Bienvenidos a mi blog

Espero que disfrutes con mis escritos. ¡Deja un comentario!



miércoles, 23 de febrero de 2011

4ª LEYENDA URBANA SOBRE LA SOLTERÍA: DE UNA BODA SALE OTRA BODA.(3ª parte y última)

Llevamos unas dos horas fiesta post-banquete, y Juan no ha caído en las redes de Nadia, lo cual me hace pensar que el chico es más inteligente de lo que pensábamos todos. La verdad es que Nadia ha hecho lo indecible: que si vamos fuera a fumarnos un cigarrito, que si bailemos este reguetón muy pegaditos, que si mírame si tengo la cremallera arriba que me noto el traje flojo…le ha faltado desnudarse delante de él y bailar a lo Shakira, pero el chico no ha caído. Vaya, se me acaba de pasar un flash por la cabeza: ¿y si es gay? En fin, tal y como están las cosas, y con mi suerte, no me extrañaría nada.
-          No, no, Clarita, no te preocupes. Juan es muy macho, lo que pasa es que  no le gusta la petarda de Nadia- me confirmó Alejandro- ¿Por qué no le atacas tú?
-          ¿Yo?
-          Sí, hija. Anda, date un homenaje.
-          A lo mejor no le gusto…
-          No creo. Él me ha dicho que le caes muy simpática…
¡¡¡Al ataqueeeeeeeeeeee!!! He decidido salir fuera del salón un rato para fumarme un cigarrito mientras elaboro mi estrategia de abordaje. ¿Mi estrategia? Mmmmm, ¿cuándo fue el momento en que los hombres decidieron dejar de cortejar a las mujeres para ser ellas las que empezaran la conquista? Pienso que con la igualdad hemos ganado mucho, pero la hemos cagado en el plan amoroso. Yo soy una mujer joven y moderna, pero me sigue gustando que sea el hombre el que dé el primer paso, el que se acerque, el que ronde el terreno, tantee a la chica, intente ganársela…pero no, hoy no, hoy los hombres se han apalancado y simplemente esperan a que nosotras, pardillas, vayamos a ellos, muchas veces para nada. Y hoy la historia vuelve a repetirse. Me gusta Juan, pero si quiero algo voy a tener que ser yo la que se acerque y de una u otra manera le haga ver mi incipiente interés hacia él. Pffffff, no sé si me apetece…ya estoy harta de dar pasos para nada. Bah, es mejor dejar las cosas como están…¡que se lo lleve Nadia, que parece no importarle ser ella la que dé el primer paso! Yo ya estoy cansada de siempre lo mismo…
-          ¡Hola! ¿Tienes otro cigarro para mí?
Para mi sorpresa (y una sorpresa muy agradable)…¡¡es Juan!! ¿Habrá alguna forma humana de que los pensamientos puedan oírse? Porque él parece que me ha escuchado.
-          Sí, claro. Toma. Yo me voy a fumar otro.
-          ¿Otro?
Mmmmm, ¿no debería fumármelo? ¿Le pareceré que fumo mucho? ¿Será que  mi aliento huele ya demasiado a tabaco y es su forma de decírmelo? ¡Paso de paranoias! ¡Me fumo otro!
-          ¿Escondiéndote de Nadia? – le pregunto, entre irónica e intrigada.
-          ¿Se me nota mucho? Es simpática, pero un poco pesada con tanta India y tanto leproso.
¡Fantástico! Parece que no debo preocuparme por el factor Nadia.
-          ¿Lo estás pasando bien? – me pregunta Juan.
-          Sí, he de decir que de las cincuenta bodas a las que he asistido a lo largo de este año, ésta está entre las mejores. De hecho, lleva camino de ser la mejor- le contesto, esperando que capte la indirecta.
-          ¿Cincuenta bodas?
Pues no, parece que no la ha captado.
-          Bueno, es un decir. Cincuenta no, pero más de las que me gustaría, sí.
-          ¿No te gustan las bodas?
-          Sí, sí que me gustan…
-          Pero llega un momento en que te preguntas cuándo irás a la tuya, ¿no?
-          ¡Vaya! ¿Tan desesperada se me ve?
-          No, mujer, no. Es la pregunta que nos  hacemos todos.
¿¿TODOS?? ¡¡Ay, qué monooooooooooo!! ¿No es para comérselo? ¡¡Un hombre al que no le importa reconocer que quiere casarse!! Este para mí, para mí, no voy a dejar que se me escape, no, no…

La hora que siguió a esa revelación fue maravillosa. Entre cigarrillo y sorbito de cava, Juan y yo hemos hablado de lo difícil que está encontrar a alguien para saltar después a lo encantadores que son Alejandro y Lucía, lo buena pareja que hacen, la historia de amor tan bonita que han tenido, cuando, de repente, ¡zas! Juan me da el primer beso. No me dio tiempo a reaccionar y ya me estaba dando otro, otro y otro más. De repente, me encontré entre sus brazos, y empujada por él hacia un rinconcito que había en el patio donde nos habíamos quedado charlando. Le freno en un intento de decir unas palabras, tales como:
-          Oye, yo...
-          ¿Qué pasa? – me dice él, con cara de susto.
Quiero decirle que yo soy una chica formal que no me voy dando el lote en todas las bodas con el primero que me lo insinúe, pero…¿por qué romper la magia del momento? ¿Y si Juan es EL HOMBRE y aquello el comienzo de la gran historia de amor que llevo esperando toda mi vida? Llego a la conclusión de que mejor me callo y me abalanzo sobre él, acto que fue muy bien recibido por su parte. Pero justo en ese momento oigo que la orquesta dice que los novios iban a decir unas palabras.
-          Estoy muy a gusto, pero creo que deberíamos ir para no dar mucho el cante y ya luego nos retiramos para seguir con esto, ¿te parece?- le digo.
-          Tienes razón.
Nos recomponemos, bueno, más bien, me recompongo yo un poco el tocado, y nos dirigimos hacia el salón. En ese momento, Alejandro habla de cómo conoció a Lucía y de la sacudida tan grande que sintió por dentro en el momento en que le dio dos besos cuando se la presentaron. Continúan hablando de cómo fue forjado su amor en la distancia y de lo definitivo que fue el irse a vivir juntos. Ahí supieron que aquello tenía que terminar en boda. En ese momento la orquesta empieza a tocar el tema “Somebody to love” de Queen, y a pesar de ser algo rockero, Alejandro y Lucía, acompañados de todas las parejas allí presentes salen a bailarlo como si de un vals se tratara. Y yo caigo en la cuenta de que eso es lo que yo quiero, alguien con quien bailar mi vals, con quien tener la historia de amor más bonita que jamás haya podido soñar y sentir que la espera ya ha terminado porque por fin le encontré. Y me sorprendo a mí misma canturreando con la orquesta el estribillo: <<Can anybody find me somebody to love? Find me somebody to love, find me somebody to love…>>.
-          ¿Nos vamos?- me susurra Juan, al oído.
Le miro. ¡Jo, qué guapo es el endemoniado! Pero, sorprendentemente, me doy cuenta de que no busco un rollo para pasar el rato y luego si te he visto ni me acuerdo.
-          ¿Clara? ¿Me has oído? ¿Qué me dices, nos vamos? – insiste Juan.
-          Can anybody find me somebody to love? – le canto.
-          ¿Ein? – puso cara de  póker.
-          Verás, Juan, yo…yo estoy cansada de rollos que no van a ningún sitio.
-          ¿Perdona?
-          Verás, lo que quiero decir es que por qué no vamos más lento, por qué no nos sentamos a hablar, o bailamos románticamente y dejamos que el beso llegue cuando nos demos cuenta que nos gustamos mucho y que nos queremos volver a ver mañana, y el otro, y el otro…
-          ¿Ein?
Vaya, por la cara de Juan (mezcla de asco y sorpresa), parece que le he chafado la noche.
-          Creo que me has malinterpretado – me dice, empezando a ponerse colorado.
-          ¿Malinterpretado? – no entiendo nada.
-          Sí, yo sólo pensaba en pasarlo bien y, no sé, parece que te he confundido un poco…
-          ¿Un poco? Perdona, pero tú has estado hablando de estar harto de asistir a bodas que no son la tuya.
-          ¿Y tú pensaste que después de esta noche yo te iba a pedir en matrimonio?
-          ¡No! ¡No es eso! Yo, yo pensé que podía interesarte para algo más y…y…
Y en ese momento me doy cuenta de lo absurdo que es mantener aquella conversación con ese individuo que, instantáneamente ha pasado de príncipe a rana, pero rana de las feas. Me siento como cuando abro un yogur y vuelvo a encontrarme en la tapa aquello de <<siga jugando y ¡gracias por participar!>>. Lo dicho, tampoco esta vez iba a ser LA VEZ DEFINITIVA. De repente veo a Nadia en la pista, bailando (o estremeciéndose, no sé muy bien cómo describir aquel movimiento que parecía más bien un espasmo después de haber metido los dedos en el enchufe). La señalo y le dijo a Juan:
-          Quizás deberías probar suerte con ella.
Juan me mira, la mira a ella, me mira...:
-          Ha sido un placer, Clara. Ya nos veremos por ahí.
¡Y el muy idiota se va hacia ella, imitando sus espasmos! Por un momento me sentí hecha polvo, abandonada. Luego me vino la culpa, el remordimiento, esa vocecita interior que dice que quizás me he precipitado y lo he asustado, pero, rápidamente me vuelve la cordura y me digo…:
-          ¡Qué narices! Voy a tomarme una copa y a bailar.

Nadia terminó enrollándose con Juan, y luego vino corriendo a contárnoslo. Yo le iba a decir que ella había sido segundo plato esa noche, pero preferí callarme y dejar que la pobrecita disfrutara de su “triunfo”. Me sentí como una súper heroína, poderosa en silencio.
Cuando me marché de la boda eran las doce, y aunque era de noche, decidí pasear hasta casa. Me asombré de no sentirme deprimida por lo ocurrido con Juan. Al contrario, estaba orgullosa de mí misma por darme cuenta de lo que quería para mí, y por haber sido capaz de resistirme a la tentación y rechazar lo que no entraba en mis planes. Me ilusioné con la idea de que, algún día, yo también encontraría lo que Lucía había encontrado en Alejandro. Sólo debo ser paciente, porque, a ver, ¿qué no tengo yo que tengan ellos como para no llegar a tener mi propia historia de amor?
En ese momento paso por delante de un mendigo, un pobre señor con sólo dos dientes en la boca, la cara ennegrecida y una gorra del equipo de fútbol del Cádiz en la cabeza. Me siento tan contenta que le doy las buenas noches, y él me responde:
-          ¡Bendita sea la madre que te parió, guapetona! ¡Doy gracias al cielo por alegrarme la noche con esta visión maravillosa y me cago en “tós” los hombres de este puñetero pueblo que no han sabido ver tu hermosura y han dejado que vayas sola por la calle!
Joder, ¡qué piropazo! Me siento tan agradecida que me voy hacia él y le planto todo un señor beso en la frente.
-          ¡Dios le conserve la gracia y la lucidez! – le digo.
No ha ido tan mal la noche, pero que no se me olvide lavarme la boca y los dientes unas setecientas veces cuando llegue a casa que este señor será muy amable, pero debe tener de piojos…