto, Lucía y Alejandro se conocieron en la boda de unos amigos comunes, Tere y Lucas, los que iniciaron en la pandilla la moda de casarse. Tras ello, y como si de una epidemia se tratara, se fueron casando unos tras otros, hasta que consiguieron arruinarme en cosa de dos años, porque me gasté un pastón en regalos y en trajes para cada una de las bodas. Y es que ya tenía yo bastante con que me estaba convirtiendo en la soltera en puertas de quedarse también sola que no iba encima a repetir modelito en las bodas. Cuanto más se casaban más fabulosa me empeñaba yo en aparecer en cada una de ellas.
            Pues eso, Lucía y Alejandro se conocieron en dicha boda. Aunque fue típico, también fue precioso. Coincidieron en la misma mesa durante el banquete, y ya no se separaron en toda la noche que duró la celebración. Lo malo fue al terminar ésta, pues Alejandro vivía fuera de la ciudad, concretamente en Madrid, y ya se habían quedado lo suficientemente colgados el uno del otro como para que la distancia fuera todo un drama para ellos. Durante tres meses, Alejandro la llamaba a diario y venía a verla todos los fines de semana, excepto los que Lucía iba a verlo a él. Y, un buen día, él decidió dejar su trabajo como abogado en la capital, se lió la manta a la cabeza y se vino para acá. Alquiló un piso y, al poco tiempo, encontró trabajo en una oficina, como administrativo. Cuatro meses después ya vivían juntos, y ya él había encontrado trabajo en un bufete. Vamos, que ni pintado salió todo. Como una película. Y ya hoy se casan, para terminar de bordar tan maravillosa historia. ¿A qué santo habrá que rezarle para que me ocurra a mí algo así? Dicen que a San Antonio, y que además a éste hay que enseñarle una tiranta del sujetador, pero el San Antonio que tengo en mi casa o no deben gustarle mis sujetadores o de tanto verme en ropa interior se ha enamorado de mí y sólo me quiere para él.
            Me arreglo para la boda. Me he comprado un precioso traje beige claro con bordados pequeños y discretos en dorado, un escote palabra de honor, chal, zapato y bolsos dorados. Melena suelta rizada, al natural. La boda es por la mañana, así que debería llevar pamela, pero Lucía me dijo que no tenía por qué llevarla si no quería:
-          No te preocupes, Clarita. La idea de la pamela es de la madre de Alejandro. Qué mujer, casi me vuelve loca con los preparativos, no sabes lo que me alegro de que viva a seiscientos kilómetros de aquí. Tú no necesitas ir con pamela para estar fashion total, con lo mona que vas siempre.
-          Gracias, mujer. Tú seguro que estarás guapísima.
-          Es una pena que Mónica ya se haya marchado para Suiza ya. ¿Sabes que la invité a ella y a su novia? Jo, qué fuerte esa historia.
           Lo fuerte es que ésta sea la sexta boda a la que voy en dos años y que a ninguna de ellas haya ido emparejada.
-          Sí, muy fuerte. Pero está feliz, como nunca.
-          Oye, y hablando de invitados, te advierto que vienen Nadia y compañía. Hija, no he podido evitarlo. Aunque un poco petardas, Nadia es mi prima y ella y las amigas han venido mucho con la pandilla de toda la vida. Sé que tú no las aguantas muy bien.
-          Bueno, mujer, tú no te preocupes por eso. Seguro que lo pasaré bien.
            Sí, seguro que sí, sobre todo si consigo estar borracha desde el final de la ceremonia en la Iglesia hasta el final del banquete nupcial.  Nadia es la prima de Lucía, y “la compañía” son amigas de Nadia con las que hemos salido incontables veces. Son un grupo de hippy-pijas que van pregonando la tolerancia y el buen rollo, pero que son la gente más intransigente que he visto en mi vida. Van vestidas siempre con un aire muy bohemio pero de marca: sus blusones y faldas hippies son de diseño, y las rastas se las han hecho en una peluquería a la que acude la alta sociedad de mi ciudad-pueblo. En fin, hace como un año más o menos que no salgo con ellas, y, la verdad, creo que he ganado en calidad de vida desde entonces.
            Una vez arreglada me dirijo ya para la Iglesia. No quiero llegar tarde. Toda mona que voy (porque voy monísima, aunque esté feo que yo lo diga) me meto en el ascensor y bajo al garaje. Abro la puerta del ascensor y desemboco en el rellano donde está la puerta que da al garaje. Vaya, está oscuro. Le doy al interruptor y no se enciende. Ojú, otra cosa averiada en el bloque. Me dispongo a abrir la puerta del garaje como puedo y…
-          ¡Ah, vaya susto! – grita una voz de alguien que ha coincidido abrir la puerta cuando yo estaba metiendo la llave.- Es que con eso de que esta bombilla está fundida, llega uno y le pasa como a mí: que te topas de repente con alguien y te pegas un susto que te mueres.
            Vaya por Dios, y yo que creía que iba súper guapa para la boda. Estoy a punto de preguntarle si su madre está bien (por gracioso) y de pedirle perdón por no ser de su gusto y si quiere que la próxima vez le avise de mi presencia desde el otro lado de la puerta dándole una voz, pero me limito a sonreírle. Cuando él me devuelve la sonrisa, casi me muero del susto yo: ¡le faltan tres dientes! ¡Éste no necesita la oscuridad para dar miedo! ¡De hecho, la oscuridad sería su mejor aliada!
            Me dirijo al coche, y salgo. Empiezo a sentir gusanillos en el estómago. Estoy nerviosa porque me voy a reencontrar con mucha gente, y no sé si tengo ganas, la verdad.
(CONTINUARÁ...)

domingo, 23 de enero de 2011

3ª LEYENDA URBANA SOBRE LA SOLTERÍA: ¡APÚNTATE A UN CURSO, ALLÍ SEGURO QUE CONOCES A ALGUIEN! (2ª parte)


            Hace dos semanas que comencé el curso de cocina, y, gracias a Dios, no he vuelto a ver a Sergio. Hoy por la tarde empiezo el curso de masajes al que me apunté. Me dirijo al lugar. Es un gimnasio de moda que han abierto y, para ganar clientes, organizan cursos baratos, interesantes y que te permiten usar las instalaciones durante la realización del mismo.
            El gimnasio está fenomenal, súpermoderno. Tiene de todo: restaurante macrobiótico, salas de actividades colectivas, sala de musculación, sala de spinning, piscina, spa, sauna, solarium, tienda de ropa deportiva, salón de belleza y la sala de masajes, donde nos quedamos nosotros, los alumnos del curso, tras el tour por el gimnasio.
            La sala donde recibiremos el curso de masajes está muy muy bien, pero lo que están bien de verdad son algunos chicos que han asistido al curso. Un par de ellos son mi tipo: morenos pero con algunas canas interrumpiendo la negritud de su pelo, cuarentones, atractivos…¡y solteros! Al menos no llevaban anillo de casado, que, a estas alturas de la vida, es en lo primero en que me fijo cuando conozco a un hombre. Sí, es así. Si alguien me pregunta en qué es lo primero que me fijo cuando conozco a alguien, no digo eso de “en los ojos” o “en su sonrisa” o “en el culo”. Yo lo tengo claro: lo primero en que me fijo es en las manos, pero no por fetichismo ni nada por el estilo, sino por simple cuestión práctica: si tiene anillo de casado o no. A estas alturas, y en mi pueblo, la gran mayoría tienen anillo, así que hay que andarse con cuidado y no bajar la guardia con el primero que te venga diciéndote algo bonito. Es cierto que puede que algunos se lo quiten para una noche de escarceo amoroso, pero si algo pasara entre ese sinvergüenza-sin-anillo-cuando-tenía-que-tenerlo-puesto y yo, alma cándida errante buscando amor, no sería culpa mía, sino suya por ser eso, lo dicho, un sinvergüenza mentiroso. En fin, siento este momento de alteración. Prosigo con el curso, que promete.
            Como decía, hay un par de tipos interesantes en el curso. No están nada mal. Mmmm, pienso que este curso de masajes va a resultar una buena elección. Hay otro chico, no tan apuesto, pero que tiene su punto. Tres hombres, buen comienzo. El resto somos mujeres, cinco contando conmigo. Somos ocho en total, número par, así que, teniendo en cuenta que el curso dura unos ocho días, es estadísticamente probable que al menos una vez me toque con alguno de ellos si nos ponen por parejas, que nos pondrán, digo yo. Si no, ¿cómo vamos a aprender a masajearnos? Tuve el temor de que, con mi suerte, lo hiciéramos con muñecos hinchables o algo así. La profesora, una pelirroja y pecosa de unos cuarenta años, se presenta:
-          Buenas tarrrrdes. Me llamo Karrrrina, y porrrr mi asento podrrrrán adivinarrrr que  no soy de Trrrrrrriana. Jojojojo.
            ¿Chiste?
-          Soy alemana, perrrro afincada en España hase unos trrrrres años.
            Y entonces empieza a contarnos todo su periplo profesional. Que se marchó a la India y a China, estando dos años en cada uno de estos lugares, para profundizar y aprender de todas las técnicas de masajes de estos lugares tan sabidos en estos temas; que una vez habiendo asimilado todo sobre masajes orientales, se marchó a Estados Unidos y allí estuvo viviendo y trabajando durante tres años, de centro en centro de masajes, poniendo en práctica todo lo aprendido anteriormente y profundizando, si cabe, en el tema. Después, se marchó a Marrakech y durante seis meses trabajó en hoteles de lujo como masajista y, como no, aprendiendo sobre masajes árabes. Más tarde estuvo año y medio en Turquía, trabajando, evidentemente, como masajista y aprendiendo todo sobre baños turcos y, tras dicho año, se pasó otro más en Inglaterra, trabajando y aprendiendo, si es que aún le quedaba algo más que aprender sobre masajes. Yo ya andaba algo mareada de tanto trajín por el mapamundi cuando Karina termina, por fin, su historia:
-          Y ya me vine a España, concrrrrretamente a Andalusía, que me encanta.
            Y donde no se ha quedado para aprender nada. Se ve que, o lo sabe todo ya, o no tenemos mucho masaje autóctono que enseñar por aquí. Eso sí, descubrió la comida mediterránea, el buen vino, los toros, la siesta y el sol (viva España), y decidió que ya era hora de parar y afincarse en un sitio fijo.
            Tras la historia nos muestra un álbum de fotos que certifica todo lo contado. Vemos fotos de Karina con sari y dando masajes a un fornido hindú; vestida de mora en un baño turco y masajeando de una forma muy elegante a una señora oronda, en varios centros de masajes, masajeando de mil formas a un montón de gente, rodeada de esencias, untando cuerpos con unos ungüentos …y luego veo unas fotos que empiezan a ponerme en alerta: Karina con una especie de bastón (como el de la profesora de “Fama”) frente a un cliente tumbado boca abajo; después sosteniendo ese bastón como un rodillo de cocina de esos que amasan y dándole a la espalda del cliente  como si éste fuera una masa de pan a la que aplastar y amasar (por el que empiezo a sentir lástima, pobre, tendría una especie de promesa o penitencia que cumplir). Me asusto, pero al mirar a mi izquierda y ver a uno de los chicos del curso me planteo que quizás tiene su punto rec ibir una masaje así de uno de ellos. Me tranquilizo. Paso página y veo a Karina de pie sobre otro cliente, agarrada a unas especies de asideros en el techo, y haciendo como que camina sobre la espalda de dicho sufrido cliente. Me vuelvo a alarmar. Miro a mi lado buscando a uno de los chicos del curso para volverme a tranquilizar pero, sin embargo, veo a una de las chicas algo entradita en carnes y me la imagino sobre mí, como Karina en la foto, y me empiezo a poner nerviosa.
-          Conmigo aprenderrrrrán todas estas técnicas sin nesesidad de viajarrrrr tanto porrrrr el mundo- aclaró Karina.- Perrrrrro quierrrrrro que sepan que en mis clases hay que llevarrrr una indumentaria espesífica.
            Y entonces Karina saca unos tangas de papel muy muy pequeñitos y agitándolos en sus manos con un dedo y mirada picante nos dice:       
-          Eso sí. Aquí no quierrrrro inhibisiones. Hoy no, pero todos los días, durante las clases, que serrrrrán absolutamente prrrrrácticas, llevarán tanga. Sólo tanga. Nada de verrrrgüensas, nada de corrrrrtes absurrrrrrdos. Somos adultos y no niños de colegio. No mirrrrarrrremos los cuerrrrrrpos como tales, sino como instrrrrrrumentos de aprrrrrrrendisaje.   
            Sí, porque tú lo digas, vamos. Que voy a mirar yo a estos hombres en tanga como si fueran palos en bragas. ¡Como si yo tuviera costumbre de ver todos los días hombres semidesnudos a mi lado, dispuestos a toquetear y ser toqueteados! Que una no es de piedra. Y lo que es peor, ¿que me voy a poner yo aquí en tanga delante de toda esta gente, sin conocerlos siquiera? Me muero del corte. Mira, ella será muy moderna, muy viajera y muy alemana, pero yo tengo que reconocer que soy muy de pueblo (más que me pese), y los cuerpos desnudos los veo sólo si son de la familia (y según el parentesco, la edad y la circunstancia) o después de un proceso de conocimiento concreto seguido de un arrebato de pasión, que una es, en el fondo, muy decente o muy mojigata, qué le vamos a hacer. Y lo de que en la playa la gente está prácticamente desnuda no cuenta, ¿eh?
-          A parrrrrtirrrrrr del prrrrrróximo día, ¡¡¡fuerrrrra rrrrrropa!!! ¡¡¡Todo el mundo en tanga!!!Jojojojo.
            ¿Es mi imaginación o Karina sabe hacer con los ojos lo mismo que Marujita Díaz? ¡Viciosa! Salgo por la puerta muy digna yo y determino que no volveré a este curso tan raro. Tampoco se me va la vida en aprender masajes. Y yo ya decidiré a quién quiero ver en tanga y quién quiero que me vea a mí. Ea.


-          Chica, Clara qué quieres que te diga, yo creo que habría hecho lo mismo- me dice Roberto, cuando le cuento lo del curso de masajes. Han pasado cuatro días desde la “fiesta alemana del tanga”.
-          ¿En serio? Yo creía que todos los gays erais algo promiscuos…-comenta Carolina.
-          Sí, y yo que todas las rubias son tontas y tras tu comentario voy a tener que aceptar que así es- contestó Roberto, algo mosca mientras Carolina, muy rubia ella, pone cara de no entender nada.
-          Bueno, no te mosquees- dice- En cuanto a ti, Clara, mira, yo no sé qué habría hecho en tu lugar…
-          ¿Que no lo sabes? ¿Tú te lo habrías quitado todo para ponerte un tanga que te tapa sólo, y muy a lo justo, tu parte no-rubia?
-          Bueno, mujer, yo siempre he sido algo loquilla…
-          ¡Anda! La de los tópicos…- exclamó Roberto.
-          A ver, he sido algo loquilla hasta que conocí a Yeyo, mi ex.
            Y suspira, mientras Roberto y yo tememos que vuelva a contar la historia de su ruptura y su desamor por enésima vez. Entiendo que esté mal, pero es que se repite más que la Belén Esteban con el tema de Jesulín.
-          Con Yeyo me formalicé. Cambié tanto que mis amigas antiguas no me reconocían. Y ya, después de tantos años, me resultaría muy difícil volver a ser loquilla. Más que difícil, me daría pereza. Ya una tiene cierta edad…A lo mejor habría hecho lo que tú, y me habría ido, no sin antes darle a la alemana esa la dirección de una buena herboristería donde pueda comprar tila de calidad, porque se la ve algo desenfrenada.
            En ese momento suena una salsa, y un chico con acento cubano nos dice que comienza ya la clase de salsa y nos invita a salir a la pista. Roberto, Carolina y yo nos enteramos de este “curso” y decidimos apuntarnos. Cada jueves, a partir de las nueve de la noche, aprendes salsa de la mano de Lorenzo, un cubanito con mucha gracia,  y pagando sólo la consumición que te tomes. Y en ello estamos, profundizando en los ritmos caribeños. Salsa, merengue, bachata, cha-cha-cha…Sin la obsesión por conocer a nadie ni el deseo de que se cumplan ciertas expectativas. Sólo por el mero hecho de aprender…y disfrutar. Allí estamos los tres, dejando a un lado los vacíos que ansiamos llenar, simplemente divirtiéndonos. Al fin y al cabo, las obsesiones, los anhelos, los deseos, los sueños y los vacíos, sobre todo los vacíos, seguirán ahí cuando las luces de la fiesta se apaguen y la música deje de sonar.



domingo, 16 de enero de 2011

3ª LEYENDA URBANA SOBRE LA SOLTERÍA: ¡APÚNTATE A UN CURSO, ALLÍ SEGURO QUE CONOCES A ALGUIEN! (1ª parte)



            Ciertamente, éste es un buen método para conocer gente, sobre todo gente “centrada” (bueno, eso depende del tipo de curso que sea). Cuando digo “centrada” quiero decir personas que  se dirigen a ti sin estar bajo los efectos de la noche de sábado y que, al menos, al apuntarse al curso, demuestran ciertas inquietudes culturales (aunque, como sean como las mías, no son muy culturales que digamos).
            Pues eso he decidido: me apuntaré a un curso. Además, aprendo cosas nuevas, relleno mi tiempo libre, que tan lleno de vacíos me parece tantas veces, y amplío mi círculo de amigos. ¿Quién sabe con quién puedes encontrarte en un curso? Y, como soy un poco Antoñita la Fantástica, ya empiezo a imaginar cosas: me imagino conociendo algún hombre apuesto mientras aprendemos a preparar pollo al curry en el curso de cocina exótica al que asistimos (¿por qué no? En “Historia de lo nuestro”, Michelle Pfeiffer logra sustituir a Bruce Willis por su apuesto dentista, con el cual intima en un curso de cocina). ¡¡¡Síiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii, adoro el pollo al curryyyyyyyy!!! O a lo mejor, en otro curso, no sé, uno de pintura sobre tela, conozco a alguna chica y ésta me invita un día a salir con ellas y sus amigos, y encuentro una pandilla nueva, y resulta que ahí conozco a un chico estupendo y…
            No puede ser, estoy peor de lo que creía. Mi soltería me está convirtiendo en una persona obsesionada con encontrar a alguien, y todas mis fantasías terminan con un chico fantástico al final. Sí, quizás debería ser más autosuficiente, no estar tan obcecada con la pareja. Quizás debería disfrutar más de mi soledad, aprovechar el hecho de tener tanto tiempo para mí…jo, ¿y qué hago con tanto tiempo para mí…sola? Bah, hace mucho que dejé de sentir complejo por ser una mujer a la que le gusta la idea de tener pareja, que anhela tener pareja, digan lo que digan las feministas, las que ya tienen pareja (y están hartas de ella) y Ana Rosa Quintana en sus múltiples portadas chic de su revista súper-fashion.
            Bueno, centrémonos en la idea de los cursos. Investigando por la red he encontrado algunos muy interesantes: uno de cocina, que falta me hace (aunque ya estoy independizada, aún no he aprendido a vivir sin las fiambreras llenas de comidita de mi madre); otro sobre patrimonio de mi ciudad (siempre me ha interesado el arte, la verdad) y…uhhmmm, son muchos los cursos interesantes que veo…Aquí hay uno de inglés para ejecutivos, no está mal y puede venirme bien (recordemos el capítulo con el noruego, aunque quizás el curso que me hizo falta en aquel entonces es el “El vino, el peor amigo del noruego”). Mi jefe se quedaría muerto viendo cómo por fin perfecciono el inglés, que lo tengo algo olvidadito.
            Vaya, éste parece muy bueno: “Sacando partido a la cámara digital: cómo hacer fotos artísticas”. Con lo torpe que soy yo para esto de la tecnología…ahm, pero ahora me acuerdo que no tengo cámara digital. Tenía que habérmela comprado cuando vi la oferta aquella, pues seguro que en este curso van tipos con un punto bohemio y romántico. En fin.
            Tras sopesar, decidí apuntarme al curso de inglés, al de cocina y a uno sobre masajes, que siempre me han gustado y siempre he querido aprender.
            En cuanto que mi jefe supo que yo iba a hacer un curso de inglés, y que éste duraría los próximos seis meses, dos tardes por semana, decidió que la empresa me lo financiaría. El hombre debió ver en mí ciertas inquietudes por progresar en mi trabajo, cosa que no está mal si en el fondo fuera verdad, porque ya sabéis que lo único que me motiva a hacer el curso es el de enriquecer mi vida social. Parecía que todo estaba a mi favor , pero al llegar a la primera clase, se me cayeron los palos del sombrajo. De unos diez que nos habíamos apuntado al curso…¡¡todas eran mujeres!! ¿Es que en este pueblo todos los hombres ejecutivos saben inglés o es que no lo necesitan? ¿O es que verdaderamente somos más mujeres que hombres, y entonces, debido a esta escasez del género masculino, nos hemos vuelto más competitivas y nos perfeccionamos asistiendo a todo tipo de cursos para ser, algún día, elegidas por fin por el hombre de nuestras vidas? De repente, esos seis meses de curso me parecieron larguíiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiisimos, y vi absolutamente innecesario seguir apuntada ahí. Era como si de repente tuviera claro que ya sabía todo el inglés que necesitaba aprender. Pero como la empresa me lo pagaba, era imposible volver atrás. Primer intento de conocer gente en un curso fallido.
            A pesar de mi desilusión, decidí centrar todos mis esfuerzos en el curso, y ser la mejor, por si acaso era cierta mi teoría de la selección natural en el arte de ligar: lo consigue la especie más perfeccionada. El primer día ha sido un poco rollo, pues se hizo una especie de presentación en la que todas las mujeres expusieron las razones por las que se habían apuntado al curso:
-          Me acaban de ascender en el trabajo, y para el próximo año me marcho a Londres, a trabajar en un importante proyecto para mi empresa. Necesito perfeccionar el idioma.
-          He terminado la carrera y quiero seguir ampliando conocimientos. La competencia es dura.
            A mí me vas a hablar tú de cómo está la competencia.
-          Estoy recientemente jubilada, trabajaba en un banco, pero me niego a estar inactiva. Me pareció un curso interesante. La verdad es que me he apuntado a varios cursos más: de pintura sobre tela, repostería, y punto de cruz. ¡Ah!, y los martes por la tarde voy a practicar tai chi. También estoy esperando a ver si me admiten en las clases de yoga que van a impartir en el centro cultural de mi barrio.
            ¡Coño con la súper abuela! Mmmm, pensándolo bien, así estaré yo dentro de unos treinta y tantos años, apuntándome a cursos y todavía creyendo que en uno de ellos encontraré al hombre de mi vida, aunque éste ya tenga que usar dentadura postiza y peinar más frente que pelo.
-          ¿Y usted, la señorita de la melena rizada que está sentada ahí al fondo?
-          ¿Es a mí? – dije. Mmm, mi melena últimamente está que llama la atención. Hice bien en comprarme aquel champú, sí señor.
-          Sí, usted. ¿Cómo se llama y qué le ha traído a este curso?
            Me llamo Clara y vengo a ver si encuentro novio, me entraron ganas de decir, pero he preferido cambiar mi versión de los hechos.
-          La empresa me paga el curso, y creo que es una oportunidad para avanzar profesionalmente – mentí como una bellaca.
-          Pues yo me llamo Carolina, y más que para aprender inglés, si soy sincera he venido para ver si conocía hombres, pero veo que está la cosa difícil, por no decir imposible.
            ¡Tía, eres mi héroe! Carolina, una chica más o menos de mi edad, rubia y muy arreglada, se atrevió a sincerarse con esta declaración, a la que la clase respondió con un silencio absolutamente aterrador, de esos que vienen a decir algo así como <<¿De qué psiquiátrico se ha escapado ésta?>>. Carolina aclaró que era broma y añadió que la empresa en la que trabajaba se acababa de fusionar con una multinacional, y ahora a todos los empleados les exigían un nivel bueno de inglés. Y entonces fue cuando toda la sala rió, algo más aliviada.
            Tras una hora de clase, hicimos un descansito para un café, y me acerqué a Carolina.
-          Mi presentación iba a ser como la tuya pero no me atreví- le dije.
-          ¡Vaya, menos mal que no soy la única! Porque, aquí donde las ves a todas, en el fondo en el fondo, también vienen esperando conocer a un hombre interesante, incluida la profesora.
            Así iniciamos una conversación muy divertida, en la que coincidí con Carolina en muchas cosas. Tras el café, nos reincorporamos a la clase, y tras otra horita de “open the door and close the window” y repasar otros conceptos básicos de inglés, Carolina y yo fuimos a tomarnos otro cafelito y a seguir dándole a la sin hueso (la lengua, quiero decir).
            Carolina me contó que su novio la había dejado hacía poco más de un mes después de seis años de relación seria, con propuesta de matrimonio sobre la mesa y todo. Resulta que al chico, un tal Yeyo, le habían entrado las dudas, las inseguridades, y quería vivir una vida de soltero que decía estar perdiéndose.
-          Vamos, que fue hablar de matrimonio y empezar a titubear, que si no sé qué me pasa, que siento que algo dentro de mí ha cambiado, que quizás sería bueno que saliéramos más cada uno con sus amigos, que si por qué no nos damos un tiempo…- relata la pobre Carolina, muy angustiada ella.
-          Que se asustó.
-          Exactamente. ¡O que me dejó de querer! ¡Qué horror! Y hace un mes más o menos decidimos dejarlo, bueno, me dejó él- en ese momento se sonó la nariz estruendosamente. Suspiró y siguió con el relato.- Es una tontería decir eso de “lo hemos dejado de mutuo acuerdo”. Si él quiere dejarlo,  no te queda más remedio que aceptarlo, ¿qué mutuo acuerdo ni qué porras? ¿Qué vas a hacer, obligarle a seguir? Uno decide dejar la relación y al otro no le queda más remedio que bajar la cabeza y esperar que la guillotina caiga. Para colmo, te das cuenta que no sólo tu novio te ha dejado, sino toda tu vida anterior. Por ejemplo, tus amigos, con los que salías con tu pareja: están todos casados o emparejados, y no puedes contar con ninguno de ellos ahora. ¿Voy a salir con las parejas  yo sola? Me falta el violín, para ir entonándoles la serenata. ¿Y si mi ex sale con ellos? ¡Me muero! ¡No, espera! ¿Y si me ex con su nueva novia sale con ellos? Me muero pero de verdad
-          ¿Antes era de mentira?- pregunto, para sacarle una risilla a la pobre, pero Carolina me mira con mala cara.- Je, era broma.
-          Ya…, pues eso, sigo. Tampoco puedes desahogarte con ninguno de tus amigos de siempre, porque al fin y al cabo, están en medio. Te ves sola. ¿Y qué hay de tus costumbres, tus “cosas”, no sé cómo decirlo? ¡Yo la mayoría las hacía con él! Íbamos al gimnasio juntos, todos los viernes íbamos al cine, salíamos juntos a comprar ropa…¡odio hacer todo eso ahora porque me recuerda a él! Y no tengo ganas de adquirir nuevos hábitos porque estoy hecha polvo. ¿Y los fines de semana? ¡Diooooooosssss, son eternos! Con lo que me gusta a mí arreglarme, salir…¿y ahora para qué quiero tanto modelito de Zara, tanta ropita mona? ¿A quién voy a sorprender con ellos? Y los domingos comíamos en casa de sus padres o los míos…¡ahora llega el domingo y me apetece vomitar todas las comidas que hemos tenido en familia!
            Pobre, la verdad es que la entendía perfectamente, y estoy totalmente de acuerdo con ella en lo de los domingos. Está fatal, y llora abundantemente, tanto que se parece a esos dibujos animados japoneses en los que el personaje, cuando llora, las lágrimas salen de sus ojos como si éstos fueran una especie de fuente o manantial. Me imagino que había visto en mí a alguien con quien desahogarse del todo.
-          Perdona que te esté dando la tarde, pero no te puedes imaginar lo sola que estoy, y lo que necesito desahogarme.
-          No tengas apuro, mujer.
            Si yo hubiera sido Carrie Bradshow y esto fuera “Sexo en Nueva York”, la habría invitado a ir de compras, y le hubiera ayudado a sobrellevar su pena con una falda de Prada o unos zapatos de Manolo Blahnik. Pero esto es el mundo real, así que…
-          ¡Oye! Mañana es sábado, y hay mercadillo. ¿Te apetece que vayamos, y así damos una vueltecita? Luego podemos tapear por ahí. Y así no pasas el sábado dándole vueltas a la cabeza.
-          Genial. Porque los sábados amanezco fatal.
            Y así empezamos una amistad, amistad que a ambas nos ayuda a sobrellevar los vacíos y a desahogar nuestras penas. No he conocido a ningún chico en el curso, pero al menos tengo a alguien con quien contar en esos días en que acuso más el hecho de ser la única soltera entre mis amigas. Algo es algo.


            Hace una semana más o menos que empecé el curso de Inglés, y hoy comienzo el segundo curso al que me he apuntado: cocina. Me hace ilusión aprender a hacer mis platitos, porque hasta ahora soy una experta en elaborar ensaladas (siempre la misma ensalada, ¿eh?) y en descongelar las fiambreras de comida que mi santa madre me manda.
            Llego al lugar del curso, y somos unos ocho asistentes. Nos ponen por parejas, y a mí me toca con un chico monísimo, pero que nada más abrir la boca, me revela que no tengo nada que hacer con él: es gay.
-          Me llamo Roberto.
-          Hola Roberto- respondo.- Yo soy Clara. ¿Sabes algo de cocina?
-          Nada de nada, amor- me dice, con un gesto muy “pluma”.- Dicen que el cocinero es genial.
-          ¿Es buen profesional?
-          Noooooooooo, cariño, me refiero a que es una auténtica monada.
            Ay, Dios. No tengo bastante competencia con las mujeres solteras, que están en mayor número que los solteros disponibles, sino que también tengo que competir con los gays. Y muchos de éstos son tan guapos, tan cultos y tan educados que hasta puedo entender que sean opción a considerar para muchos de los hombres libres. Yo, de hecho, a veces pienso que son mejor alternativa que los solteros machotes que andan sueltos por ahí.
            - Buenas tardes. Soy Sergio y soy el coordinador del curso. Yo no voy a ser vuestro profesor de cocina, lo será Alejandro, que está aquí a mi lado, pero sí, como organizador de todo este follón culinario (jeje), hoy estaré aquí para presentarlo y contaros un poco de qué va a ir la cosa.
            Y ahora sería un momento genial para mí para escurrirme por el desagüe del fregadero que tenemos ubicado en cada puesto de cocina. Sergio, mi profesor de cocina, es el morenazo al que mi amiga Mónica espantó aquella noche en que abrió su lesbiano corazón y que probablemente me recordaría como <<la chica de las verrugas>>.
            - Niña, te lo dije. Quéeeeeeeee mooooooooooonooooooooooo. Qué pena que no sea el que nos enseñe, porque yo a ese me lo comía crudo y todo- dijo Roberto, poniéndose un elegante delantal que le protegiera más de las babas que segregaría esa tarde de cocina que de las salsas que iba a aprender a elaborar.
            Sergio empezó a hablar de su carrera profesional (por lo visto es cocinero de un buen hotel de la ciudad, y profesor en la Escuela de Hostelería, donde se celebra el curso), nos explica la dinámica de los cursos, sus contenidos, su método de enseñanza, los materiales que emplearíamos…Luego habló de Alejandro, el profesor, un joven que parece comerse todo lo que cocina, y, acto seguido nos dice:
-          Ahora es un buen momento para que cada uno de vosotros os presentéis. Nos  decís vuestro nombre, vuestra profesión y vuestra experiencia en la cocina.
            Vaya por Dios, parece que está de moda que en los cursos hagamos una ronda de presentación. Me recuerda esto mucho a la época en que yo asistía a encuentros y acampadas juveniles, y me tocaba presentarme. Lo pasaba fatal. Un gran corro de miradas adolescentes te mira fijamente, te examina de arriba a abajo, mientras tú te devanas los sesos para que tu presentación sea divertida a la vez que ingeniosa, no demasiado cargante, pero con chispa, que enganche lo suficiente como para que ya en ese mismo momento haya gente interesada en trabar amistad contigo para los próximos días de convivencia. Pero sólo te sale tu nombre, tu edad y de dónde vienes, por supuesto, medio tartamudeando, y el público simplemente se ha quedado con la idea de que el pantalón que llevas es demasiado antiguo, y que estás demasiado gorda para llevar el ombligo al aire. Después, la monitora del grupo, con su sonrisa a lo Mary Poppins, te dice:
-          Muy bieeeennnnn. Demos todos la bienvenida a Claudia con un aplauso.
-          Soy Clara.
-          Sí, sí, ya hemos visto que eres clara, muy clara y escueta hablando de ti.
-          Quiero decir que me llamo Clara.
-          Uy, eso, Clara. ¿Yo cómo te he llamado? Saludemos todos a Clara, chicos.
            Y todo el mundo te aplaude, como si acabaras de decir que hace un mes dejaste de esnifar pegamento, y tú te quedas con la idea de que si la monitora no se ha quedado con tu nombre, los demás te habrán olvidado nada más se presente el siguiente o la siguiente, sobre todo si a la siguiente le queda mejor la camiseta de la acampada.  Desde entonces, tengo terror a las presentaciones en grupo.
            Tras las presentaciones pertinentes, Sergio nos invita a pasar a un salón continuo donde una mesa llena de platos con muy buena pinta, con una presentación muy de Escuela de Hostelería, y repartidos en cinco pequeñas mesas redondas vestidas con mantel blanco nos esperan. Un chico nos empieza a servir una copa de vinito de la tierra, y Sergio nos invita a probar los platos.
-          Hoy no empezaremos todavía a cocinar, pero tomaremos contacto con las recetas que vamos a aprender. En todos estos platos tenéis dichas recetas, para que las probéis. Hay de todo: en aquella primera mesa hay platos de comida típica de nuestra tierra; en la que tenéis en aquel rincón hay comida italiana y francesa; en esta que queda en el medio de la sala hay unos platos de comida oriental, concretamente indonesia, hindú y japonesa; y en estas dos mesas más cercanas tenemos, en la de la derecha, aperitivos ligeros que también aprenderemos; y en la de la izquierda algo de repostería, no mucho, pero sí unos tres tipos de tartas para que podáis también presumir de postres. En fin, ¡que hoy nos vamos a dar un festín!
            Pues sí, menudo festín. Menos mal que el curso hoy ha sido a las ocho y podemos decir que ya es la hora de la cena (supongo que por ello el primer día nos han convocado más tarde). Todo tiene una pinta exquisita y tan buen olor me pone nerviosa…¡¡lo quiero probar todo!! Pero debo controlarme si no quiero salir de aquí rodando como un barril, y darle al morenazo de Sergio la imagen de que, no sólo tengo verrugas, sino que además soy capaz de comer como una cerda.
            Junto con Roberto, empiezo a pasearme entre las mesas, y empiezo también a relacionarme con la gente. La velada está siendo agradable, amena y suculenta, porque los platos me están encantando, pero ahora que he probado esta receta indonesia de arroz con no sé qué, he decidido aparcar al lado de la mesa de comida oriental. Jooo, me encanta la comida picante, como ésta, y voy a acercarme al plato para que éste no quede demasiado expuesto y pueda jalármelo yo solita.
-          ¿Qué tal las verrugas?
           Era Sergio, que habla mientras guiña con …¡¡¡unos impresionantes ojos negros como dos…como dos…bueno, como dos cosas muy negras y muy bonitas!!! Me ha pillado con la boca llena, pero, de sopetón, me trago un cucharón de  arroz picante con carne. Se me saltan las lágrimas.
-          No tengo verrugas, esa crema era…- digo, mientras procuro que no se me caigan las lágrimas.
-          Que sí, mujer, que te creo. Quédate tranquila. ¿Pica, eh?
Vaya, se ha dado cuenta.
-          Oye, que siento que mi amiga Mónica estuviera tan borde aquella noche.
-          No te preocupes, mujer. A lo mejor di una imagen de chulo ligón. Estoy muy desentrenado en esto del ligoteo.
            Ay, desentrenado dice. De la emoción me bebo un sorbo de vino.
-          Veo que se te ha acabado la copa. Te la repongo. Ahora vuelvo.
            Que ahora vuelve dice. ¡¡Me encanta este curso de cocinaaaaaaaaa!! De los nervios, vuelvo a atacar el plato del arroz indonesio éste.
-          Tía, Clara, ¿conoces al coordinador del curso?- me pregunta una rubia que rondaba la mesa.
-          Bueno, un poco- y sigo con el arroz.
-          Es guapísimo- dice otra con pinta de señorona que ya tiene cocinera que le haga todas las comidas que quiera, y que ha venido, más o menos como yo, para ver qué pesca. Jo, qué cutres podemos llegar a ser.
-          Es ideal- añade Roberto.
            Mmmmmm, me han salido rivales, y esa competitividad crea en mí cierta ansiedad que me lleva a comer otro poco de arroz. En ese momento llega Sergio y, ante la envidiosa mirada de las otras y el otro (¡me encanta ser la causa de sus envidas!), me tiende una copa, y comenzamos una animada conversación. Pero éstos no se van y estoy empezando a desear entonar la canción de la Terremoto de Alcorcón, esa de… “estoy aburría, e-na-je-ná…”. Pero Sergio me sigue hablando…¡a míiiiiiiiiiii!
-          ¿Y vienes al curso para aprender a cocinar nuevas recetas, o simplemente para aprender a cocinar?
            Río como una tonta.
-          Digamos que me he independizado y he decidido que no puedo seguir viviendo de lo que mi santa madre me manda en fiambreras.
            Y él se ríe, y yo me derrito “patas abajo”. Y, hablando de “patas abajo”, estoy empezando a sentir cierto malestar en la barriga. Mmmm, creo que tanto arroz picante está dando la cara. Bueno, será un retortijón pasajero, quizás también provocado por los nervios de tener a este pedazo de cocinero delante mía.
-          ¿Y a qué te dedicas, Clara?
-          Trabajo en una mutua, es una empresa internacional. Yo soy secretaria de dirección.
-          Ah, vaya, eso suena bien. Tu jefe debe estar muy contento de tener a una secretaria con una sonrisa tan bonita.
            Me hubiera hecho ilusiones con este comentario si no fuera porque mi atención está puesta en mi sistema digestivo. Noto que el retortijón no se va, sino que, más bien al contrario, se acentúa por momentos. Estos indonesios…Suelto el tenedor, y decido parar de beber.
-          Ahora debo haberte parecido otra vez un ligón barato- se justificó Sergio.
-          No, no, para nada. Gracias por el piropo, últimamente ando escasa de ellos, jeje.
-          Pues no lo entiendo.
            Los otros murmuran corroídos por la envidia, y yo empiezo a sudar. Ojalá pudiera disfrutar con esta situación en la que soy la absoluta y afortunada receptora de cumplidos, pero …¡¡me muero!! Siento que el arroz busca salir de forma apresurada, y un desconsuelo muy grande me invade de intestinos para abajo. Es doloroso, es incómodo, es …¡humillante e inoportuno!
-          ¿Qué te pasa, Clara? Estás pálida, tienes mala cara.
-          Eeehhh, acabo de acordarme que tengo que hacer una llamada. Salgo un momento. No te vayas, ¿eh?
-          Aquí estaré.
-          Sí, y cuidado con esos de al lado, creo que estarían encantados si practicaras con ellos tus técnicas de ligón, jeje.
-          ¿El chico también?
-          Ese el que más.
            Sergio rió, y yo salí disimuladamente rápida. No sé ni de dónde saqué fuerzas para decir esas últimas frases, pero quería asegurarme que, tras la evacuación pertinente que me disponía a ejecutar, Sergio no se me iba a escapar. Esta vez no.
            Como todos los servicios, supongo que el de este lugar está al fondo a la derecha también, así que hacia allí me dirijo. Y, efectivamente, hay uno.¡Uno! ¿Es de chicos o de chicas? Demasiado impaciente como para averiguarlo, decidí entrar, dándome igual lo que me pudiera encontrar allí dentro. No estaba para tonterías. Entro y me encierro en uno de los baños. Me siento en el trono y…¡bendito y escatológico desahogo!
            Han pasado ya veinte minutos (es que no se me cortaba aquello), y oigo que llaman a la puerta.
-          Clara, ¿estás bien?
            ¡Es Sergio! ¿Cómo demonios ha sabido que estoy aquí?
-          Ay, pobrecita, ha debido ser el arroz.
            Ése es Roberto.
-          Oye, vamos a entrar, ¿eh?
-          ¿Entrar, cómo que entrar?
            Me dispongo a “recoger el campamento” y salir antes de que ellos entren, pero es demasiado tarde ya, pues al salir del baño, ya estaban ellos dos dentro.
-          Pero, ¿qué hacéis aquí dentro? ¿Es que no se puede tener intimidad? ¡Estoy en un cuarto de baño!- intento sacar la poquita dignidad que me queda.
-          Un cuarto de baño unisex- aclaró Sergio.
            Con la emergencia me metí en lo primero que vi que tenía váter.
-          ¿Cómo sabíais que estaba aquí?
-          Alejandro, el que será tu profesor de cocina, escuchó unos quejidos aquí dentro, como unos lamentos, y me lo dijo.
            Vaya, sí. Durante el desastre biológico que se había dado entre el “Sr. Roca” y yo, recuerdo que me quejaba. Creí que eran quejidos que sólo se daban en mi mente, para mis adentros, o, como mucho, que se quedaría entre esas paredes, pero parece ser que los di demasiado alto y tuve la mala suerte de que ese Alejandro pasara por ahí, y, en un afán de quedar bien con su jefe, se lo dijo a Sergio, el muy acusica.
-          Hija, sí que te ha caído mal el arroz- dijo Roberto, dándose aire en la nariz, con la mano.
-          Es un arroz muy fuerte, muy picante. Lo siento, Clara. ¿Estás mejor?
-          Sí, sí. Estoy bien.
-          Vale, vuelvo al salón. Te veo ahora.
-          Gracias.
            Y Sergio se marchó, mientras yo deseaba que, de repente, me despertara de esa terrible pesadilla.. Pero no fue así.
            - Ay, corazón, qué mal rato, ¿no?
            Me vuelvo a Roberto y le dejo claro un asunto:
-          Como te rías o como vea que haces cotilleo de lo que aquí ha pasado, yo misma, con el cuchillo de pelar patatas, te cortaré a cachitos y te echaré en el primer guiso que aprendamos en este puñetero curso, ¿entiendes?
-          Perfectamente, querida, perfectamente.
-          Me voy. Paso de seguir aquí.
-          Me voy contigo. Las pijas con las que estaba hablando me aburren. ¿Nos tomamos un café? O una manzanilla, como prefieras…
-          Un vodka, creo que me tomaré un vodka, o dos. A ver si así olvido esta tarde.
            Y Roberto y yo nos marchamos a tomar unas copitas. El resto de la noche ha sido divertida. Al menos, por unas horas, me he olvidado de ese ridículo tan espantoso, y Roberto es bastante divertido e inteligente. Hemos quedado para ir al cine este sábado. Llamaré a Carolina. Seguro que nos divertiremos. Bueno, al menos, estoy conociendo nueva gente con la que salir. Los fines de semana no me serán ya tan eternos.